El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 27 de abril de 2012

Vacaciones en Roma



Dirección: William Wyler.
Guión: Dalton Trumbo (bajo el nombre Ian McLellan Hunter) y John Dighton.
Música: Georges Auric.
Fotografía: Henri Alekan y Franz Planer.
Reparto: Gregory Peck, Audrey Hepburn, Eddie Albert, Hartley Power, Harcourt Williams, Margaret Rawlings, Tullio Carminati, Paolo Carlini.

Vacaciones en Roma (1953) puede que no sea la mejor comedia romántica de la historia. Sin embargo, se encuentra en un puesto de honor en parte debido al excelente trabajo de la bellísima Audrey Hepburn, que debutaba como protagonista en la gran pantalla.

La princesa Ana (Audrey Hepburn) está de gira de buena voluntad por varias capitales europeas. Durante su estancia en Roma, sin embargo, se siente un tanto cansada de tanto protocolo y decide escaparse una noche de incógnito. Es entonces cuando se encontrará con Joe Bradley (Gregory Peck), que la recoge y le da cobijo en su apartamento. A la mañana siguiente, cuando Joe descubre la verdadera identidad de la joven, idea un plan para conseguir un buen reportaje personal sobre la princesa.

Vacaciones en Roma es un hermoso cuento sobre cómo una princesa desea poder vivir los pequeños placeres de la vida cotidiana. Es una escapada de un solo día y, como en el cuento de hadas, las doce campanadas pondrán fin al hechizo. El guión de este hermoso cuento fue escrito por Dalton Trumbo a finales de los años 40. Trumbo estaba en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas, con lo que no podía trabajar en Hollywood. Por ello, el guión lo firma un colega de Trumbo, Ian McLellan Hunter. No será hasta cuarenta años más tarde del estreno de la película que se reconocerá definitivamente la autoría del guión, ganador además de un Oscar, por parte de Trumbo. 

El film iba a dirigirlo en principio Frank Capra, con Elizabeth Taylor y Cary Grant de protagonistas. Pero finalmente fue William Wyler el encargado de dirigirlo. Wyler fue el que eligió a Audrey para el papel protagonista después de unas pruebas que lo dejaron convencido del potencial de la joven actriz. Audrey hasta entonces sólo había hecho pequeños papeles en algunos films y había participado en la obra de Broadway Gigi. El acierto de Wyler fue rotundo. No podríamos imaginar una princesa tan bella, tan radiante y al mismo tiempo tan natural. Nunca he visto a la actriz, que entonces tenía veinticuatro años de edad, tan hermosa como en esta película. Su trabajo fue recompensado con el Oscar a la mejor actriz. Precisamente será gracias a actrices como Audrey Hepburn o Leslie Caron que se pondrá de moda por entonces un tipo de mujer diferente a las sex symbols al uso, mujeres rubias de formas mucho más generosas. Este modelo propone a mujeres más dulces, más próximas a la adolescencia y con un aire más romántico.

A su lado, un galán con experiencia, como Gregory Peck, que en este caso me parece mucho más convincente que en otros trabajos suyos. La química entre él y Audrey es magnífica, en especial en las escenas románticas de la película, donde ambos resultan conmovedores. Y tampoco deberíamos olvidarnos de Eddie Albert y su excelente tarbajo como Irving Radovich, el amigo fotógrafo de Joe, compinche en su reportaje secreto.

Pero Vacaciones en Roma debe también, como no, gran parte de su éxito, al excelente guión en que se apoya. Como toda buena comedia, el argumento se asienta en el engaño, en las mentiras que se cuentan los dos protagonistas o, quizá, sería mejor decir lo que no se cuentan el uno al otro. Joe, sabiendo quién es ella pero deseoso de hacer un reportaje, finge que no sabe quién es. Y ella, queriendo mantener el anonimato, le oculta quién es verdaderamente, haciéndose pasar por una estudiante que se escapó del colegio.

En este juego de mentiras se basa toda la película y señala, además, la imposibilidad del amor entre los protagonistas, que sólo podrán estar juntos mientras dure el engaño. Él, además, intenta aprovecharse de la inocencia de la princesa, lo que lo convierte en un traidor, al que acabará rindiendo el amor. En relación a todo ésto, hay una escena maravillosa, la de la boca de la verdad: Joe le cuenta a Ana que morderá la mano del que mienta. Ella no se atreve a meter la mano, lo que equivale a una confesión, y él la mete haciendo la broma de que la boca se la comido, es decir, confesando también su mentira.

Finalmente, como era de esperar, ambos se acaban enamorando y es aquí cuando la película abandona el tono alegre reinate hasta entonces para lograr, desde mi punto de vista, los mejores registros. Por un lado, tenemos la escena del beso al salir del agua y luego la amarga despedida. Ambos siguen mintiéndose aún. Y entonces llega la escena final, cuando se ven cara a cara como lo que son, sin máscaras. Joe entonces le insinúa que guardará su secreto y ella confiesa que nunca lo olvidará. Es una escena hermosa, intensa, sin un diálogo abierto, pues deben mantener el protocolo y la discreción, pero donde sus miradas logran traspasar la pantalla y crean un instante maravilloso y triste que pone el mejor broche posible a una comedia inolvidable.

La película recibió nada menos que diez nominaciones a los Oscars, ganando finalmente tres, al guión y a la mejor actriz, como señalé antes, y al mejor vestuario.

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