El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 8 de enero de 2025

La caída del imperio americano



Dirección: Denys Arcand.

Guión: Denys Arcand.

Música: Mathieu Lussier y Louis Dufort.

Fotografía: Van Royko.

Reparto: Alexandre Landry, Maripier Morin, Rémy Girard, Louis Morissette, Maxim Roy, Pierre Curzi, Vincent Leclerc, Patrick Émmanuel Abellard, Florence Longpré, Eddy King.

Pierre-Paul (Alexandre Landry) es un doctor en filosofía desengañado que trabaja como repartidor. Un día es testigo de un atraco que termina en tragedia y tiene la posibilidad de hacerse con el botín del mismo: muchos millones de dólares canadienses.

La caída del imperio americano (2018) es una comedia escrita y dirigida por el quebequés Denys Arcand donde vuelve a los temas que le preocupan: la sociedad actual, la burguesía o las relaciones humanas, que había explorado en dos de sus obras más reconocidas: El declive del imperio americano (1986) y su continuación, Las invasiones bárbaras (2003).

En esta ocasión, Arcand nos cuenta una historia que gira en torno a Pierre-Paul, un joven inteligente con problemas para relacionarse con los demás, salvo con los mendigos y los vagabundos y que, de repente, consigue una cantidad desorbitante de dinero que le puede cambiar al vida. A pesar de su inteligencia, o precisamente a causa de ello, Pierre-Paul es el fondo una persona muy ingenua y ello lo convierte en un personaje atractivo con el que empatizamos de inmediato. 

Y es ese dinero, conseguido ilícitamente, lo que motiva el desarrollo de toda una serie de acontecimientos y encuentros en los que el director critica sin tapujos la sociedad capitalista, sus contradicciones, el juego de las apariencias, las relaciones sociales y todo cuanto se ponga a su alcance. La idea subyacente es que nada es lo que parece ser y que las personas más genuinas a veces son las que la sociedad bienpensante precisamente deja de lado. 

La caída del imperio americano no es tampoco un film dogmático; Arcand no nos ofrece una fórmula mágica que solucione los problemas que plantea, tampoco tiene un discurso moralizador, como que el protagonista devuelva el dinero robado, por ejemplo. Es evidente que el director no pretende mostrar un camino, sencillamente expone diversas situaciones donde toma partido por los desfavorecidos, los marginales, en contra de un sistema corrupto y sin solución. Solo queda buscarse la vida al margen, engañarlo e intentar ser feliz. Y para ello, el dinero ayuda, claro, pero sobre todo el mensaje incide en la honestidad, el amor y la compasión.

En cuanto a la realización, Denys Arcand arranca con fuerza el relato que mezcla con inteligencia su vertiente más intimista y profunda con un desarrollo conciso y no exento de ritmo. Sobre todo la primera mitad de la película resulta apasionante, en parte por lo original del planteamiento y en parte por lo impredecible del desenlace. Además, el reparto consigue resultar atractivo y cercano, especialmente los tres protagonistas principales (Alexandre Landry, Maripier Morin y Rémy Girard), lo que hace mucho más cercanas sus aventuras, pues desde el primer momento nos sentimos próximos a ellos.

Sin embargo, conforme avanza la historia, el ritmo decae en una serie de secuencias que alargan demasiado el desarrollo, provocando cierto marasmo en la parte final, que es cuando deberíamos encontrarnos los mejores momentos de la historia. No es nada tan serio como para arruinar una experiencia gratificante, pero penaliza un poco la satisfacción global. En todo caso, creo que es una comedia original, simpática, inteligente y muy recomendable.

viernes, 3 de enero de 2025

Asuntos sucios



Dirección: Mike Figgis.

Guión: Henry Bean.

Música: Mike Figgis, Anthony Marinelli y Brian Banks.

Fotografía: John A. Alonzo.

Reparto: Richard Gere, Andy García, Nancy Travis, Laurie Metcalf, Richard Bradford, William Baldwin, Michael Beach, Faye Grant, Katherine Borowitz, John Kapelos. 

El sargento Raymond Avilla (Andy García) acaba de ingresar en Asuntos Internos. Su primer caso le lleva a investigar a un antiguo compañero, Van Stretch (William Baldwin), que está implicado en una trama de corrupción que dirige Dennis Peck (Richard Gere), un veterano policía con una muy buena reputación en el cuerpo.

La línea que separa una buena película de una mediocre a veces es muy delgada y Asuntos internos (1990) es la prueba evidente de ello.

Para empezar, la cinta resulta prometedora: la labor de un policía de Asuntos Internos vista en primera persona y no, como suele ser habitual, de manera indirecta. Además, la presencia de Richard Gere, en aquellos años en la cima de su carrera, aporta el toque de calidad y atractivo necesarios. Otra cosa es Andy García, un actor demasiado artificial y con unas poses que no resultan para nada naturales, si bien en esta ocasión creo que le van bien a su personaje.

Sin embargo, las promesas que se anticipan al comienzo pronto empiezan a verse defraudadas, y eso que Mike Figgis opta acertadamente por un enfoque menos orientado a la acción, buscando un ritmo pausado y darle al relato un peso propio, alejado de un acercamiento más visceral. El problema es que el guión resulta demasiado endeble para ese tratamiento con aspiraciones serias y conforme avance la historia vamos comprobando que el argumento está más vacío de lo que sería deseable. Los personajes son planos, la investigación en que se ve inmerso Avilla carece de profundidad y al final la historia nos lleva a un simple enfrentamiento entre Dennis Peck y Raymond Avilla demasiado superficial y con muchos momentos que no aportan demasiado.

La sensación que desprende Asuntos internos es la de un film cargado de ambiciones que, sin embargo, carece de argumentos para aspirar a algo serio. Es un quiero y no puedo donde el director intenta dejar su sello, muy evidente en la puesta en escena, sin lograr convencernos de que tiene el talento suficiente. Es más, incluso en algunas escenas su trabajo resulta algo chapucero y convierte la cinta en algo anticuado, a pesar de que es una película relativamente moderna.

Para colmo de males, el desenlace resulta casi absurdo, dejando la impresión de que solamente perseguía una dramatización extrema, incluso si ello resultaba escasamente creíble e incluso tosco.

En definitiva, una película del montón con más aspiraciones que resultados. Sin mucho interés.