El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 13 de julio de 2022

Al servicio de las damas



Dirección: Gregory La Cava.

Guión: Morrie Ryskind y Eric Hatch (Novela: Eric Hatch).

Música: Charles Previn.

Fotografía: Ted Tetzlaff (B&W).

Reparto: William Powell, Carole Lombard, Alice Brady, Gail Patrick, Jean Dixon, Eugene Pallette, Alan Mowbray, Mischa Auer.

En medio de una gincana de la alta sociedad, las hermanas Cornelia (Gail Patrick) e Irene Bullock (Carole Lombard) se acercan a un estercolero en busca de un vagabundo y encuentran a Godfrey (William Powell), que acabará trabajando como mayordomo en su casa.

Al servicio de las damas (1936) es una comedia alocada, tan de moda en la época de su realización que, bajo la superficie frívola, encierra más de lo que aparenta.

La historia bien podría considerarse una especie de cuento con moraleja incluida. El vagabundo Godfrey, que llama la atención del espectador desde el primer momento por sus impecables modales y su cuidado vocabulario, es en realidad un miembro de una rica familia de Boston al que una mujer le rompió el corazón. Por ello lo abandonó todo y encontró refugio entre los vagabundos que viven entre la basura al lado del río. Allí, entre los elementos más bajos de la escala social, Godfrey encontró verdadera compasión y amistad.

Sin embargo, un día se le presenta la oportunidad de trabajar como mayordomo para una familia adinerada y será para él un modo de darse una nueva oportunidad en la vida.

En realidad, como en un bonito cuento, Godfrey será el que salve esta vez a sus patrones de la locura y la superficialidad en la que viven. Discretamente, con su labor diaria, Godfrey enseñará a la altiva, orgullosa y vengativa Cornelia el valor de la honradez y ayudar al prójimo. También salvará de la ruina económica a Alexander Bullock (Eugene Pallette), el padre de familia amargado por el comportamiento de su esposa (Alice Brady) y sus hijas. Godfrey también se las arregla para ayudar a sus amigos vagabundos y encontrará el amor en los brazos de Irene, o eso parece.

La crítica viene con el retrato tan duro que hace de las clases altas que, en medio de la Depresión, se dedican a fiestas insustanciales, derrochando el dinero sin conciencia y con un comportamiento infantil muy censurable. La imagen que se ofrece es de personas vacías, sin valores. Las hermanas Bullock, por ejemplo, son niñas mimadas, caprichosas, acostumbradas a hacer lo que quieren sin reparar en nada más que su propia satisfacción.

En cambio, los vagabundos se muestran solidarios entre ellos. La vida les ha quitado los bienes materiales, pero ello les abrió los ojos a valores más importantes y en la miseria han descubierto la importancia de ayudarse mutuamente.

El mensaje, como se ve, es bastante sencillo y un tanto idealizado, por eso la impresión de que estamos en realidad en una especie de cuento moralizador.

Pero el mensaje tampoco debe hacernos perder de vista que estamos ante una comedia un tanto alocada. Es verdad que para poder disfrutarla plenamente hay que aceptar sus premisas, porque sino hemos de reconocer que algunos comportamientos pueden parecer ridículos, como los berrinches de Irene, por ejemplo. Pero si nos dejamos llevar, entramos en un juego de diálogos incisivos, momentos un tanto surrealistas y personajes curiosos, como la señora Bullock, una mujer que parece vivir en un mundo paralelo y que protege a un caradura sin escrúpulos, Carlo (Mischa Auer) al que su marido sí que ha calado a la primera.

Y atención a la Molly (Jean Dixon), la criada, descreída y resignada a tratar con los locos de sus amos, un personaje secundario pero que tiene algunas de las mejores frases de la película.

Gregory La Cava, especialista en este tipo de comedias sofisticadas, se mueve con soltura y va sacando todo el partido del argumento y los personajes con un muy buen ritmo que hace que el film transcurra con gran agilidad.

El único punto un tanto delicado es el personaje de Irene y su unión final con Godfrey. Irene es un personaje muy infantil y es el único, junto con su madre, que no evoluciona a lo largo de la película. Por ejemplo, Cornelia odia a Godfrey desde el principio por humillarla en el vertedero donde lo encuentra, pero cuando ve la generosidad de Godfrey con su padre y en general con todos ellos, cambia y se muestra como una mujer más sensata que ha aprendido la lección. Se entendería que de ahí pudiera nacer algo más que una amistad. Pero con Irene no sucede nada, tanto al principio como al final de la historia es la misma niña alocada y caprichosa y cuesta entender que Godfrey se pueda enamorar de ella. 

En cuanto al reparto, es perfecto. William Powell no puede estar mejor elegido para su papel. Es el mayordomo perfecto, pero porque es un caballero con educación, y Powell tiene esa clase, esa elegancia natural que le permite representar ese personaje de manera brillante. Carole Lombard era un actriz excelente, derrocha frescura, alegría, locura... Pero sería injusto no remarcar que todos los demás actores hacen igualmente un trabajo soberbio, como Gail Patrick, fría pero hermosa en su papel de hija consentida y orgullosa. 

Al servicio de las damas es una comedia original, alegre y con una hermosa moraleja muy sencilla pero que sigue  siendo cierta, a pesar de su obviedad. Además, como suele pasar con este tipo de comedias tan añejas, posee un encanto que solo el paso del tiempo es capaz de otorgar. Muy recomendable.

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