El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 1 de diciembre de 2013

No se lo digas a nadie



Dirección: Guillaume Canet.
Guión: Guillaume Canet, Philippe Lefebvre (Novela: Harlan Coben).
Música: Mathieu Chédid.
Fotografía: Christophe Offenstein.
Reparto: François Cluzet, André Dussollier, Marie-Josée Croze, Kristin Scott Thomas, Nathalie Baye, François Berléand, Jean Rochefort, Guillaume Canet, Gilles Lellouche, Olivier Marchal, Florence Thomassin, Marina Hands, Jalil Lespert, Jean-Noël Brouté, Philippe Lefebvre, Anne Marivin, Maxim Nucci.

Ocho años atrás, Margot (Marie-Josée Croze), la esposa del doctor Alexandre Beck (François Cluzet), muere asesinada por un psicópata. A pesar del tiempo transcurrido, Alex no termina de reponerse de tal pérdida. Y un día, de repente, recibe un correo en su ordenador con un video en el que cree ver a su esposa Margot.

No se lo digas a nadie (2006) cuenta, de entrada, con una interesante intriga como es la supuesta aparición de una mujer a la que se daba por muerta. El arranque no puede ser más prometedor y Canet se aferra al indudable interés que siente el espectador por descubrir la verdad para ofrecernos una primera parte bastante interesante, jugando con habilidad al juego de la confusión, las pistas medio desveladas, las insinuaciones, más muertes, personajes intrigantes, persecuciones.... Todo un entramado bastante ingenioso que nos mantiene espectantes.

Sin embargo, llega un momento en que el juego empieza a cansar. Y es que uno de los defectos más evidentes de la película es que alarga demasiado la trama hasta un metraje de nada menos que de ciento veinticinco minutos. Si a ello le unimos algunos pasajes con un ritmo más bien lento y escenas del todo prescindibles, llegamos a la conclusión de que menos hubiera sido mejor.

Además, a mitad de la película me asaltó un duda un tanto peligrosa: ¿tanta confusión en la manera de contar la historia no podía haberse evitado?, es evidente que sí y en un film de intriga siempre es de agradecer que el espectador pueda seguir la trama lo más claramente posible. Entonces, ¿a qué se debía tanto rodeo, tanto misterio? La explicación podía ser que la trama, finalmente, fuese tan banal que sólo el complicarla pudiera serle beneficioso a la película, para conservar el misterio el mayor tiempo posible.

Al final, el primer desenlace parecía darle la razón a mis temores. Un lío de corrupción, sobornos, que incluía hasta el asesinato de un alcalde y el soborno a jueces y policías, abusos a menores, ajustes de cuentas....en fin, una historia tan sórdida y tan enrevesada que me creí en el peor de los folletines posibles. Además, todo parecía cogido con alfileres y la larga y tediosa explicación, si bien hacía encajar las piezas del puzzle, no resultaba muy convincente. Pero he aquí que en un nuevo giro, en un truco de magia, los guionistas se sacan un conejo de la chistera. Y este segundo final sí que resulta mucho más convincente, si bien seguimos sintiendo que en el larguísimo desarrollo de la intriga se han quedado muchas cosas deliberadamente sin aclarar, en un juego un tanto tramposo para mantenernos embobados con la intriga pero que, al final, resta credibilidad a la historia.

Tampoco ayuda demasiado el hecho de que Guillaume Canet se centrara tanto en la trama policíaca y la intriga y no permitiera un mayor y mejor desarrollo de los protagonistas. De Alex sabemos más bien poco, lo mismo que de su amor por Margot, lo que hubiera ayudado a que empatizáramos con él y su pérdida. Y lo que sucede es todo lo contrario, Alexandre se queda como alguien ajeno a nosotros, frío, distante, desconocido casi. De ahí que no nos conmueva, que no suframos con él. Y prácticamente sucede los mismo con los personajes que lo rodean: su hermana, la mujer de ésta, sus suegros... todos están ahí aportando detalles a la intriga, pero quedándose un tanto lejanos de nosotros. Y no digamos nada de los malos de turno, de quienes no sabremos absolutamente nada hasta la parte final del film. Y es que uno de los reproches que podemos ponerle a la película es que en general su tono resulta bastante frío.

En cuanto al reparto, la verdad es que al tratarse de un film francés me esperaba un trabajo de los actores más exagerado, más teatral, en línea con lo que venía siendo la escuela francesa. Sin embargo, en general la mayoría de los actores resultan correctos. No es que destaque especialmente nadie en particular, no tenemos ninguna actuación carismática que nos sorprenda, pero sí que todos aportan credibilidad a su trabajo. El protagonista principal, François Cluzet, cumple con eficacia, si bien, como decía, se queda un tanto frío, sin llegar a conectar eficazmente con nosotros, tal vez por culpa del guión. Podemos destacar también la presencia de Kristin Scott Thomas (Cuatro bodas y un funeral, El paciente inglés), actriz británica afincada en Francia, o del muy conocido Jean Rochefort, una vieja gloria del cine francés.

Sin poder renunciar a algunos tópicos del género y a una puesta en escena muy de autor, Guillaume Canet finalmente nos ofrece un thriller que no llega a defraudar, pero que no logra mantener el listón del comienzo y termina por perderse en un metraje excesivo, unos personajes no del todo bien explicados y una trama un tanto rocambolesca y en exceso llevada a la confusión. Aún así, si uno consigue no perderse mucho en la maraña argumental, es una película entretenida y de la que es casi imposible anticipar el desenlace.

La película ganó cuatro premios Cesar (los Oscars franceses): mejor director, mejor actor principal, mejor banda sonora y mejor montaje.

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