El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Déjà Vu



Dirección: Tony Scott.
Guión: Terry Rossio, Bill Marsilii.
Música: Harry Gregson-Williams.
Fotografía: Paul Cameron.
Reparto: Denzel Washington, Val Kilmer, Jim Caviezel, Paula Patton, Bruce Greenwood, Adam Goldberg, Elden Henson, Erika Alexander, Matt Craven.

Un ferry repleto de militares y sus familias estalla por los aires en  Nueva Orleans. El agente Doug Carlin (Denzel Washington) llega al lugar y empieza a realizar las primeras investigaciones, descubriendo que se trata de un atentado terrorista.

Recuerdo cuando era niño a un conocido de mi misma edad, sobre trece años más o menos, que cuando veía algo que no le cuadraba, por exagerado, decía siempre "mucha película". Precisamente fue esta expresión la que me vino de pronto a la cabeza viendo Déjà Vu (2006). Ya tenía ciertas reticencias a la hora de ver la película una vez leído el resumen del argumento. Aunque, siendo sincero, no es tan mala como me temía, aunque la historia se las trae.

Déjà Vu arranca como un thriller más al uso: un terrible atentado, más de quinientas víctimas, contando inocentes niños rubitos y alegres madres, y una investigación que comienza en busca de respuestas. La introducción, salvando los tintes sentimentalistas, tiene ritmo y fuerza y pronto nos sentimos atrapados por la intriga y la presencia, una vez más poderosa y convincente, de Denzel Washington, una garantía en este tipo de papeles.

Sin embargo, pronto entramos en el meollo del asunto, cuando el agente Carlin pasa a formar parte de un equipo de investigación que recurre a un sofisticado sistema que les permite, según ellos, repasar lo que ha sucedido cuatro días atrás a partir de las filmaciones de los satélites. Si ya éste detalle sonaba a cuento chino, eso no es nada comparado con lo que se nos viene encima: Carlin descubre que no es exactamente eso lo que consigue hacer ese equipo de investigación; ha ido más allá y han logrado viajar en el tiempo. Entramos pues, y nunca mejor dicho, en una nueva dimensión de la película. El thriller se convierte en un film de ciencia-ficción y hemos de hacer acopio de toda nuestra capacidad de fantasía para seguir en el ajo sin partirnos de risa. Además, en Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985), por ejemplo, la cuestión se planteaba más en broma que otra cosa, así que podíamos reirnos a gusto con una pelicula más o menos ingeniosa. Sin embargo, aquí se pretende convercernos de que ese invento es real. Lo más divertido de todo es escuchar las explicaciones, supuestamente científicas y serias, para convencernos de que es posible tamaño disparate. Cuanto más explican el procedimiento, más tenemos la sensación de que nos toman el pelo, a parte de que no nos enteramos de nada, claro está.

Y la verdad es que es una pena, proque sin recurrir a tanta complicación, el argumento podía ser interesante y, de hecho, hasta entonces nos había logrado mantener en vilo. Pero claro, sin esa trampa argumental no podríamos participar del delirante final que nos brinda Tont Scott, donde juega con nosotros como le da la gana con la libertad que le otorga el supuesto viaje al pasado del agente Carlin. Si ya en Hollywood suelen abusar de los finales trampa, con sorpresas de todos los colores, aquí lo tienen realmente fácil para hacer lo que les de la gana. Y es que si ya habíamos tragado con el viaje en el tiempo, primero de un papel y luego del polícia, es de preveer que los padres de esta cosa cuentan con que aceptemos cualquier final que nos propongan, feliz, eso sí.

Y como decía, es triste desperdiciar una intriga más o menos atractiva y, sobre todo, una muy buena puesta en escena con unas trampas argumentales tan idiotas. Y es que la película tiene buen ritmo; las escenas de acción son espectaculares, si bien ello no es sustento de nada, aunque ayuda en este tipo de films; la intriga es correcta, al menos hasta que la estropean; hay una dosis de ternura que funciona correctamente cuando Carlin se va enamorando progresivamente de la difunta Claire Kuchever (Paula Patton), en la línea de clásicos como Laura (Otto Preminger, 1944), salvando todas las distancias, claro está; el reparto funciona muy bien... Y es que, sinceramente, cualquiera que se trague el argumento, la verdad es que pasará un rato entretenido. El problema es tener que recurrir a todo este rollo espacio-temporal para poder hacer un thriller. La ciencia-ficción no debería ser un cajón de sastre donde se meta cualquier tontería.

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