El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 24 de agosto de 2018

La cena de los acusados



Dirección: W. S. Van Dyke.
Guión: Albert Hackett y Frances Goodrich (Novela: Dashiell Hammett).
Música: William Axt.
Fotografía: James Wong Howe.
Reparto: William Powell, Myrna Loy, Maureen O´Sullivan, Nat Pendleton, Minna Gombell, Porter Hall, Henry Wadsworth, William Henry, Harold Huber, Cesar Romero.

Nick Charles (William Powell) es un detective que ha cambiado su trabajo por un matrimonio con una mujer rica, Nora (Myrna Loy). Sin embargo, su fama le precede allá donde va. Por eso no tarda en verse implicado en la investigación de una serie de asesinatos.

La enorme química entre William Powell y Myrna Loy en la película El enemigo público número 1, del mismo Van Dyke y también de 1934, hizo que el director no dudara en volver a juntarlos para esta comedia detectivesca.

El argumento es un tanto enrevesado, con múltiples personajes que se relacionan entre sí, tres asesinatos y todo girando alrededor de la pareja protagonista, de visita en la ciudad. Más que intentar seguir el hilo de los acontecimientos, La cena de los acusados tiene más de comedia sentimental. No podemos hablar quizá de guerra de sexos, pues Nick y Nora son un matrimonio ejemplar, que se quiere, confían el uno en el otro y además se divierten juntos. Pero sí que es un placer ver como se meten el uno con el otro, lanzándose ingeniosos dardos, y sin perder nunca el buen humor y la elegancia. Y está claro que tanto William Powell como Myrna Loy son la pareja perfecta para ello.

Él es un alcohólico astuto, gracioso y un poco infantíl, pero no ha perdido su olfato de detective, aunque se tome a broma hasta su propia reputación. Nora es una mujer alegre, atractiva y que admira a su marido por encima de todo. Lo mima, lo pasa bien a su lado y le ayuda a no perder el interés por resolver un buen crimen. Juntos forman un matrimonio envidiable.

Sin embargo, a pesar de que parte del encanto de la película es su tono de comedia, donde los protagonistas nunca se toman nada en serio, eso mismo llega a parecer, por momentos, un poco excesivo, provocando escenas en las que Nick parece más un tipo idiota que otra cosa. Este sería quizá el mayor pero que se le puede hacer al film. En este sentido, no es el único personaje dibujado quizá con trazos demasiado gruesos, lo que se explica por la época en que está rodado el film.

Por suerte, el final es lo mejor de todo, aunando la intriga y emoción por descubrir al asesino con una espectacular cena donde se reúnen todos los sospechosos y donde Nick va desplegando su ingenio hasta acorralar al culpable. Sin duda, lo mejor de la película, junto a los diálogos ingeniosos y alocados, en especial del matrimonio protagonista, repletos de frases para enmarcar.

El trabajo de Van Dyke en la dirección es correcto, sin interferir en las secuencias, limitándose a una puesta en escena lo más sencilla posible, sin adornos, al servicio siempre de lo que está contando.

La película se rodó en apenas catorce días y fue tal éxito de taquilla que dio lugar nada menos que a una saga de films protagonizados por esta pareja de actores, encarnando al matrimonio Charles: Ella, él y Asta (W. S. Van Dyke, 1936), Otra reunión de los acusados (W. S. Van Dyke, 1939), La sombra de los acusados (W. S. Van Dyke, 1941), El regreso de aquel hombre (Richard Thorpe, 1945) y La ruleta de la muerte (Edward Buzzell, 1947); además de estar en la base de lo que serían, mucho más tarde, series de televisión donde un matrimonio de detectives resuelven juntos los casos que se les presentan, como McMillan y esposa (1971-77), con Rock Hudson y Susan Saint James o Hart y Hart (1979-84), protagonizada por Robert Wagner y Stefanie Powers.

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