El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 19 de enero de 2012

El halcón y la flecha



Dirección: Jacques Tourneur.
Guión: Waldo Salt.
Música: Max Steiner.
Fotografía: Ernest Haller.
Reparto: Burt Lancaster, Virginia Mayo, Nick Cravat, Robert Douglas, Aline MacMahon, Norman Lloyd, Frank Allenby, Lynn Baggett, Gordon Gebert, Victor Kilian.

Título mítico del cine de aventuras, El halcón y la flecha (1950) se sitúa en la cumbre del género al lado de películas inolvidables como Robin de los bosques (Michel Curtiz, 1938) o Los tres mosqueteros (George Sidney, 1948).

En el siglo XII, la Lombardía se encuentra sometida a la tiranía del conde Ulrich de Hesse, apodado "El Halcón" (Frank Allenby). Pero un ser libre e independiente, habitante de las montañas, llamado Dardo (Burt Lancaster) se opondrá al tirano cuando éste secuestre a su hijo, pasando a encabezar la revuelta de los oprimidos por los abusos de poder del conde.

Desconozco los mecanismos que hacen que un film de aventuras te enganche y te divierta por encima de otros que, en apariencia, parecen tener más elementos para hacerlo. Esto es en parte lo que me ocurre con El halcón y la flecha, una película que, bien analizado el guión, no parece ser nada excepcional y, sin embargo, te contagia su felicidad y su vitalidad de principio a fin.

No sé si es la ingenuidad que desprende la película, pero el caso es que lo que me transmiten estos films clásicos de aventuras no lo consiguen otros más modernos, de mejor factura, más recursos y mucho más ambiciosos. Reconozco que en muchas películas actuales acabo sintiendo predilección por los villanos, deseando que los pomposos héroes muerdan el polvo, en un extraño caso de empatía inversa.

Si analizamos la película, vemos que no está exenta de defectos, al menos en apariencia se trataría de evidentes defectos, pero en la práctica no es así. Por ejemplo, el argumento de El halcón y la flecha recuerda demasiado a Robin de los bosques, pero poco importa. Tampoco nos afecta en lo más mínimo que la separación entre buenos y malos sea tan manifiesta que resulte hasta irrisoria. Ni que el desenlace sea previsible al cien por cien. Todos estos elementos que podrían haber arruinado la emoción y el espectáculo son, al final, los culpables de que apenas seamos capaces de parpadear a lo largo de esta aventura trepidante.
 
Porque El halcón y la flecha es un espectáculo de principio a fin. Empezando por ese technicolor chillón pero fascinante (recordemos que la fotografía fue nominada al Oscar) y continuando por unas escenas de acción llenas de imaginación y un más difícil todavía que proviene directamente del mundo del circo. De hecho, debemos recordar que Burt Lancaster, productor de la cinta bajo el sello de su propia compañia, comenzó en el mundo del circo, lo que explica sus números de acróbata así como la presencia de su amigo y antiguo compañero en el circo Nick Cravat, en la primera de las diez colaboraciones de ambos en el cine. Cravat, por cierto, no era mudo en realidad, pero su marcado acento de Brooklyn motivó que se convirtiera en mudo en la pantalla. Las acrobacias de Burt Lancaster y Cravat son reales, sin dobles ni trucos.
 
Esto nos lleva a hablar de un reparto donde brilla con luz propia Burt Lancaster, verdadero protagonista para cuyo lucimiento personal parece estar diseñado todo el film. Sólo Cravat parece estar a su altura, porque los villanos, Robert Douglas y Frank Allenby, se quedan un escalón por debajo. Y no quiero olvidarme de mencionar a la bellísima Virginia Mayo, uno de los rostros clásicos más sugerentes y atractivos que consigue encandilarnos con su hermosa melena rubia y su intensa mirada.
 
La película recrea la lucha de un pueblo por librarse de un extranjero opresor de un modo demasiado simplista, pero efectivo sin duda alguna. Los buenos reunen en sí todas las virtudes mientras que el tirano no puede ser más cruel. Aparece, sin embargo, una figura más ambigua: el marqués Alessandro de Granazia (Robert Douglas), que estará de parte de uno u otro bando según le convenga. Pero salvando esta excepción, la película simplifica la trama, alinea los bandos nítidamente para una lucha más entre el bien y el mal sin matices ni sombras.
 
De las mejores películas de Tourneur, junto a La mujer pantera (1942) y Retorno al pasado (1947), con una partitura a la altura (nominada al Oscar) firmada por Max Steiner y un buen ritmo narrativo, donde prima la acción y la épica, El halcón y la flecha se nos pasa sin darnos apenas cuenta y nos deja un agradable y dulce sabor de boca, como debe ser, con ese final feliz que parece que nos toca casi a nivel personal. Y eso es un logro mucho más difícil de conseguir de lo que parece, algo al alcance de los mejores solamente.

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