Dirección: William A. Wellman.
Guión: Lamar Trotti (Novela: Walter Van Tilburg Clark).
Música: Cyril J. Mockridge.
Fotografía: Arthur Miller (B&W).
Reparto: Henry Fonda, Dana Andrews, Mary Beth Hughes, Anthony Quinn, William Eythe, Henry Morgan, Jane Darwell, Matt Briggs, Harry Davenport, Frank Conroy.
Gil Carter (Henry Fonda) llega con su amigo Art Croft (Henry Morgan) a Bridger´s Wells, en Nevada, en el momento en que llega la noticia de que un ganadero de la zona ha sido asesinado. Ante la ausencia del shérif, los ciudadanos forman una patrulla con la intención de buscar a los asesinos y lincharlos.
Incidente en Ox-Bow (1943) es un western realmente peculiar. Sin grandes espacios, sin indios ni persecuciones, sin épica, es un relato breve, de una rara intensidad, donde se hace uno de los más terribles alegatos contra el linchamiento que he visto.
En otras películas, el linchamiento se presentaba como obra de una turba excitada, sin reflexionar, comportándose como animales. La novedad es que aquí los ejecutores saben lo que hacen, se toman su tiempo en interrogar a los acusados y escenifican una especie de juicio popular. Hasta les dan de comer y de beber, les permiten confesar sus pecados y rezar e incluso dejan que uno de ellos escriba una carta a su esposa a modo de despedida. El problema es que ni tienen autoridad para celebrar ese simulacro de juicio ni quieren conocer la verdad. Han ido en busca de cualquiera sobre el que liberar su odio y sus frustraciones, como el Mayor Tetley (Frank Conroy), que se erige en el líder de esa chusma, que parece solamente movido por el deseo de dar una lección a su pusilánime hijo, intentando hacer de él un hombre a su imagen y semejanza.
Nada de lo que dicen los acusados en su defensa les sirve de nada, todo está decidido de antemano. Y ejecutan la sentencia con frialdad, convencidos de que les ampara una extraña razón basada en la venganza, la ignorancia y la crueldad.
Incidente en Ox-Bow es un film duro, sin concesiones, un tanto extraño por la época en que se filmó. A pesar de que el espectador sospecha en todo momento de la inocencia de los acusados, cuando finalmente se descubre que no eran culpables, e incluso que el ganadero que se creía muerto no lo está, el drama adquiere toda su crudeza y nos deja completamente helados.
Cuando Carter lee la carta que Martin (Dana Andrews) escribió a su esposa a modo de despedida, delante del grupo que lo ha colgado, se comprende la gravedad de su acto y cómo pesará en sus conciencias el resto de sus vidas. El Mayor Tetley no encuentra otra salida, al fracasar como padre y ante la gravedad de sus actos, que el suicidio.
El director demuestra un talento excepcional con una puesta en escena sencilla donde intensifica la tensión con un estudiado uso del primer plano; serán las expresiones de los protagonistas las que generen la tensión, el miedo, las dudas y, en el maravilloso plano final de los ejecutores en la barra del salón, la culpabilidad, sin necesitar nada más. Sencillez absoluta, eficacia total. Un prodigio de concisión y eficacia.
La película cuenta con un reparto muy notable, empezando por Henry Fonda, siempre tan eficaz dentro de un estilo sin adornos, directo. Gary Cooper, al que se le había ofrecido el papel, lo rechazó y no creo que con Fonda hayamos salido perdiendo. Destacar a Dana Andrews, a un joven Anthony Quinn y a la maravillosa Jane Darwell, que ya nos deslumbrara en Las uvas de la ira (John Ford, 1940), y que vuelve a dejar constancia de su personalidad ante las cámaras.
Alegato contra los que se toman la justicia por su mano, Incidente en Ox-Bow es una encendida defensa de la ley como base de la civilización. Un film seco, directo como un derechazo, que enorgullece al western como género capaz de transmitir los más profundos mensajes, llevándolo, con otras obras de ese período, a su mayoría de edad.
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