El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Alta fidelidad


Dirección: Stephen Frears.

Guión: D.V. DeVicentis, Steve Pink, John Cusack, Scott Rosenberg (Novela: Nick Hornby).

Música: Howard Shore.

Fotografía: Seamus McGarvey.

Reparto: John Cusack, Jack Black, Iben Hjejle, Todd Louiso, Tim Robbins, Joan Cusack, Lili Taylor, Lisa Bonet, Sara Gilbert, Natasha Gregson Wagner, Catherine Zeta-Jones, Joelle Carter.

A Rob Gordon (John Cusack) lo acaba de dejar su novia Laura (Iben Hjejle). Una vez más. Y es que, según recuerda Rob, la historia de sus relaciones siempre termina de la misma manera. Pero esta ruptura parece afectarle más profundamente, llevándole a reflexionar sobre su vida amorosa desde su primer amor de la escuela hasta su situación actual.

Alta fidelidad (2000) es una comedia más sobre las relaciones amorosas. En el cine, el tema da muchísimo juego y las variantes sobre el mismo son casi infinitas. En este caso, a partir de la novela homónima de Nick Hornby, Alta fidelidad toma la forma de unas confesiones íntimas del protagonista en busca de sus propias señas de identidad con las mujeres. Este enfoque, con el protagonista confesándose directamente con los espectadores, nos remite directamente a Woody Allen y sus geniales comedias sentimentales, como Annie Hall (1977). Sin embargo, no vayamos más allá en las comparaciones.

La idea en la que se basa el argumento no es mala. Es más, la película arranca de una manera muy ágil, entrando directamente en materia, y con una frescura y unos toques de humor que nos sorprenden agradablemente. A medida que vamos conociendo a Rob (John Cusack), el treintañero protagonista de esta comedia, nos damos cuenta de que sus problemas con las mujeres, sus pifias, su egoísmo y su sensación total de despiste resultan del todo comprensibles y, en muchos casos, los espectadores podrán identificarse con algunas de sus interrogantes. Desde este punto de vista, uno de los aciertos de Alta fidelidad es que trata las relaciones personales con bastante acierto, de manera que los problemas de Rob resultan del todo creíbles y cercanos.

Además, la película ofrece una selección impresionante de canciones y referencias musicales que si bien, para mí, muchas de ellas resultan bastante desconocidas, imagino que para los melómanos serán un plus muy apreciado.

Pero el problema principal de Alta fidelidad es que no consigue mantener las gratas perspectivas que anunciaban sus primeros veinte o treinta minutos. Una vez conocidos los personajes principales y planteadas las premisas argumentales, la historia comienza a perder frescura y empezamos a ver que no todas las expectativas se ven cumplidas. Para empezar, uno esperaba un análisis más serio de la relación de Rob y Laura (Iben Hjejle), que finalmente se queda en un enfoque un tanto superficial, donde no llegamos a entrar realmente en materia, lo que desperdicia un elemento que habría dado muchísimo juego y habría servido para dar más profundidad a la historia. Pero es que esta superficialidad, finalmente, se extiende a casi todas las situaciones y todos los personajes de Alta fidelidad. Cuando Rob intenta indagar en sus relaciones pasadas para entender lo que ha fallado, el resultado es totalmente banal y decepcionante. Se resuelven los encuentros con sus ex novias de una manera brusca y absurda. Pero es que en realidad, el guión no se detiene en analizar a ningún personaje con cierto rigor. Incluso el propio Rob se queda con tantas sombras como luces, y eso que es el personaje que ocupa el 100% de la historia.

Y esta superficialidad no está determinada por la falta de tiempo. Porque si algo tiene esta película es un extenso metraje. De hecho, creo que un poco menos de duración no le habría sentado mal a la película, teniendo en cuenta que desaprovecha gran parte del tiempo sin profundizar en los personajes  y sin lograr mantener tampoco el nivel de comicidad y frescura con la que había comenzado.

John Cusack es la estrella absoluta de la película. Él es el centro de un universo que se mueve a su alrededor. La verdad es que Cusack es un actor que me gusta. Me parece un prodigio de naturalidad y también un actor capaz de mostrar con absoluta credibilidad la más variada serie de registros. Sin ser uno de los mejores trabajos suyos, es verdad que Cusack confiere una gran dosis de verosimilitud a su personaje. Pero también deberíamos hacer un hueco aquí para destacar el trabajo de Jack Black, un actor un tanto encasillado pero con un talento innegable y que acapara la atención en cuanto aparece por la pantalla. En relación al elenco femenino, contamos aquí con la grata presencia de Iben Hjejle, actriz danesa del movimiento Dogma, y que realiza una muy convincente actuación. A su lado, rostros tan atractivos como los de Catherine Zeta-Jones o Joelle Carter, pero meramente decorativas. Tim Robbins aporta su granito de arena, sin bien su presencia tampoco pasa de la mera anécdota.

Finalmente, la conclusión a la que se llega es que Alta fidelidad es una comedia bastante original y con un potencial tremendo pero que, incomprensiblemente, se ha desaprovechado. La idea de analizar  su vida amorosa por parte del protagonista era la ocasión perfecta para ahondar en las relaciones humanas, para realizar un estudio introspectivo del personaje y para intentar comprender qué es lo que nos separa a hombres y mujeres a la hora de enfrentarnos a una relación sentimental seria. Todo un universo por explorar y por el que finalmente el guión pasa de puntillas. Una lástima, sin duda.

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