El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 9 de enero de 2012

Un americano en París


Un americano en París (Vicente Minnelli, 1951) figura entre los mejores musicales clásicos de Hollywood, al lado de títulos míticos como Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954) o Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, Gene Kelly, 1952). Sin duda, méritos reune para ello, si bien mis gustos van más en la línea del musical más serio y comprometido que se hará a partir de los años sesenta y setenta y que tendría en Cabaret (Bob Fosse, 1972) a su buque insignia.

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, Jerry Mulligan (Gene Kelly), un pintor norteamericano, decide quedarse a vivir en París para perfeccionar su arte. Un día que expone sus cuadros en Montmartre, una rica americana decide comprar dos de ellos, pasando a convertirse en su mecenas, aunque parece interesarle más el hombre que el artista.

Si algo flojeaba en los musicales clásicos eran los guiones. Planteados generalmente a modo de comedias ligeras, las historias solían ser bastante simples, con un humor un tanto infantíl. Un americano en París no sólo no se libra de ello, sino que es el ejemplo perfecto de este estilo. La historia se reduce a un lío amoroso con tres vértices donde Kelly es perseguido por una elegante millonaria ociosa, encarnada por Nina Foch, mientras él intenta seducir a una dulce Leslie Caron. Poco más hay que contar del guión, salvo que es totalmente predecible, bastante rutinario y con un tono alegre e irreal que ha envejecido bastante mal.

Pero es que eso no es más que el esqueleto necesario, pero muy secundario, de un film que se centra en el espectáculo musical y visual. Y aquí es donde la pareja Minnelli-Kelly saca a relucir su talento.

La película se apoya en dos conocidos temas de George Gershwin ("I Got Rhythm" e "It's Wonderful") para dar rienda suelta a la imaginación colorista de Vicente Minnelli y las coreografías de Gene Kelly, para lucimiento personal de este último. La verdad es que el apartado visual de Un americano en París es espectacular, desde la aparición de Leslie Caron hasta el baile de ella y Kelly a orillas del Sena al ritmo de la canción "Our Love Is Here To Stay". Minnelli se recrea en el uso de los colores para componer llamativos cuadros en movimiento que, desde mi punto de vista, son lo mejor de la película.

Gene Kelly, sin embargo, se muestra repetitivo, en la línea de siempre, como si interpretara una y otra vez los mismos pasos de baile. Es un bailarín brillante, potente, trasmite energía a raudales y vitalidad y alegría. Pero a la vez es pretencioso, empalagoso y pedante en sus gestos. Y lo peor, como dije antes, repetitivo hasta al aburrimiento.

Sin embargo, Leslie Caron, por el contrario, me ha dejado una muy buena impresión. Descubierta por el propio Gene Kelly, debuta en el cine con este papel. Y la verdad es que no podría comenzar mejor su carrera. Leslie se muestra frágil, femenina, sencilla, delicada y, al mismo tiempo, trasmite una sensualidad especial. El baile al borde del Sena me parece lo mejor de la película, con una elegancia y una ternura en el ambiente que le dan un aplomo y una personalidad especial al lado del tono más insustancial del resto de coreografías, salvo la que culmina el film. Se trata de una larga secuencia de cerca de veinte minutos que, particularmente, me resultó excesivamente larga, llegando a aburrirme en algunos instantes. La noto pretenciosa. Es el gran final pensado para rematar la faena, el broche de oro. Sin embargo, carece de una unidad de contenido que nos permita meternos en la fantasía y vivirla plenamente, no parece encajar tampoco con la trama amorosa y, lo que termina por fastidiarla, es demasiado larga.

Pienso que siendo un film con algunos momentos brillantes, Un americano en París está un paso por debajo de otros clásicos que cuentan con partituras más brillantes y números de baile mucho más llamativos y novedosos. Sin embargo, a nivel visual, el trabajo de Vicente Minnelli es soberbio.

Rodada en unos cantosos decorados, al desestimar la MGM el rodaje en París por el coste que acarrearía, la película fue premiada con seis Oscars de ocho nominaciones: mejor película, guión original (sí, parece un chiste), dirección artística en color, fotografía en color, vestuario en color y banda sonora adaptada.

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