Dirección: Wayne Wang
Guión: Paul Auster
Música: Rachel Portman
Fotografía: Adam Holender
Reparto: Harvey Keitel, William Hurt, Stockard Channing, Ashley Judd, Forest Whiteaker, Harold Perrineau Jr., Giancarlo Esposito
Smoke (1995) es, o pretende ser, un pequeño trozo de la vida cotidiana de varios individuos solitarios y un tanto amargados. Basada en una novela del conocido escritor Paul Auster, colaborador en la elaboración del guión y en la dirección del film, aunque sin acreditar, resulta un film sugerente pero no del todo conseguido.
Auggie Wren (Harvey Keitel) regenta un pequeño estanco de barrio en Brooklyn, con una clientela fija en la que los clientes han pasado a ser tertulianos y amigos. Entre ellos se encuentra un famoso novelista en crisis por la muerte accidental de su mujer, Paul Benjamin (William Hurt) a quién un muchacho negro salvará de ser atropellado por un camión, lo que dará inicio a una amistad entre ambos.
Lo primero que se viene a la cabeza a la hora de analizar Smoke es que se trata de un film que, bajo su apariencia sencilla, de retazo de unas vidas un tanto banales, esconde una cierta pretenciosidad que no puede ocultar y que, a la postre, es la responsable de que la película no termine de fascinarme.
Smoke es de esos films que nacen con una clara intención: dejar huella. Y es verdad que lo consigue en algunas secuencias. Pero arrastra ese lastre de cierta pedantería que, más que en el guión, se la atribuyo al trabajo tras la cámara de Wayne Wang. Wang, bajo una aparente dirección tranquila, va dejando el rastro de un estilo donde se imponen los ángulos un tanto forzados y la rigidez de la cámara en algunas situaciones cuando lo natural hubiera sido lo contrario. Al final, en muchos momentos me despistaba ese juego con la cámara, sutil pero evidente, que acaparaba la atención más que lo que estaba contando en ese momento. Aunque también puede ser, sencillamente, que lo que se cuenta no tenga la fuerza necesaria para que me olvide del juego de la cámara.
Y es que Smoke se adentra en la vida de personas más o menos normales con sus problemas cotidianos. En general, se trata de personajes solitarios marcados por algún drama en sus vidas: el escritor ha perdido a su amada por culpa de una bala perdida; el estanquero fue abandonado por la mujer que amaba y no ha podido rehacer su vida; el joven Rashid (Harold Perrineau) se va inventando una vida a su gusto mientras intenta conocer al padre que lo abondó siendo niño. El planteamiento y la intención son muy buenos, pero el resultado parece que no termina de cuajar. Puede que se trate de una impresión mía o que haya visto la película abrigando unas esperanzas demasiado elevadas. Pero el caso es que en muchos momentos me parecía que al relato le faltaba vida, brío, interés o emoción. En otros momentos sentía que los personajes estaban más cerca de la ficción que de la realidad. Puede que sea por la forma un tanto pausada y hasta con cierto distanciamiento en que parece que está contada la película. Pero el caso es que solamente en un par de secuencias la historia logró realmente conmoverme; la del relato del cuento de Navidad, por supuesto, es la primera de ellas y la segunda cuando el padre de Rashid le cuenta a éste como perdió el brazo.
De lo que no hay duda es que lo mejor de Smoke es el sorprendente reparto. William Hurt es un actor que me gusta especialmente, sobre todo desde aquella maravillosa El turista accidental (Lawrence Kasdan, 1988). Harvey Keitel no es un actor que me transmita nada en especial, pero en esta película hay que reconocer que está perfecto, con una interpretación natural y directa, sin adornos. Sorprendente también el trabajo del desconocido Harold Perrineau, un joven que parece atesorar una buena cantidad de talento. Forest Whitaker, Ashley Judd o Stockard Channing, la Betty Rizzo de Grease (Randal Kleiser, 1978), completan la parte más sobresaliente del film.
Smoke obtuvo el Oso de Plata del Festival de Berlín del año 1995.
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