El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 17 de enero de 2012

La sonrisa de Mona Lisa



Tras unos años de ausencia, Julia Roberts regresó a las grandes pantallas con esta película pretenciosa y un tanto vacía de contenidos. Ni la crítica ni el público secundaron este regreso efusivamente.

Katherine Watson (Julia Roberts), una joven profesora de arte de ideas progresistas, viaja desde California a Wellesley, en Nueva Inglaterra, en el otoño de 1953 para encargarse de las clases de Historia del Arte en una selecta y prestigiosa universidad para chicas, reputado por su conservadurismo. La mayor aspiración de sus alumnas parece ser el matrimonio. Katherine intentará cambiar esas mentalidades, animando a sus pupilas a pensar por ellas mismas y a tener aspiraciones personales, lo que le traerá problemas con la dirección del centro.

La sonrisa de Mona Lisa (Mike Newell, 2003) quiere mostrarnos como era la situación de las mujeres en la norteamérica posterior a la Segunda Guerra Mundial, un país que se había cerrado en el conservadurismo y que relegaba a las mujeres, incluso a las más brillantes, como es el caso de las estudiantes de Wellesley, al papel de devotas esposas y amas de casa. La presencia de una profesora liberal, con ideas mucho más abiertas, vendrá a alterar el orden establecido. La película se centrará en las relaciones que nacen entre esa profesora y sus alumnas, y también con los otros profesores y directores del centro. Tampoco renuncian Lawrence Konner y Mark Rosenthal, los guionistas, que se plantearon el argumento a raíz de un artículo que habían leído sobre esa universidad, a adornar la trama con un romance de la protagonista con un compañero de trabajo, mero adorno narrativo para completar la historia.

La idea central puede tener cierto interés, si bien en pleno siglo XXI no resultan demasiado sorprendentes o revolucionarias las ideas expuestas en el film, que se queda en un relato de época más o menos curioso, una reliquia casi. Es más, quizá con la idea de contentar a todos, y dentro también de una cierta lógica, la película se posiciona claramente en defensa de las opciones personales de cada uno, con lo que que si una persona decide que lo mejor para sí es dejar los estudios y casarse,  ni la misma profesora Watson será quién de rebatirlo. Radicalismos, los mínimos.

El problema de La sonrisa de Mona Lisa reside en que tanto el planteamiento como su tratamiento suenan a falsos desde el primer minuto. Veamos, técnicamente, la película es perfecta, con un cuidado de la ambientación excelente. La fotografía es espectacular por momentos y, junto con la banda sonora, crean escenas tan bellas como una postal anticuada y cursi. No es que esté mal cuidar el envoltorio, pero hasta para eso hay que saber. Pienso que Mike Newell se ha esforzado tanto por cuidar las formas que se la ha ido la mano.

Porque plásticamente la película es tan dulzona, tan estudiadamante "perfecta" que resulta empalagosa, relamida. Además, tanto envoltorio ha de tener algo dentro para que logre justificarse a si mismo sin que lo veamos como un mero ejercicio de pedantería hueca. Y el contenido de La sonrisa de Mona Lisa no termina de llenarme.

El problema quizá esté en que los personajes son tan previsibles que uno va casi siempre un paso por delante de ellos. Entre las alumnas no falta nadie: Betty (Kirsten Dunst) la guapa pijita defensora a rajatabla de la tradición pero a la que le saldrá el tiro por la culata; Giselle (Maggie Gyllenhaal), la desbocada; Joan (Julia Stiles), la alumna aplicada o Connie (Ginnifer Goodwin), la gordita sin suerte en el amor. Y el resto de personajes tampoco se salvan del estereotipo.

Pero hay un segundo tropiezo que termina por desmantelar las buenas intenciones del guión: la historia está mal desarrollada, parece como si estuviera contada deprisa, pasando de una situación otra con demasiada premura. Determinadas escenas, momentos clave en el desarrollo de la trama, que pienso que habrían necesitado una mayor profundidad, reciben el mismo tratamiento apresurado que otros momentos de tránsito, sin demasiado peso. Puede que se haya querido abarcar demasiado, pero la sensación es que se han desperdiciado los buenos momentos tontamente.

En cuanto al reparto, creo que es correcto, quizá lo mejor de todo el film. Julia Roberts ha ganado en madurez y tablas y la he notado menos gesticulante. Y tanto las alumnas, Kirsten Dunst, Julia Stiles, Maggie Gyllenhaal y Ginnifer Goodwin, como los otros secundarios, como Dominic West, el profesor de italiano, cumplen con su cometido. Aunque tambiés en cierto que Marcia Gay Harden, la profesora de buenos modales, o Donna Mitchell, la autoritaria madre de Kirsten Dunst, parecen cargar un tanto las tintas de más.

La sonrisa de Mona Lisa es, resumiendo, un film un tanto pedante y pretencioso en las formas, que acaba resultanto empalagoso, mientras que resulta demasiado bienintencionado y algo superficial en el contenido, no llegando ni a interesarnos ni a convencernos lo suficiente como para que nos llegue adentro, algo que sin duda parece que era lo que se buscaba. En cierto sentido me ha recordado a El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), de la que se queda, lamentablemente, a años luz.

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