El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 30 de agosto de 2018

Robin Hood



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Brian Helgeland (Historia: Brian Helgeland Ethan Reiff y Cyrus Boris).
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: John Mathieson.
Reparto: Russell Crowe, Cate Blanchett, Óscar Isaac, Mark Strong, Max von Sydow, William Hurt, Kevin Durand, Danny Huston, Matthew Macfadyen, Léa Seydoux, Eileen Atkins.

Robin Longstride (Russell Crowe) sirve como arquero en las tropas de Ricardo Corazón de León (Danny Huston), que vuelve a Inglaterra tras la cruzada en Tierra Santa. Sin embargo, durante un asedio a un castillo en Francia, el rey muere. Robin y sus amigos deciden abandonar la lucha y volver a Inglaterra.

Parece que han pasado para siempre los mejores años de Ridley Scott, cuando era un artista que nos sorprendía con películas tan poderosas como Alien, el octavo pasajero (1979) o Blade Runner (1982), para mí sus dos obras maestras. Luego, algunas buenas películas, pero lejos del genio de sus comienzos. Eso sí, aún demuestra, como en Robin Hood (2010), que sabe contar historias con pulso firme.

Reconozco que es difícil hacer una versión de Robin Hood que nos sorprenda, pues creo que es imposible superar, o igualar siquiera, el Robin de los bosques (Michael Curtiz y William Keighley), con el inolvidable Errol Flynn, ¡de 1938 nada menos! Por eso se puede entender que Scott decida contarnos la historia de Robin justo antes de convertirse en el proscrito de Sherwood. Si no puedes competir con el mito, intenta hacer algo diferente.

Y la historia del arquero que suplanta la identidad de un caballero, descubre su pasado y encabeza la lucha para salvar a Inglaterra de la invasión francesa tiene la épica necesaria para construir una aventura apasionante. Y hemos de reconocer que el director pone todo de su parte para conseguir un espectáculo visualmente impactante. Scott mueve la cámara con habilidad, mantiene un ritmo intenso, especialmente en las escenas de lucha, y logra una recreación de la época bastante lograda, tanto en decorados, como en vestimentas y localizaciones.

El resultado es un film que muestra su ambición por los cuatro costados, con acción, drama, traiciones, muertes y batallas espectaculares que el director lleva con mano firme logrando, a pesar de su larga duración, que transcurra de manera ágil.

Sin embargo, falla en lo más básico de cualquier película: el alma. Y es que Robin Hood es un film que nos deja fríos. Asistimos, con cierto asombro, a un espectáculo brillante, pero que no logra emocionarnos en ningún momento. Y la causa está en que los personajes centrales no están para nada bien dibujados, se quedan en bocetos, en estereotipos, que actúan según un diseño un tanto mecánico, lleno de tópicos y poco convincente.

Como, por ejemplo, el personaje de Robin que, al principio, es un simple arquero pero, de golpe, el viejo Sir Walter Loxley (Max von Sydow) le cuenta que desciende de un gran hombre, un filósofo, defensor de la libertad, lo que parece ser la causa de su muerte violenta. El problema es que, soltada así, de repente, suena a justificación barata, moralidad de andar por casa. Y, sobre todo, no es creíble, tal vez por la manera precipitada en que está contada. Además de volver a caer en el tópico de la manida libertad: mantra de todas las películas de aventuras modernas, única justificación y estandarte y que siempre va unida a la consabida democracia.

Además, el personaje de Robin no deja de ser un héroe sin profundidad; es arrogante, valiente y de nobles ideales, pero con la apariencia de estar completamente prefabricado; responde a todos los tópicos esperados, sin más. No es un héroe que despierte simpatía ni admiración, y mucho menos que resulte conmovedor. Y Lady Marian (Cate Blanchett) responde también a los ideales y prototipos actuales, en virtud de los cuales la mujer debe ser luchadora, fuerte e independiente, sin tener en cuenta la época histórica en que se desarrolla la acción. Ver a Marian en pleno campo de batalla resulta hasta grotesco. Pero son los peajes que hay que pagar en el cine actual, que busca ser políticamente correcto y no ofender a nadie, aunque por el camino se pierda cualquier viso de verosimilitud.

Pero ahí no se queda la cosa. Hay más. Y es esa moralidad idiota que ha de justificarlo todo. En este caso, que Marian se entregue a su nuevo hombre. Para que todo resulte correcto, moralmente correcto, hay que aclarar que solo estuvo con su marido una semana, tras casarse con el que era un perfecto desconocido, antes de que partiera a las cruzadas. Todo casi, casi casto y puro.

Una de las claves de una buena película de aventuras es contar con un malo de altura. Es esencial para la fuerza dramática del relato. Y de nuevo comprobamos las carencias del guión también en este apartado. Si el héroe no estaba bien definido, el malo de turno tampoco. De nuevo no pasamos de los gestos, las miradas de odio y poco más. Así no se puede insuflar vida a lo que quiere ser una gran aventura.

Conforme avanza la película, el relato de Ridley Scott va perdiendo frescura y fuerza, tras unos comienzos esperanzadores, y se van diluyendo las expectativas en un desarrollo más rutinario, plagado de estas convenciones y moralidad absurdas, y llegando poco a poco a un desenlace demasiado previsible, sin imaginación y donde, quitando el virtuosismo de las peleas, que parece que pretenden emular al desembarco de Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), pero con flechas en vez de disparos, no tenemos nada que nos sorprenda y nos emocione.

Russell Crowe cambia sus ropas de romano de Gladiator (2000), también de Ridley Scott, por el arco y la espada y, sinceramente, creo que es el actor ideal para este tipo de papeles. Hace todo lo que está en su mano para ofrecernos un personaje poderoso, atractivo. El problema no radica en su trabajo, sino en su personaje. A su lado, Cate Blanchett me parece demasiado fría, distante. No termina de haber esa química incendiaria entre ellos que habría sido muy agradecida. Lo mejor de todo, sin duda, la presencia de Max von Sydow, un gran actor que borda su papel.

Hay que reconocer que el cine de aventuras, en la actualidad, salvo escasas excepciones, parece dominado por la técnica, por el afán de ser más espectacular que nadie, olvidándose de que lo que conmueve al espectador no son las escenas de lucha o los travellings sorprendentes, sino las historias habitadas por personas creíbles, con algo que contar y que trasmitir. Y este es el defecto principal que le encuentro a Robin Hood y por lo que terminé de verla un tanto decepcionado al ver que, a pesar de los medios con los que cuenta el cine en la actualidad, se ha perdido la magia y el encanto de antaño.

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