El musical, que nació a la par del cine sonoro, es el producto más representativo de una época y el que define mejor a los grandes estudios clásicos de Hollywood, que lo utilizaban como escaparate de lujo para sus estrellas y como demostración de su poderío y su glamour. Repasemos parte de su historia a través de algunos carteles de sus films más representativos.
Al Jolson, pintado de negro cantando "My mammy", fue la primera voz que se escuchó en la pantalla. Comenzaba a andar el cine musical.
Sombrero de copa (Mark Sandrich, 1935). El lujo y el glamour de un mundo perfecto con la pareja perfecta.
Vicente Minnelli, Gene Kelly y George Gershwin en París. ¿Se puede pedir más?
Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952), el cine dentro del cine y una de las cimas de los musicales de la MGM. Un clásico inmortal.
Otro éxito de la factoría de la MGM. Stanley Donen y su peculiar Rapto de las Sabinas, el más alegre, colorido y vigoroso.
La peculiar interpretación del Romeo y Julieta de William Shakespeare made in Hollywood se llevó nada menos que diez Oscars.
Julie Andrews mantuvo la llama del musical en los años 60 con algunos títulos tan conocidos como Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965).
Una obra maestra del cine, que sobrepasa los límites del musical. Excepcional en cada uno de sus apartados.
La explosión. Un fenómeno musical, juvenil, de moda. Grease (Randal Kleiser, 1978), asentada en una banda sonora prodigiosa, fue todo un acontecimiento que revolucionó, de manera muy light eso sí, a la juventud de la época.
Un nuevo intento de Bob Fosse de dar brillo al género. Un tanto pretencioso y sin la genialidad de Cabaret (1972).
Sangre nueva para el género. Un éxito que demuestra que no está todo dicho aún.
El cine y yo
Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.
Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.
El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.
El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.
No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.
Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.
El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.
El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.
No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.
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