El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 29 de abril de 2012

El secreto de la pirámide



El secreto de la pirámide (Barry Levinson, 1985) es una ingeniosa invención. Como se dice al final de la película, una especie de homenage a Arthur Conan Doyle en agradecimiento a las apasionantes aventuras protagonizadas por Sherlock Holmes.

Sherlock Holmes (Nicholas Rowe) es un brillante estudiante que ya destaca por su inteligencia excepcional. En el colegio entablará amistad con un nuevo estudiante, John Watson (Alan Cox). Un serie de misteriosas muertes, aparentemente accidentales, llamarán la atención del joven Sherlock, que pronto sospechará que esconden algo más de lo que aparentan ser.

El secreto de la pirámide está en la línea de ese cine de aventuras de los ochenta orientado a los más jóvenes, un tanto ingénuo y sencillo en su planteamiento, pero que dio obras tan recordadas como Los Goonies (Richard Donner, 1985) o Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985).

Se trata de un film producido por Steven Spielberg, lo cuál explica la genial aventura que constituye El secreto de la pirámide, en la línea de las aventuras de Spielberg, con ese toque de ingenuidad y de complicidad con el espectador. El estupendo guión es obra de Chris Columbus, más conocido hoy en día por haber dirigido las dos primeras entregas de la saga de Harry Potter, Harry Potter y la piedra filosofal (2001) y Harry Potter y la cámara secreta (2002). Y la verdad es que este guión es realmente un trabajo muy bien hecho. La película posee una intriga muy bien urdida, inteligente y apasionante, a la que Barry Levinson - Rain Man (1988), Sleepers (1996) - sabe sacar todo el partido. Levinson consigue mantener la incertidumbre y la emoción con mano firme, sabe dosificar los momentos más simpáticos sin caer en excesos o en la caricatura y logra también pequeños momentos románticos con un encanto especial. 

También es cierto que algunas escenas son del todo inverosímiles, como las del artefacto volador, o muy improbables, pero forman parte de ese toque irreal, con un punto de magia o de libertad creativa, que favorece el aspecto lúdico de la aventura sin llegar a resultar excesivas en ningún momento.

El guión también tiene pequeños guiños hacia la figura del Sherlock Holmes adulto, el auténtico de Conan Doyle, donde se explican el origen del abrigo de Holmes, su pipa, su gorra o incluso el origen de su expresión más conocida, Elemental, querido Watson, y de su soltería y soledad adultas. Son pequeños detalles que nos demuestran una vez más el buen trabajo de Chris Columbus en el guión, donde se ocupa hasta de estos pequeños detalles que, aunque prescindibles, consiguen redondear un trabajo muy bueno.

Quizá el punto más endeble de todos resida en el reparto, no muy brillante en general, y que cuenta con su principal escollo en el personaje principal precisamente. Porque Nicholas Rowe interpreta a un Sherlock Holmes sin vida, aburrido, inexpresivo. Se le puede atribuir a su juventud o inexperiencia, pero a su lado Alan Cox, sin estar brillante, resulta mucho más creíble. Tampoco Sophie Ward destaca especialmente, ni siquiera el malvado, Anthony Higgins, hace un trabajo sobresaliente. Es el único pero que le puedo poner a la película y, si bien empaña un tanto el resultado final, tampoco es algo que afee en exceso el conjunto.

La película también cuenta con unos efectos especiales bastante buenos, si bien hoy en día están superados. Pero en el momento resultaban realmente logrados y nos regalan algunas de las mejores secuencias de la película, con los objetos que cobran vida en las fantásticas recreaciones de las alucinaciones que sufren algunos personajes. En especial, habría que destacar el caballero de la vidriera de la iglesia, un trabajo sorprendente y muy bien conseguido. Este buen trabajo técnico se vio recompensado con la nominación al Oscar.

Además, la película puede presumir de una ambientación y una puesta en escena perfectas, creando ese Londres oscuro, envuelto en niebla, tenebroso por momentos, que todos imaginamos en este tipo de historias.

El secreto de la pirámide es, en definitiva, una película altamente recomendable. Sin tener que recurrir a una producción grandiosa, logra con creces cumplir con sus intenciones y nos regala una intriga apasionante, unos personajes entrañables y una diversión sencilla e inteligente.

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