El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 22 de enero de 2012

No es país para viejos



Con las señas de identidad de su cine, Joel y Ethan Coen se suben al carro de los Oscars con No es país para viejos (2007), un film de impecable factura pero un tanto vacío de contenido.

Mientras cazaba antílopes en el desierto de Texas, Llewelyn Moss (Josh Brolin) descubre por casualidad a un grupo de hombres muertos a tiros. En una furgoneta encuentra un cargamento de droga y, algo más lejos, otro cadáver con una maleta con dos millones de dólares. Moss decide quedarse con el dinero.

No es país para viejos está basada en la novela de Cormac McCarthy del mismo título, publicada en el 2003 y que se convirtió en un éxito de ventas. La obra de McCarthy, muy violenta y cargada de humor negro, atrajo el interés de los Coen por una historia que casa muy bien con su gusto por la violencia, como pudimos ver en Fargo (1996), por ejemplo; título que guarda ciertas similitudes con éste, donde se cambia el paisaje helado por el desierto.

Los Coen realizan aquí, principalmente, un ejercicio de estilo, creando un film muy personal y con marcadas señas de identidad. Por una parte, tenemos un ritmo pausado, a veces ceremonioso, recreándose los directores en pequeños detalles o gestos banales. Se adorna además con una excelente fotografía que subraya el tono pesimista del film y crea una atmósfera a veces asfixiante y siempre misteriosa. Y como remate de esta experiencia visual y sensorial, una violencia explícita, cruda y a veces excesiva y gratuita que parece ser una de las señas de identidad de los hermanos Coen, y también de parte de la nueva hornada de cineastas, con Tarantino al frente.

Además, la película cuenta con un reparto magnífico donde es difícil destacar a un actor por encima de otro. Tommy Lee Jones es un sheriff a punto de jubilarse, desencantado, que intenta poner algo de orden en un mundo que se le escapa de las manos y de su entendimiento. Su interpretación es tan sencilla como perfecta. Después tenemos a Josh Brolin, con un muy buen trabajo también, aunque no se vea muy favorecido por la indefinición de su personaje. Algo que no sucede con Anton Chigurh, el asesino implacable interpretado a la perfección por Javier Bardem, ganador del Oscar al mejor secundario. Su encarnación del mal es realmente terrorífica.

Sin embargo, todo el despliegue formal de los Coen se ve reducido prácticamente a la nada en cuanto a la historia en sí. Parece que hay una tendencia actualmente a potenciar los aspectos visuales en detrimento de las historias. Puede que ello provenga de la moda de adaptar historias del cómic o de una especie de recuperación de las claves del spaghetti western, pero el caso es que parece que un mero ejercicio formal impecable ya es más que suficiente para otorgar galones de obra de arte a una película.

En este caso parece evidente, con el Oscar a la mejor película de No es país para viejos. Pienso, sin embargo, que un buen film debe tener también una historia y en este caso el argumento parece importar poco a los Coen. No conocemos nada de los protagonistas, personas sin historia alguna, sabemos incluso menos del tema de la droga y los diversos personajes que van apareciendo tras la pista del dinero. Por otra parte, la persecución de Moss resulta a veces un tanto sorprendente e increíble, tanto por parte de Chigurh (Bardem) como de Carson Wells (Woody Harrelson), personaje que en realidad no aporta gran cosa a la historia. Incluso, cuando llegamos a los pasajes clave de la película, éstos no se explican adecuadamente, quedando para el espectador la posible interpretación. Como decía, un ejercicio deliberado de estilo que puede gustar más o menos, pero que creo que cojea de una de las piezas más importantes de una película.

Por si ello no bastara, pienso que la historia se alarga excesivamente. Durante tres cuartas partes, los Coen consiguen crear un clima tenso que nos engancha por lo impredecible de la historia y por el miedo que sentimos por Moss, acosado por un psicópata implacable. Esa tensión y la incertidumbre del final son las que nos mantienen en vilo durante gran parte de la película. Pero cuando asistimos finalmente a un desenlace confuso y que se extiende en varios epílogos un tanto innecesarios, la historia comienza a hacerse demasiado pesada, perdida ya la incertidumbre y la tensión. Al no haber definido con precisión a los personajes, las escenas finales del sheriff resultan un tanto frías o fuera de lugar, incompresibles si las comparamos con el esquematismo general del film.

En todo caso, la película obtuvo ocho nominaciones y salió ganadora en cuatro apartados: los premios ya citados a la mejor película y actor secundario y además ganó el Oscar al mejor director (Joel y Ethan Coen) y al guión adaptado (también de los hermanos Coen).

No es país para viejos es una obra muy peculiar, tremendamente personal y con características que sin duda fascinarán a gran parte del público y la crítica pero que, desde mi punto de vista, desperdicia parte de su potencial al orientarse exclusivamente hacia la parte formal, muy bien resuelta, todo hay que decirlo.

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