El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 17 de diciembre de 2013

Los impostores



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Nicholas Griffin & Ted Griffin (Libro: Eric Garcia).
Música: Hans Zimmer.
Fotografía: John Mathieson.
Reparto: Nicolas Cage, Sam Rockwell, Alison Lohman, Bruce McGill, Bruce Altman, Melora Walters, Jenny O'Hara, Steve Eastin, Sheila Kelley, Tim Kelleher.

Roy (Nicolas Cage) es un experto en el arte de timar. Con su socio Frank (Sam Rockwell), se dedica a rentables timos telefónicos que le dejan importantes beneficios. Sin embargo, a nivel personal, su vida es un desastre: maniático compulsivo, vive completamente solo, sin relaciones personales, agoniado por los espacios abiertos, lleno de tics nerviosos y totalmente dependiente de su medicación.

Siendo el director Ridley Scott, uno se anima de inmediato a ver Los impostores (2003) en recuerdo de aquella maravillosa Alien, el octavo pasajero (1979), un hito dentro del cine de ciencia-ficción y de terror, además de otros buenos trabajos del señor Scott. Sin embargo, Los impostores no deja de ser un film menor, un pequeño divertimiento con su mensaje moral incluído.

El argumento gira en torno a un par de timadores pero, en contra de lo que podíamos suponer, la historia no se centra en el ejercicio de su profesión, sino en el personaje de Roy y sus problemas mentales: sus paranoias y sus miedos, y en cómo empezará a superarlos gracias al descubrimiento de que tiene una hija de catorce años, Angela (Alison Lohman), y al cambio que experimentará a medida que establezca vínculos afectivos con ella. Roy comenzará a superar sus manías en cuanto deja de centrarse en sí mismo y empieza a ocuparse de Angela. A su vez, el contacto con ella hace que se plantee sinceramente en qué se ha convertido su vida.

A pesar del buen tratamiento que hace Ridley Scott de los personjes, de su dominio de los tiempos, del cuidado de la puesta en escena y de una agradable banda sonora, a pesar también del buen reparto, Los impostores no terminó de convencerme.

Por un lado, el personaje de Nicolas Cage, aún estando tratado con elegancia y seriedad, es decir, sin hacer chistes fáciles con sus manías, me resultó excesivamente exagerado, con lo que me costaba bastante tomármelo en serio. Y como el argumento se centra en exclusiva en él y su relación con su hija, tenía la impresión de estar ante una historia sin demasiado interés y además un tanto presivible, pues se adivina la regeneración de Roy. Y entonces, de pronto, Scott le da un giro radical a la tortilla y nos sumerge en un final casi surrealista, en donde se descubre que nada era lo que parecía y que en realidad Roy había sido víctima de un timo colosal.

Por un lado, esa sorpresa final resulta del todo increíble, además de tramposa. Es cierto que no lo esperábamos, pero ello no quiere decir que el truco sea válido o que encaje con todo lo visto anteriormente. Y además, tampoco crea un valor añadido al desarrollo de la película. Se trata sencillamente de un vulgar truco. ¿Hubiera sido mejor hacernos partícipes del engaño mucho antes? Tal vez. De ese modo hubiéramos tenido un interés mayor por la historia y quizá el film hubiera ganado intensidad, más allá de las múltiples secuencias del padre con la un tanto cargante niña. Y es que uno de los defectos de Los impostores es que los protagonistas no terminan de caerme simpáticos. Él es un chiflado cargante que pude llegar a desesperarnos; ella, una sabidilla manipuladora que no se hace precisamente encantadora. Así que, personalmente, la historia de la relación de Angela y Roy no terminó de engancharme. Era como un barco que no iba a ningún puerto. Hasta el giro final, claro. El as en la manga del director. Un as que más que admiración me dejó un tanto estupefacto y un bastante decepcionado.

En cuanto a los actores, decir que el personaje de Roy le va como anillo al dedo a Nicolas Cage, un actor que tiende a la exageración a veces y que, en este caso, tiene un papel que agradece esos excesos. Su actuación es muy buena. Como también lo es la de Alison Lohman; independientemente de que su personaje me caiga mal, ella realiza un trabajo admirable, incluída su transformación en una atractiva mujer al final de la película.

Para rematar la historia, Scott cierra la película con un hermoso y conveniente final, cargado de buenas intenciones y donde vemos que Roy ha alcanzado la curación a sus manías gracias a un trabajo honrado que, además, le ha permitido formar una hermosa familia. Suena algo cursi, pero es que lo es.

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