Dirección: Francis Ford Coppola.
Guión: Francis Ford Coppola (Novela: John Grisham).
Música: Elmer Bernstein.
Fotografía: John Toll.
Reparto: Matt Damon, Danny DeVito, Claire Danes, Jon Voight, Danny Glover, Mickey Rourke, Mary Kay Place, Roy Scheider, Virginia Madsen, Teresa Wright.
Legítima defensa, de John Grisham (1997) es una nueva adaptación al cine de una novela de John Grisham, aunque en esta ocasión la trama no verse en torno a una oscura conspiración, como en El informe pelícano (Alan J. Pakula, 1993), o la corrupción de un bufete de abogados, como era el caso de La tapadera (Sydney Pollack, 1993). Si tuviera que buscarle un parecido, me iría sin duda a Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000).
Rudy Baylor (Matt Damon) acaba de licenciarse en derecho, pero tiene que ganarse la vida trabajando en un restaurante. Un cliente del mismo le presenta a un exitoso y extraño abogado, Bruiser Stone (Mickey Rourke), que le ofrece trabajar para él a comisión. Rudy, de momento, sólo tiene dos casos de su época de prácticas: el testamento de una anciana y una posible demanda de una familia contra su compañía de seguros, que se niega a financiar el tratamiento médico de su hijo, gravemente enfermo de leucemia.
Película dirigida por encargo por Francis Ford Coppola, lo que podría explicar que no se trate de uno de sus mejores trabajos, limitándose a una puesta en escena sobria y eficaz pero un tanto impersonal. El libro que da origen a este film está considerado como el mejor de Grisham, pero no parece de los más sencillos de adaptar a la gran pantalla. Coppola se esfuerza en mostrarnos el lado más humano de los protagonistas y condensar todas las emociones interiores en algo más de dos horas; tarea de la que sale bastante airoso, pues la película logra un acertado equilibrio entre el desarrollo de la historia y el retrato de las emociones personales de los protagonistas, a pesar de utilizar la voz en off del abogado en algunos momentos, recurso que, en este caso, no termina de convencerme del todo.
El principal problema que encuentro a esta película es que no resulta para nada convincente. Y no por culpa de Coppola, sino por la historia, por la novela de Grisham. No dudo que el caso se de realmente; seguramente y por desgracia más frecuentemente de lo que pensamos. Pero el problema es que el argumento simplifica demasiado los hechos, tal vez por las limitaciones del medio y el tiempo, alineando a los malos en un bando y a los buenos en el opuesto sin matices ni medias tintas. La compañía de seguros es pérfida hasta decir basta y sus abogados son el mismísimo demonio. Del otro lado, por una parte una familia humilde que donaría diez millones de dólares sin pestañear o que, una vez obtenida una indemnización millonaria, cuando les dicen que no la van a cobrar, se queda tan contenta. Y después el personaje de Matt Damon, con un corazón de oro, honesto, sensible, compasivo, que trasciende las relaciones profesionales para llegar a unas implicaciones afectivas y personales con sus clientes. Todo queda demasiado delimitado, demasiado nítidos los contendientes y, por ello, menos convincentes, menos reales.
Y ello sin quitar mérito al trabajo de Coppola. Muchos opinan que el tratamiento que le da al film es distante y que resta emoción a la trama. Para mí, el trabajo de Coppola en este sentido es perfecto. El dolor en el juicio se palpa en el aire. La historia de la joven maltratada pone los pelos de punta. Lo que evita Coppola con mucho acierto es caer en lo melodramático, cargar demasiado las tintas. Con ello si que se hubiera cargado la película, que ya de por sí deriva de un film sobre el mundo del derecho hacia un drama judicial en un giro que, en otras manos, no se sabe bien a dónde nos hubiera llevado.
Otro aspecto interesante de la película es la reflexión que se hace acerca del mundo de la justicia. Por un lado se nos muestra a una serie de personajes dudosos que parecen campar a sus anchas en un submundo de engaños y abusos, como por ejemplo los abogados de la compañía de seguros, capitaneados por el odioso Leo F. Drummond (Jon Voight), o el tramposo Bruiser Stone (Mickey Rourke) o el juez corrupto Harvey Hale (Dean Stockwell). A su lado, se contrapone la figura casi angelical del joven Rudy. Se puede pensar que todos empezaron igual de puros e idealistas y la profesión los llevó al lado oscuro. Por ello, la película se encarga de explicarnos, en un final que para mí está un tanto de más, con una advertencia no muy convincente, que sólo los malvados sucumben, pero que siempre hay la posibilidad de elección cuando se es honrado, cuando uno evita cruzar ciertos límites.
Sin duda, uno de los méritos de la película reside en el estupendo reparto. Matt Damon es un actor que me gusta especialmente y que puede encarnar cualquier tipo de papel de manera solvente; en este caso su personaje de abodago inexperto y de buen corazón, que creo que interpreta con absoluta convicción. También me ha gustado el trabajo de Claire Danes como la esposa maltratada; me parece que aporta mucha dulzura a su papel. Y tanto Mary Kay Place, como la señora Black, como Johnny Whitworth, como su hijo enfermo, están realmente conmovedores. Pero es que luego tenemos a una serie de secundarios de lujo que conforman un reparto excelente: Danny DeVito, Jon Voight, Mickey Rourke, Dean Stockwell o Roy Scheider. Algunos, como estos dos últimos, con una presencia casi testimonial, pero es de agradecer que a veces se cuiden estos detalles, pues el trabajo de los actores de reparto a menudo es el que marca las diferencias entre un film bueno y otro malo.
Quiero hacer inciso sobre el personaje interpretado por Danny DeVito. A pesar de que su trabajo es impecable, Deck Shifflet no termina de convencerme. Quizá más que su personaje en sí, que aporta su grano de arena a la historia y hace más verosímil la actuación del novato Rudy, al contar con el apoyo de un perro viejo, lo que no termina de gustarme es como acaba derivando en la pieza cómica de la historia. Pienso que no era necesario darle ese matiz y que incluso estropea en algunos momentos el clima dramático del juicio. Es sólo una impresión personal.
Así pues, Legítima defensa, de John Grisham es una película que cuenta con el aliciente de tener a un gran director al mando, además del atractivo inherente de las películas con juicios. Es verdad que el desenlace es más que previsible, que la simplicafición entre buenos y malos es demasiado radical y que la historia tampoco es que aporte nada verdaderamente novedoso. Pero en términos generales, se trata de una película entretenida, con una buena historia bien contada, de hechura sin tachas y que sirve para pasar un buen rato. Nada más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario