El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 23 de enero de 2011

Memorias de África



Dirección: Sydney Pollack.
Guión: Kurt Luedtke (Novela: Isak Dinesen).
Música: John Barry.
Fotografía: David Watkin.
Reparto: Robert Redford, Meryl Streep, Klaus Maria Brandauer, Michael Kitchen, Malick Bowens, Michael Gough, Suzanna Hamilton, Rachel Kempson, Joseph Thiaka, Stephen Kinyanjui.

Si tuviéramos que definir Memorias de África (1985) con una sola palabra esta sería belleza. Pocas veces el cine nos ha brindado un espectáculo tan hermoso en cada uno de los apartados de una película como en este caso.

La baronesa Karen Blixen (Meryl Streep) se ve obligada a un matrimonio de conveniencia con el baron Bror Finecke (Klaus María Brandauer), un mujeriego empedernido. Ambos se van a Kenia a explotar una granja, pero Bror decide por sorpresa plantar café. Al poco tiempo, deja a Karen sola al frente de la plantación que, a pesar de las dificultades, se esfuerza en sacar adelante sola. Al tiempo que se va asentando en África, Karen se enamorará de Denys Finch-Hatton (Robert Redford), un atractivo e independiente aventurero.

"Yo tenía una granja en África", con esta hermosa frase, uno de los comienzos más bonitos de un film que he visto, arranca una película grandiosa en todos los aspectos. Tiene mucho que ver el sustrato literario en que se basa, las memorias de la baronesa danesa Karen Blixen, publicadas en 1937 bajo el seudónimo de Isak Dinesen, que le confiere al relato, con la maravillosa voz en off de la protagonista, un toque poético verdaderamente hermoso y evocador. Además, Pollack consigue mantener las emociones a raya y no cae en la trampa del acaramelamiento, lo que hubiera arruinado todo el trabajo.

La verdad es que uno termina enamorándose de África, y este es quizá uno de los mayores elogios que se le pueden hacer al relato, pues consigue que vivamos casi las mismas emociones que su protagonista. El retrato que se ofrece de la baronesa es magnífico, alejado de simplicaciones y de estereotipos. Ella es grande no por ser una mujer perfecta, como a menudo son presentados en el cine los héroes, sino por ser tremendamente humana y contradictoria: es una mujer fuerte y decidida y, a la vez, terriblemente miedosa y dependiente, como muestra en su relación con Denys. Precisamente, este es uno de los momentos brillantes del relato: su relación con el independiente Denys y esa lucha que sabe perdida e inútil de antemano por hacer que se comprometa más con ella. A pesar de que sabemos que está equivocada y que es Denys quién lleva razón, es inevitable que deseemos con todas nuestras fuerzas que ella sea un poco más feliz.

Memorias de África es, naturalmente, un retrato de África, del África colonial, con sus injusticias y su segregación, pero principalmente es  un canto a la belleza de un continente que se presenta fascinante. La hermosura de la puesta en escena, la espectacularidad de los planos, la perfecta belleza de la fotografía son los responsables de un espectáculo visual impresionante que nos sorprende minuto a minuto. Sydney Pollack ha logrado crear un espectáculo fascinante sin caer en la pedantería o el preciosismo en sí mismo. La belleza de la película es auténtica, es sencilla y es conmovedora.

Además, la película cuenta con una de las bandas sonoras más logradas de la historia del cine, a la altura de las mejores, como Doctor Zhivago (David Lean, 1965) o El padrino (Francis F. Coppola, 1972), por poner dos ejemplos incuestionables.

Meryl Streep merece un monumento. Es de esas actrices que están por encima de condicionantes como la belleza o la juventud y que logra hacer de sus apariciones en la pantalla momentos inolvidables. Es creíble, sabe transmitirnos con una sola mirada más que cualquier otro actor con todo un discurso. Tiene un talento natural que hace sencillo lo que está al alcance de muy pocos. El resto del reparto está también a un gran nivel, pero no me gustaría dejar de mencionar especialmente a Malick Bowens (Farah, el mayordomo), que logra emocionarte con la sola claridad de su mirada, y al resto de actores negros.

Es cierto que es un film largo (162 minutos), que el ritmo es muy lento, que carece de escenas de acción... pero es que Memorias de África es una película que hay que saborear lentamente. Si vamos con prisas o desprevenidos, es posible que se nos escape. Memorias de África es una obra de arte enorme, llena de escenas memorables (Karen arrodillándose ante el gobernador, el brindis en el bar reservado a los hombres, el entierro de Denys, la despedida en el andén del mayordomo, etc, etc) y que debemos dejar que haga su labor lentamente, como un río tranquilo que nos lleve a la deriva, meciéndonos en su seno.

Memorias de África se llevó nada menos que siete oscars: mejor película, director, guión, dirección artística, fotografía, banda sonora y sonido, y es una de esas películas que formarán parte de las mejores obras de arte del cine. Imprescindible.

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