El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 19 de abril de 2012

Montgomery Clift



Montgomery Clift fue reconocido, desde siempre, como uno de los mayores talentos que ha dado el mundo de la interpretación. Sin embargo, a pesar de tenerlo todo para triunfar, talento, belleza e inteligencia, Clift no pudo con él mismo y su espíritu autodestructivo. Murió pronto, tras unos años en que su decadencia física era evidente.

Monty nació, junto a su hermana melliza Ethel, el 17 de octubre de 1920 en Omaha y su infancia estuvo marcada por la figura de su madre Sunny. Ésta era hija ilegítima de una familia aristocrática del sur, que la había dado en adopción. Cuando, ya de adulta, Sunny conoció sus orígenes, intentó reclamar a lo que creía que tenía derecho por nacimiento. No lo logró, pero a cambio quiso darle a sus hijos la educación refinada que según ella correspondía a sus orígenes nobles. Así que Monty, su hermana y su otro hermano Brooks, mayor que él, vivieron una infancia alejados del resto de niños, con una educación refinada y elitista a cargo de su madre.

Dentro de ese plan educativo, Sunny emprendió un viaje a Europa con sus hijos en 1928. En el curso del mismo, acudieron a ver la Comédie Française y fue en ese momento cuando Monty descubrirá su pasión por el mundo de la interpretación. Decía que al ver a los actores en el escenario sentía como se aceleraba su corazón.

De regreso a los Estados Unidos, en 1932, Monty no logró adaptarse a la escuela pública, así que empezó a trabajar como modelo, ayudado por su hermoso físico. Pero pronto tuvo la oportunidad de trabajar en una obra teatral. A pesar que su madre había pensado para él en la carrera diplomática y no aprobaba sus inclinaciones por el teatro, al verlo actuar en As Husbands go (1933), una obra de aficionados, tuvo que reconocer que poseía un talento innato. Y es que ya en esas primeras apariciones, Monty acaparaba la atención del público y recibía constantes alabanzas, incluso cuando las obras eran malas.

Poco a poco fue ascendiendo peldaños hasta llegar a Broadway. Con tan solo quince años ya trabajaba en Jubilee (1935), una comedia musical de Cole Porter. Precisamente en Broadway conoció y trabajó con una celebridad del mundo teatral, Alfred Lunt, que se convertirá en su mentor. Antes de cumplir los veinte años, Montgomery ya había actuado en seis producciones de Broadway.

Premonitoriamente, un médico de la familia advirtió a su madre que lo alejara del mundo del teatro. Según ese médico, ese ambiente terminaría por destrozarlo.

Montgomery Clift despreciaba el cine y no sentía ninguna tentación de dejar el teatro por Hollywood. Sin embargo, su sueldo en el teatro era infinitamente menor del que se pagaba en el cine. Es precisamente por necesidad de dinero que Monty acepta una generosa oferta que le hace la Metro para actuar en Río Rojo (Howard Hawks, 1948), al lado de nada menos que John Wayne. Hawks, que le había visto actuar en Nueva York, pensó en él para el papel de hijo adoptivo de Wayne. Fiel a su estilo, Monty se prepara a conciencia, aprende a montar, a utilizar el lazo, a disparar y termina siendo un verdadero vaquero texano, manteniendo el tipo al lado de un veterano como Wayne.

Pero algo que tuvo claro desde el comienzo fue la importancia de su independencia, con lo que evitará firmar un contrato con ningún estudio, reservándose así la libertad de trabajar en aquellos proyectos que le interesen de verdad.

Sin embargo, el público lo verá primero en la pantalla en su segundo film, Ángeles perdidos (Fred Zinnemann, 1948), que es estrenado antes que Río Rojo y por el que recibe su primera nominación al Oscar como mejor actor. Su interpretación de un soldado americano es tan perfecta que, unida al carácter casi documental de la película y a que era un actor desconocido para el gran público, algunos críticos lo tomaron como un soldado verdadero.

Al finalizar la pelicula, Monty comienza a asistir junto a Marlon Brando a la célebre escuela de interpretación, el Actor's Studio, fundada en 1947.

En 1948, Monty ya empezaba a ser famoso y descubrió que el acoso de los fans y de la prensa, deseosos de conocer más sobre su vida, no era algo agradable. Se sentía agobiado por el peso de la fama.

Durante unas vacaciones en México, Monty enfermó de disentería. Aunque se sometió a tratamiento, nunca llegó a curarse del todo. Empezó entonces a padecer diarreas y fuertes dolores que intentaba combatir a base de pastillas y de alcohol.

En 1949 conocerá a Elizabeth Taylor, que por entonces tenía tan sólo diecisiete años de edad y era una joven y deslumbrante promesa de Hollywood. Elizabeth se quedó prendada de Monty y se enamoró inmediatamente de él. Incluso se cuenta que en una ocasión le llegó a pedir que se casara con ella poniéndose de rodillas. Pero Monty era demasiado celoso de su independencia y no tenía ninguna intención de casarse. Es más, pronto comenzaron a correr rumores sobre la supuesta homosexualidad del actor. Clift era, en realidad, bisexual. Según se cuenta, Monty dijo en una ocasión: "Amo a las mujeres, pero prefiero acostarme con los hombres". Pero el tema de sus inclinaciones sexuales, en aquellos época, no era una carga sencilla de soportar y menos para alguien como Montgomery Clift. En todo caso, su relación con Elizabeth Taylor será, desde ese momento, de una gran amistad que durará el resto de su vida.

Precisamente con Elizabeth Taylor rodará su siguiente película, Un lugar en el sol (George Stevens, 1951) y recibirá de nuevo una nominación como mejor actor. Su siguiente trabajo será a las órdenes de Alfred Hitchcock en Yo confieso (1953). Para preparar su papel de sacerdote, Monty pasará un mes en un monasterio. Su actuación es de nuevo perfecta, aunque la relación con el director no fuera muy buena y Hitchcock no se sintiera especialmente satisfecho con el film.

Por esa época, el actor ya tenía problemas con la bebida, a los que se añadían la adicción a las pastillas para combatir el insomnio, el estress y los dolores. También empieza a acudir regularmente a un psicoanalista, costumbre que no abandonará ya, acudiendo con regularidad a la consulta de un célebre psiquiatra de Nueva York. Su camino hacia la autodestrucción ha comenzado y nada ni nadie podrá deternerlo. Sus adicciones, además, lo alejarán progresivamente de su madre, herida al ver cómo se destruía Moonty. Sunny llegó a afirmar que otras madres habían perdido a sus hijos en la guerra, pero que ella tenía que ver como se iba matando cada día.

Cuatro films en Hollywood con cuatro estudios diferentes y Monty se marcha de pronto a Italia para rodar con Vittorio de Sica Estación Términi (1953), una historia de infidelidad junto a Jennifer Jones y guión de Truman Capote. Pero la cosa no funciona: mientras al director le encantaba improvisar, Clift era riguroso y amaba la exactitud.

En ese mismo año rueda también De aquí a la eternidad (Fred Zinnemann), una de sus mejores películas y donde interpreta a un soldado atormentado por un accidente de boxeo y por el que vuelve a ser nominado al Oscar como mejor actor, sin que tampoco esta vez se haga con el premio. De nuevo lleva a cabo una preparación rigurosa, aprendiendo incluso a tocar la trompeta, si bien no es él quién la toca realmente en la película, pero quería que los movimientos de su garganta fueran auténticos. En el rodaje del film sus problemas con la bebida eran constantes. Frank Sinatra intentaba mantenerlo lo más sereno posible a base de café. En la secuencia en que Burt Lancaster y él están sentados en la carretera bebiendo, Monty estaba de verdad borracho, llegando a improvisar una frase del diálogo. También se comenta que Lancaster estaba al principio intimidado por la presencia de Monty y el director tuvo que cortar una escena porque a Burt le temblaban las rodillas.

Montgomery Clift seguía fiel a su criterio de absoluta libertad a la hora de aceptar guiones, lo que le llevó a rechazar propuestas tan interesantes como El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), Raíces profundas (George Stevens, 1953) o La ley del silencio (Elia Kazan, 1954).

Pasa unos años alejado del cine hasta que regresa a la pantalla, por necesidad de dinero, en el folletón El árbol de la vida (Edward Dmytryk, 1957), de nuevo al lado de Elizabeth Taylor. La película era una especie de intento de la Metro de repetir el éxito de Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor, Sam Wood, 1939), pero no tuvo una buena acogida por parte de la crítica. En ese instante de su vida, la adicción a las pastillas y a la bebida lo habían superado. Durante el rodaje del film tiene lugar un hecho que marcará un antes y un después definitivo en la vida del actor. Agotado por el rodaje, Monty decide retirarse a descansar al final de un día de trabajo. Pero Elizabeth Taylor insiste en invitarlo a una fiesta. Monty, a pesar del cansancio, no quiere negarse y termina por ir. De regreso en su coche tiene el accidente. Le precede en otro automóvil su amigo el actor Kevin McCarthy, que ve como se desvían los faros del coche de Monty. Kevin acude a casa de Elizabeth Taylor para avisar a un médico y regresa con ella al lugar del accidente. Elizabeth evitará que su amigo muera ahogado por su propia sangre. Fruto del accidente, pierde casi todos los dientes, se rompe la nariz y desde entonces la mitad izquierda de su cara le queda paralizada, aunque sin cicatrices externas. Pero este accidente es un golpe del que no se repondrá. Teme haber perdido su gran atractivo y el recurso a los calmantes y al alcohol se acrecienta. Tras unos meses de convalecencia, Monty termina el rodaje de El árbol de la vida visiblemente cambiado y evitando los primeros planos.

Clift quitará entonces los espejos de su domicilio. Su declive será ya imparable y las huellas de sus problemas con el alcohol y las drogas se irán haciendo cada vez más evidentes. A pesar de ello, Monty sigue trabajando. Rueda de nuevo con Dmytryck El baile de los malditos (1958), Lonelyhearts de Vincent J. Donehue (1959) y De repente, el último verano (Joseph L. Mankiewicz, 1959). Son rodajes complicados, en especial los dos últimos, con un Monty que bebe en exceso. Sólo la tenacidad de Elizabeth Taylor hace que Mankiewicz no cancele el rodaje.

Comienza la década de los 60 a las órdenes de Elia Kazan en Río salvaje (1960), donde el director consigue que se mantenga sereno. A continuación rueda Vidas rebeldes (John Huston, 1961) con Clack Gable y Marilyn Monroe. Monty tiene hepatitis, sufre pérdidas de memoria y su estado es tan lamentable que la propia Marilyn llega a afirmar que Monty es la única persona que ha visto a la que le va peor que a ella.

Rueda a continuación ¿Vencedores o vencidos? (Stanley Kramer, 1961), donde Clift también tendrá problemas durante el rodaje. Según el director, Monty era incapaz de recordar la breve frase que debía decir, por lo que finalmente le pidió que dijese algo, cualquier cosa, para poder terminar la escena. A pesar de estos problemas y de que su trabajo en la película sólo dura siete minutos, Montgomery Clift fue nominado por cuarta vez como mejor actor, en este caso secundario. Pero volvió a quedarse sin el Oscar.

Tras esta breve interpretación, el actor se embarca en un proyecto que le atraía especialmente, rodar la vida de Freud. A las ódenes de John Huston, interpreta Freud, pasión secreta (1962). Monty disfruta conociendo la figura de Freud, que le apasiona, pero físicamente es un desastre. A sus problemas habituales se unen ahora unas cataratas que le impiden hasta ver a sus compañeros de rodaje. Sin embargo, Montgomery cree que con este trabajo puede al fin ganar el Oscar y pone toda su energía en busca de ese fin. Pero no será ni nominado esta vez. Al final, la película excede en mucho el presupuesto y los estudios demandarán al director y al propio Monty. El largo proceso que se inicia será una nueva carga sobre la maltrecha salud de Monty. Finalmente, tras varios años de proceso, Clift saldrá vistorioso. También lo operan del problema de cataratas, pero su estado físico es penoso. A pesar de tener cuarenta años, el actor parece mucho mayor, minado por el alcohol y su fragilidad mental.

Cuando surge el proyecto de Reflejos en un ojo dorado, que debería rodarse a mediados de 1966, es de nuevo Elizabeth Taylor quién aboga en su favor. Monty está encantado con la idea de trabajar en la película. Antes de iniciar ese rodaje participa en El desertor (Raoul Lévy, 1966), un film francés mediocre sobre la Guerra Fría, para demostrar que puede trabajar de nuevo. Esta será su última película, porque el día 23 de julio de 1966, Monty moría en su habitación de su casa de Nueva York víctima de un infarto. Sería Marlon Brando, con Elizabeth Taylor, quién protagonizaría finalmente Reflejos en un ojo dorado (John Huston, 1967).

Terminaba una vida marcada por el sufrimiento y la autodestrucción que se llegó a conocer como el suicidio más largo de Hollywood. Y es que Montgomery Clift era tan frágil y tan vulnerable como mostraban algunos de sus personajes en la pantalla. Porque él y sus personajes, al final, se fundían en una sola persona.

Clift era una mirada intensa que en realidad estaba volcada sobre su alma atormentada, de manera que nos mostraba su dolor y su fragilidad. Por ello era tan intensa, tan conmovedora, tan profunda. Monty resultaba siempre auténtico. Había nacido para ser actor y aunque su carrera tiene numerosos altibajos, cada vez que aparecía en pantalla se convertía en el centro de atención y dignificaba cualquier trabajo, cualquier personaje, con ese aire triste y, a la vez, con una fuerza extraña, pero viva; una fuerza que adivinábamos que procedía de un mundo interior tan grandioso como insondable.

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