El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 23 de enero de 2012

El compromiso



El compromiso (1968) fue una de las últimas películas dirigida por Elia Kazan y supone una especie de confesión, una mirada atrás hacia su vida, sus orígenes y sus miedos.

Eddie Anderson (Kirk Douglas), un ejecutivo de éxito, intenta suicidarse una mañana camino del trabajo. Tras sobrevivir al accidente, se encierra en un mutismo casi absoluto, negándose a volver al trabajo. Cuando al fin decide sincerarse con su mujer Florence (Deborah Kerr), le confiesa que no es feliz consigo mismo.

El compromiso, con guión del propio Kazan, está basado en una novela suya semiautobiográfica de 1967, "The Arrangement". La película es un intento de explicar y profundizar en la crisis existencial de un hombre que, en apariencia, tiene todo lo necesario para ser feliz. Sin embargo, le falta lo fundamental: estar orgulloso de sí mismo.

Podría interpretarse la película como un estudio sobre la crisis de los cuarenta. De hecho, tiene todos los síntomas. El desencadenante de la crisis de Eddie será la ruptura con su amante Gwen (Faye Dunaway), cansada de sus promesas de que dejaría a su mujer por ella. A partir de ahí, el mundo de Eddie comienza a venirse abajo. Él hubiera deseado ser escritor, pero un padre autoritario lo encaminó hacia el mundo de los negocios. Sin embargo, Eddie comprende que no es feliz con la vida que lleva, llena de mentiras y engaños hacia su mujer, su amante y, especialmente, hacia sí mismo. Elia Kazan nos lleva a un viaje hacia el interior de esta persona y vamos conociendo sus miedos, sus desilusiones y fracasos en un recorrido que lo lleva a bucear en su juventud y en las tensas relaciones de con sus padres.

La propuesta es interesante y Kazan se toma el trabajo muy en serio, sin concesiones a la galería. No se trata de contar una historia, sino de expantar demonios en una especie de terapia colectiva. El problema principal reside en cómo afrontó Elia Kazan la puesta en escena de un material tan delicado y tan complejo.

Por un lado, el director parece que no supo o no pudo resistirse a la moda de los sesenta a nivel estético y lo que quizá era, entonces, una seña de modernidad, se convierte en un planteamiento estético cansino, pedante y desfasado, con una cámara nerviosa, primeros planos de objetos cotidianos, ángulos forzados, mezcla de realidad e imaginación, de presente y pasado y un cuestionable recurso al desnudo, tal vez como signo de modernidad. Visulamente la película pierde, para mi gusto, elegancia y, vista desde la actualidad, resulta demasiado deudora de los gustos estéticos de la época.

Por otro lado, Kazan peca de ser demasiado detallista con la historia, que se alarga en exceso y, al tratarse de un film donde dominan absolutamente los diálogos, hay muchos momentos en que resulta algo pesada. Sobra metraje, en especial en la parte en que se centra en las relaciones de Eddie con sus padres. Si bien ese inciso explica parte de los traumas del protagonista, no favorece al desarrollo y al ritmo general.

En cuanto al reparto, me parece lo mejor de la película, con un Kirk Douglas magnífico que resulta absolutamente convincente en su papel. A su lado, tanto Deborah Kerr como Faye Dunaway, esta última especialmente hermosa, demuestran su gran talento con unas actuaciones magníficas. Y no nos olvidemos de un secundario de lujo como Richard Boone, haciendo del padre autoritario de Eddie.

Bien resuelta en cuanto al planteamiento y desarrollo de la crisis personal de protagonista, con algunos momentos especialmente interesantes, como cuando intenta rehacer su vida y choca irremediablemente con el pragmatismo y materialismo de su esposa, aplaudo también el final feliz en este caso, con la reconciliación con la amante, única persona que parece comprenderlo verdaderamente, a pesar de la relación tan particular como la que existe entre ellos.

El compromiso me parece una de las propuestas más sinceras del director, quizá afrontada no en unos de los mejores momentos de su carrera, pues Kazan sólo rodaría dos películas más en su vida y que, a pesar de sus defectos, resulta una historia muy interesante y donde muchos se verán sin duda identificados, en mayor o menor medida.

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