El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 13 de enero de 2012

Cuando un hombre ama a una mujer



Alice y Michael Green (Meg Ryan y Andy García) son el matrimonio perfecto: guapos, con una buena posición económica, felices y disfrutando de un amor apasionado. Sin embargo, Alice tiene un pequeño problema: bebe demasiado y llega un día en que ya no puede pasar sin una botella cerca. 

A primera vista, Cuando un hombre ama a una mujer (Luís Mandoki, 1994) parece tratar el tema del alcoholismo. Y en efecto, esta adicción está en el centro de la historia. Ello nos podría llevar a compararla con la magnífica Días sin huella (Billy Wilder, 1945) o la más cercana en el tiempo Días de vino y rosas (Blake Edwards, 1962). Pero bien mirada, la película es más un drama familiar, los problemas en una relación de pareja, quedando finalmente el tema del alcoholismo en un segundo plano. En esta película se intentan analizar las causas que han llevado a Alice al alcoholismo, como una infancia problemática que no ha superado o a causa de su escasa autoestima y también, finalmente, por culpa de un marido demasiado perfecto y protector que termina por anularla.

El tema es interesante en principio y quizá demasiado complejo para afrontarlo en una película de estas caracterísitcas. Pero el principal problema es que al mexicano Luís Mandoki se le va la mano y termina por estropear la película llevándola al terreno del drama lacrimógino y sensiblero, con final feliz un tanto forzado y bastante previsible como colofón. Es el riesgo que se corre cuando se tratan temas así.

De entrada, la película parece arrancar con una imagen del matrimonio típica de una postal: un mundo feliz y perfecto, la vida soñada por cualquiera. No resulta convincente, claro. Y por aquí empieza a adivinarse que la película puede torcerse. Y lo hace a base de un fotografía preciosista y empalagosa y una banda sonora en la misma línea que no terminan de cuadrar del todo con el trasfondo dramático de la historia. Este gusto por las formas un tanto vacío y pretencioso empieza a chirriar muy pronto. Mandoki acaba transformando un tema delicado en un melodrama más propio de un telefilm barato. Y el problema es que tampoco consigue resultar conmovedor por completo, ni convincente. Puede que por esa estética tan relamida o por no conseguir unos personajes que resulten más intensos o más verdaderos. Y en ésto influye notablemente la pobre interpretación de Andy García, para mí demasiado hierático, frío e inexpresivo en muchos momentos. Meg Ryan, sin embargo, resulta más convincente, en un papel por el que parece querer reivindicarse como una actriz todoterreno, no sólo como una buena intérprete de comedias. Afortunadamente, las dos niñas de la película (Tina Majorino y Mae Whitman), ambas debutantes en el cine, resultan muy naturales a pesar de esa tendencia del cine noreamericano de hacer que los niños tengan papeles casi de adultos.

Cuando un hombre ama a una mujer tiene, también, el defecto de una duración excesiva, especialmente en la segunda parte, cuando Alice ha dejado la clínica de desintoxicación y regresa a su casa. Es esta la parte más crucial del drama y es aquí cuando el film se vuelve más sensiblero y se alarga la trama excesivamente.

En definitiva, una película con ciertas pretensiones, pero que no ha sabido afrontar un tema demasiado delicado y peligroso con el rigor necesario, convirtiéndose en un melodrama un tanto simple, superficial y efectista que no convence y que acaba cansando y donde uno espera impaciente el final para poder pasar página.

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