El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 10 de agosto de 2018

A quemarropa



Dirección: John Boorman.
Guión: Alexander Jacobs, David Newhouse y Rafe Newhouse (Novela: Donald E. Westlake).
Música: Johnny Mandel.
Fotografía: Philip Lathrop.
Reparto: Lee Marvin, Angie Dickinson, Keenan Wynn, John Vernon, Carroll O´Connor, Lloyd Bochner, Michael Strong, Sharon Acker.

Traicionado por su mejor amigo y su esposa, que le roban su parte del botín y lo dan por muerto, Walker (Lee Marvin), una vez recuperado, no piensa en otra cosa que en vengarse.

Los años sesenta del pasado siglo, si bien los primeros síntomas del cambio tuvieron lugar un poco antes, suponen un giro en la industria del cine norteamericano. El fin del estricto código Hays, que vigilaba e imponía normas sobre la moralidad de las películas, además de los cambios radicales en la sociedad de aquellos años, motivaron una pequeña revolución en la manera de entender el cine, tanto por parte de nuevos directores como del público, al que los viejos moldes clásicos ya no les valían.

Es dentro de esta tendencia renovadora donde debemos encuadrar A quemarropa (1967), que visita de nuevo el thriller pero con una nueva interpretación.

Muy influenciado por la nouvelle vague, John Boorman, en su segundo largometraje, intenta darle un tratamiento original a una vieja historia. Para ello, no duda en recurrir a flashbacks, como en el arranque de la historia, visiones del protagonista en sueños, recuerdos recurrentes, cambios de decorados... que intentan reflejar las tensiones del protagonista y sus obsesiones, con lo que la historia pretende adquirir unos connotaciones distintas a lo que habitualmente eran los films de este corte.

El problema es que todas aquellas innovaciones, especialmente las de los años sesenta, estaban demasiado ligadas a unas modas y unos gustos que no han resistido demasiado bien el paso de los años. Lo que entonces podía pasar por moderno y revolucionario, hoy en día, desprovisto de ese aire innovador, no deja de ser un ejercicio de estilo un tanto desfasado y, por momentos, aburrido.

Así, A quemarropa se queda un poco en tierra de nadie, indefinida. Como film de acción es un tanto aburrido, sin nervio. La supuesta violencia está a día de hoy más que superada, con lo que tampoco esas escenas nos van a sacudir especialmente. Y como estudio de la mente atormentada del protagonista o de su necesidad de venganza, tampoco el film resulta especialmente inspirado, ya que tampoco consigue realizar un retrato preciso de Walker, más allá de su rudeza y su obstinación en recuperar su dinero y vengarse.

Desde mi punto de vista, la película se ha quedado, como muchos otros films de aquellos años, en un experimento que buscaba indagar en nuevas posibilidades expresivas del cine, evitando terrenos considerados ya superados, pero a la que el paso del tiempo desvela sin piedad sus carencias, una vez despojada de sus "deslumbrantes" efectos estilísticos.

Lee Marvin, uno de los duros del cine americano, me parece mucho mejor secundario que protagonista. Su inexpresividad, que puede aportar un plus de dureza a su personaje, no termina de convencerme. Como el resto del reparto, de hecho, atrapado en un experimento que resta espontaneidad a sus interpretaciones.

Tampoco ayuda un guión demasiado esquemático y que hasta puede parecer, en algunos momentos, hasta ridículo, con esas constantes alusiones a la "organización", que terminan por resultar, en su simplicidad, más graciosas que convincentes. Esta sencillez extrema del argumento hace que bastantes escenas de la película parezcan casi más relleno que otra cosa, como si hubiera que cubrir minutos para darle al film cierta duración mínima indispensable. De hecho, sin ser un film especialmente largo, la falta de ritmo y agilidad narrativa en muchos momentos hacen que parezca de mayor duración.

En definitiva, una pequeña decepción para un film ensalzado por parte de la crítica y que es, para muchos, una referencia de un nuevo estilo de thriller, donde la experimentación narrativa es ensalzada por encima, creo yo, de sus verdaderos méritos.

En 1999, Brian Helgeland realizó un remake titulado Payback e interpretado por Mel Gibson.

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