El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 14 de agosto de 2018

Sólo los ángeles tienen alas



Dirección: Howard Hawks.
Guión: Jules Furthman.
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Joseph Walker.
Reparto: Cary Grant, Jean Arthur, Thomas Mitchell, Richard Barthelmess, Rita Hayworth, Victor Kilian, Allyn Joslyn, Sig Ruman, Noah Beery Jr., John Carroll.

A Barranca, un pueblo de Sudamérica, llega en un barco la joven corista Bonnie (Jean Arthur) camino de Estados Unidos. Durante las horas que debe esperar para proseguir el viaje conocerá a Geoff Carter (Cary Grant), un piloto que dirige una compañía de aviación en el pueblo. Bonnie se enamorará de él.

Parece ser que la historia de la película se le ocurrió a Howard Hawks cuando conoció en México a un grupo de pilotos que se jugaban la vida transportando mercancías. Esta es la base de Sólo los ángeles tiene alas (1939), un film de aventuras muy del gusto del director.

La película nos cuenta las desventuras de un grupo de pilotos que se juegan la vida a diario llevando el correo y otras mercancías a través de la cordillera de Los Andes en viejos aparatos poco fiables. Son un grupo formado por gentes muy diversas, pero unidos todos por el amor a volar y una concepción de la vida donde no tiene cabida el futuro. Es un universo masculino, de bebedores, gente ruda que oculta sus emociones y que, cuando alguien muere, sigue con su vida, como si nada hubiera pasado porque "ni todas las lágrimas del mundo harán que esté memos muerto dentro de veinte años".

Las emociones quedan para las mujeres, como la novia del piloto que muere al comienzo del film o la propia Bonnie, más desconsolada que nadie por alguien a quién había conocido hacía media hora. Y es que en el apartado de las emociones es donde la película se muestra más endeble hoy en día.

Al frente del grupo de pilotos está Geoff, un hombre duro, aparentemente insensible y que, herido por una mujer en el pasado, ha decidido no volver a fiarse de las mujeres. Piensa que no son capaces de vivir al día, sin hacer planes, sin pedirle a uno que no lleve la vida que lleva. Por eso está solo y no quiere atarse a nadie. Por eso, la llegada de Bonnie no le hace demasiada gracia. Pronto comprende que se comportará como todas las mujeres y es mejor que se marche. Pero Bonnie, quizá atraída por lo imposible, se ha enamorado de él y decide intentarlo, a pesar de todas las advertencias.

Y así se va desarrollando este drama que aúna el film de aventuras con el cine romántico, salpicado de algunas notas de comedia. Es una película que tiene en las secuencias de los vuelos quizá lo que mejor ha sobrevivido al paso del tiempo, y ello a pesar de lo superados de sus efectos especiales.

Porque el problema que le encuentro a la película es lo mal que ha envejecido ese universo varonil, aguerrido, bravucón y machista en el que mostrar los sentimientos es síntoma de debilidad y amar a una mujer significa perder la libertad. Es cierto que era la mentalidad de otra época y mi intención no es ejercer de moralista, pero me resulta complicado simpatizar, ya no digo identificarme, con ese grupo de pilotos que debería inspirarme. Es más, en un primer momento, el personaje de Geoff Carter  me resultó hasta antipático, con esa frialdad que roza lo enfermizo.

Además, el argumento resulta un tanto simplista y bastante predecible, con el piloto cobarde que terminará redimiéndose y el protagonista que se irá ablandando poco a poco hasta el momento en que llegará a llorar por la muerte de su mejor amigo. ¡Menos mal!

Otro defecto que le encontré a la película, quizá por esa falta de empatía con los personajes, es su excesiva duración, repitiéndose demasiadas escenas de vuelos peligrosos, con ciertas variaciones pero, en esencia, los mismos. Una menor duración no le habría sentado nada mal.

De todos modos, no me pareció un mal film. Sin duda es una película interesante, y más tratándose del año 1939, pero creo que hoy en día solamente podremos valorarla por su contribución a la filmografía del director, pues los conceptos que se dibujan en ella han quedado bastante obsoletos.

Para muchos, es una obra maestra. Para mí, simplemente un film que es parte de la historia de Hollywood.

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