El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 24 de abril de 2012

El topo



Dirección: Tomas Alfredson.
Guión: Bridget O'Connor, Peter Straughan (Novela: John le Carré).
Música: Alberto Iglesias.
Fotografía: Hoyte Van Hoytema.
Reparto: Gary Oldman, Colin Firth, Tom Hardy, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Toby Jones, John Hurt, Simon McBurney, David Dencik, Stephen Graham, Ciarán Hinds, Svetlana Khodchenkova.

La tarea de adaptar a la gran pantalla la novela "El topo" de John le Carré no es sencilla; además de contar con una trama compleja, existe una magnífica serie para televisión, titulada "Calderero, sastre, soldado, espía" (John Irvin, 1979) que había dejado el listón realmente alto.

El fracaso de una misión planificada en secreto por Control (John Hurt), el jefe de los servicios secretos británicos, en Budapest para descubrir a un topo que trabaja para los soviéticos infiltrado en sus filas provoca una profunda renovación de la cúpula de mando. Control se retira y su mano derecha, George Smiley (Gary Oldman), así como otros agentes de la vieja guardia son despedidos. Sin embargo, aprovechando que Smiley ya no pertenece al servicio, le encargan la misión de continuar el trabajo de Control y averiguar quién es el topo.

Si hay algo que me molesta especialmente en este tipo de películas es la manía del director de turno de complicar la intriga más aún de lo que ya suelen resultar de por sí. Así, para quién no haya leído con anterioridad la novela de John le Carré, el comienzo de El topo (2011) puede resultar especialmente confuso. Hay una máxima bastante evidente en el cine, que Alfred Hitchcock se encargó de demostrar sobradamente, y es que si hacemos partícipe al espectador de la trama desde el principio, éste se involucra más, participa más y disfruta más de la misma. De ahí la importancia de un planteamiento inicial lo más claro posible. Y en la misma línea, todo lo que no se muestra en la pantalla se olvida o no se comprende como debiera. Tomas Alfredson se olvida de todo ello en la manera de enfocar la película. Y lo hace porque parece estar más interesado en crear ambientes, en dejar su impronta estética antes que ponerse al servicio de la historia. Su estilo resulta pretencioso, pomposo y oscuro.

Es cierto que estéticamente la película es notable. Alfredson, con la ayuda de la fotografía de Hoyte Van Hoytema, crea un universo gris, asfixiante por momentos, y muy frio que le va como anillo al dedo a una historia de personajes solitarios, ambiciosos en muchos casos, pero siempre con el miedo en el cuerpo a un paso en falso, una traición, una derrota.

Pero el problema, como apuntaba antes, es que esa frialdad en la puesta en escena la traslada también a los personajes y a la propia intriga, con lo que no transmite fuerza, tensión, nervio. Todo queda bajo un manto de asepsia que nos adormece, nos vuelve casi indiferentes a lo que sucede en la pantalla. Y creo que debería ser todo lo contrario. Puede que gran parte del problema resida en el escaso tratamiento que da a los personajes. Conocemos su función, su puesto, pero no cómo son, no llegamos a descubrirlos realmente en su fuero interno. En el caso de los personajes más secundarios, como Control (John Hurt), Percy Alleline (Toby Jones), Roy Bland (Ciarán Hinds) o el mismo Bill Haydon (Colin Firth), se puede comprender por problemas de extensión de la historia. Pero es que el mismo Peter Guillam (Benedict Cumberbatch) resulta un perfecto desconocido en realidad. Incluso al mismo Smiley tampoco se termina de conocerlo del todo. Podemos intuir ciertas cosas, como su matrimonio fallido, pero está todo traído por los pelos, sin profundidad. Y Gary Oldman, quizá por necesidades del guión, es el colmo de la frialdad, la inexpresividad y la indefinición, de manera que no se llegan a entender del todo algunas de sus reacciones. Reacciones que en el caso del personaje de Toby Esterhase (David Dencik), y aún más en la de Haydon cuando es desenmascarado, resultan aún mucho más extrañas e inexplicables.

Es evidente que ha sido la elección personal del director. Está claro que no se le puede acusar de no intentar ser original. Pero me resulta algo decepcionante ver que, contando con un material de primera, pues la novela "El topo" es de lo mejorcito que se ha escrito en el género, se ha desaprovechado gran parte del potencial de la intriga, dejando como resultado un ejercicio de estilo un tanto egocéntrico y muy personal, pero ajeno por completo a las más elementales normas en cuanto a lo que debe ser un buen film de intriga. Y medios había, empezando por un reparto bastante potente, si bien quizá no del todo aprovechado, así como medios materiales.

Es verdad que la trama es muy densa y no resulta sencillo trasladarla a la pantalla dentro de una duración más o menos al uso. Pero sin embargo, Alfredson sí que tuvo tiempo para recrearse en sus particulares detalles de estilo que, sin aportar absolutamente nada a la intriga, sólo sirven para demostrar su buen gusto estético o sus particulares tentaciones visuales.

No es que estemos ante una mala película. Sólo que se ha dejado pasar la ocasión de hacer una verdadera película de espías a la altura de los precedentes (libro y serie de televisión) y de las posibilidades de una historia apasionante, inteligente y compleja como era el relato de John le Carré.

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