El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 8 de agosto de 2018

Gilda



Dirección: Charles Vidor.
Guión: Marion Parsonnet (Historia: E.A. Ellington).
Música: Hugo Friedhofer.
Fotografía: Rudolph Maté.
Reparto: Rita Hayworth, Glenn Ford, George Macready, Joseph Calleia, Steven Geray, Rosa Rey, Joseph Sawyer, Gerald Mohr.

Johnny Farrell (Glenn Ford), un jugador tramposo, llega a Buenos Aires donde, por casualidad, conocerá al dueño (George Macready) de un casino clandestino. Farrell consigue que le de un empleo en el casino y poco tiempo después se convertirá en  su mano derecha.

Gilda (1946) es uno de esos títulos que no necesitan mucha presentación. En su momento, en aquella España mojigata y pueblerina, ese nombre quedó en el imaginario colectivo como sinónimo de mujer fatal, ligera de cascos y en la que no se puede confiar. Y si aún hoy en día aún es legendaria la película lo es por la famosa canción de Rita Hayworth Put the Blame on Mame, donde la actriz, plena de belleza y sensualidad, hace el streptease más púdico de la historia, con solo quitarse un guante. Y también es legendaria por la bofetada más famosa del cine, la que un celoso Glenn Ford estampa en el rostro de su amada, cuando pegar a una mujer era toda una infamia.

Sin embargo, Gilda es bastante más que esas pequeñas anécdotas, por las que ha pasado a la historia, pues es más sencillo recordar un detalle y más si ese detalle está vinculado a una de las actrices más bellas que nos dejó el Hollywood clásico.

La película es una sutil mezcla de cine policíaco y romántico que, bien mirado, tiene un argumento no muy convincente, en especial en cuanto a la trama policial, que parece más un telón de fondo para la lucha entre Farrell y Gilda. En este sentido, la película guarda cierto paralelismo con Encadenados (Alfred Hitchcock), curiosamente del mismo año, y también con la presencia de nazis refugiados en Sudamérica. Pero aquí esta parte de la historia está peor tratada.

La historia central de la película es la relación amor-odio entre Johnny y Gilda. Curiosamente, el guión no nos muestra la pasada relación entre ambos, donde se gesta ese odio mutuo. De manera muy inteligente, solo adivinamos que han sido pareja y que su ruptura ha sido traumática, sin que ninguno de los dos haya logrado superarla. Poco a poco, se van desgranando pequeñas pistas, aunque tampoco importa demasiado. Lo fundamental es la lucha de los dos, empeñados en hacerse daño, aunque con ello se lo hagan más a sí mismos, o quizá por eso mismo, como una macabra penitencia. La relación daría sin duda para un buen psicoanálisis y solo recuerdo ahora mismo una película en la que también se muestra un amor tan peligroso que llega a destruir a los amantes, como pasaba en Duelo al sol (King Vidor), de nuevo, curiosamente, también de 1946.

Gilda debería ser también ser recordada por sus diálogos, agudos, incisivos y punzantes. Prácticamente no hay ninguna frase que no tenga veneno o dobles intenciones y, vista hoy en día, donde prima más lo visual, es un placer poder disfrutar de un juego de réplicas tan rico, con algunas frases dignas de pasar a la historia: "Las estadísticas demuestran que hay más mujeres en el mundo que cualquier otra cosa; excepto insectos".

Aún así, hay que reconocer que el paso del tiempo se nota en Gilda. A día de hoy, dudo que nadie se escandalizara con el baile de Gilda y el prototipo de la mujer fatal ha dado un giro tremendo. Y es que, en el fondo, Gilda es una mujer enamorada que, por despecho, intenta darle celos al tonto de su novio, que pica el anzuelo con total ingenuidad, pero que, finalmente, es más fiel que nadie, como le aclara el policía a Johnny al final: todo lo que hizo Gilda no fue más que una comedia. Es esa sencilla aclaración la que termina de un plumazo con los celos enfermizos de Farrell. El problema que se plantea, a pesar del final feliz que nos deja el director, es cómo terminará esa pareja en el futuro, pues una enfermedad tan arraigada en Farrell no parece tan fácil de curar.

En cuanto a los protagonistas, ni Glenn Ford ni Rita Hayworth eran grandes actores, pero en esta historia la verdad es que forman una pareja que funciona de maravilla. Se percibe cierta tensión animal entre ellos que hace creíble su pasión desmedida. Además, para ella supuso la cima de su popularidad, consiguiendo el estrellato inmediato y su puesto, durante unos años, como el mayor objeto de deseo del universo masculino del mundo entero. Objeto que en 1948, su marido, Orson Welles, intentó destruir en La dama de Shanghai, cortándole la melena y tiñéndola de rubia, cuando ya el matrimonio de ambos hacía aguas.

La pena es no poder disfrutar de la belleza de Rita Hayworth a todo color, pues solo podemos adivinar la belleza de esa melena pelirroja que la fotografía en blanco y negro nos ha robado para siempre.

Más grande que su propia entidad como película, Gilda es de esos títulos que forman parte de la historia del cine. Es cierto que hoy en día nadie que la vea sufrirá el impacto que supuso en su momento, es el peaje del paso del tiempo; pero nada ni nadie le puede quitar el revuelo causado en su época y el lugar privilegiado de su intérprete entre las diosas más deseadas de la historia del cine.

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