El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 12 de abril de 2012

Las aventuras de Jeremiah Johnson




Dirección: Sydney Pollack.
Guión: John Milius y Edward Anhalt (Novela: Vardis Fisher).
Música: John Rubinstein y Tim McIntire.
Fotografía: Duke Callaghan.
Reparto: Robert Redford, Will Geer, Allyn Ann McLerie, Stefan Gierasch, Matt Clark, Delle Bolton.

Si tuviera que resumir Las aventuras de Jeremiah Johnson (Sydney Pollack, 1972) con una sola palabra esta sería sencillez. Pocas películas pueden resumirse tan fácilmente, pocas son tan concisas, austeras, simples y, no por ello, resulta aburrida ni banal.

Jeremiah Johnson (Roberd Redford), veterano del ejército, huye de la vida en las ciudades para buscar refugio en las montañas, donde pretende vivir de la caza y venta de pieles, lejos de la civilización. Sin embargo, los principios no son fáciles. Será gracias a la ayuda y consejos de un viejo trampero, Bear Claw (Will Geer), que Jeremiah empiece a adaptarse a la dura vida en las montañas.

Nuevo capítulo de la larga y fecunda unión de Sydney Pollack y Robert Redford, iniciada en 1966 en Propiedad condenada, aunque habían coincidido como actores ambos en El que mató por placer (Denis Sanders, 1962) ,y que dejaría títulos tan importantes como Tal como éramos (1973), Los tres días del Cóndor (1975), El jinete eléctrico (1979) o Memorias de África (1985), Las aventuras de Jeremiah Johnson está basada en unos hechos reales recogidos en la novela "Mountain Man" de Vardis Fisher y que Sydney Pollack ha sabido plasmar en unas imágenes inolvidables, merced a una simplicidad digna de los elogios más efusivos.

Cuando uno ve la película por primera vez se ve sorprendido por la belleza y la sencillez de una historia y unas imágenes que parecen ir calando lentamente en uno hasta transmitirnos su pausa, sus silencios, su calma y su fuerza, de un modo tan dulce como respirar el aroma del bosque. Al final, uno termina preguntándose cómo ha logrado hacer el director, con tan escasos elementos, un film tan denso, tan vivo y tan verdadero.

Las aventuras de Jeremiah Johnson nos cuenta la elección de un hombre que, cansado de vivir en sociedad, se embarca en la aventura extraña, pues intuimos que es un marino, de irse a las montañas a vivir de lo que cace en ellas, pero sin preparación ni experiencia. Una especie de suicidio del que, afortunadamente, como en la mejor tradición fordiana, Pollack omite darnos datos concretos. Así que subimos con Jeremiah a la montaña casi tan ignorantes como él.

A partir de aquí, comienza el hermoso espectáculo del hombre solitario enfrentado a la naturaleza y a sus límites y hay algo en ello que nos conmueve y nos exhalta, es como si nuestro pasado ancestral reviviera en nosotros a través de la elección del cazador, armado con su coraje y espoleado por la necesidad de supervivencia.

En este sentido, es lógico que se nos aparezca la grandiosa Dersu Uzala (El cazador) (1975) de Akira Kurosawa como punto de encuentro, pues en ambas se ensalza la naturaleza, al hombre y a los valores eternos como el coraje, la fuerza, la determinación, la solidaridad y la amistad. Es cierto que el film de Sydney Pollack es más modesto en todo que de Kurosawa, pero ambos están alentados por el mismo espíritu.

Las aventuras de Jeremiah Johnson es un western. Un gran western. Atípico, eso sí. Influye que se haya filmado en los setenta. De ahí la visión respetuosa y hasta de admiración hacia los indios, como pueblos valientes y nobles. Pero esta película desborda en realidad los límites del western y es también épica, poesía y hasta un poco documental.

Gran parte de culpa de la autenticidad que desprende el film reside en el selecto puñado de actores que hacen creíble y verdadera esta puesta en escena. Desde un Roberd Redford comedido y sincero a los soberbios secundarios, como Will Geer, perfecto como el viejo cazador algo tronado, pero entrañable, o Stefan Gierasch, como el excéntrico Del Gue, el pequeño Josh Albee (el niño Caleb) o Delle Bolton (la mujer india Swan), sin olvidar al jefe guerrero interpretado por Joaquín Martínez.

Y un personaje más, la naturaleza, naturalmente, a la que la fotografía de Duke Callaghan sabe sacar todo el partido posible a base de dejar que su grandiosidad hable por sí misma. Y pocos más diálogos hay en la película. No hacen falta en realidad. Pero los escasos diálogos están ahí para reforzar la historia, remarcar la soledad compartida de los cazadores, la inmensidad de cuánto los rodea y la solidaridad natural que nace en situaciones extremas.

Sydney Pollack sabe sacar todo el partido a ese excelente material a base de una sencillez que hubiera asustado quizá a otros directores. Pero es en la escasez de medios, en explotar la fuerza de lo que tiene, sin excesos, en donde reside el gran acierto y el talento de Pollack. Incluso en la escena central de la historia, la muerte de Swan y Caleb, donde se podría haber tenido la tentación de cargar las tintas para lograr un climax especial, Pollack demuestra su genialidad no permitiendo que los excesos arruinen el tono global de la historia. La fuerza de esa escena, como del resto del relato, reside en la sencillez. No hay lugar para nada más en esta película. Y en ello reside su grandeza y su belleza.

La escena final, el reconocimiento y la admiración por el enemigo fuerte, noble, que nos dignifica con su grandeza, es el punto y final perfecto a una historia soberbia y llena de vida.

Si no la han visto, no dejen pasar más tiempo sin hacerlo. Es de esas películas que se quedan con uno, sin estruendo, sin Oscars de por medio, pero con la maravillosa certidumbre de lo hermoso y lo sincero.

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