El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 8 de julio de 2022

El extraño amor de Martha Ivers



Dirección: Lewis Milestone.

Guión: Robert Rossen (Historia: Jack Patrick).

Música: Miklós Rózsa.

Fotografía: Victor Milner (B&W).

Reparto: Barbara Stanwyck, Van Heflin, Lizabeth Scott, Kirk Douglas, Judith Anderson, Roman Bohnen, Darryl Hickman, Janis Wilson, Ann Doran, Frank Orth, James Flavin, Mickey Kuhn, Charles D. Brown. 

Iverstown, 1928. La joven Martha (Janis Wilson), huérfana, vive con su tiránica tía (Judith Anderson), a la que detesta. Martha ha intentado fugarse varias de casa con su amigo Sam (Darryl Hickman), pero siempre los atrapan. Una noche, tras otro intento frustrado de fuga, Martha, en un ataque de ira, golpea a su tía, que muere. 

El extraño amor de Martha Ivers (1946) aúna drama y cine negro en una intensa historia de ambición, pasión, mentiras y remordimientos.

Martha Ivers ya de pequeña era una niña con un carácter muy fuerte, capaz de odiar a su tía, la mujer más rica y poderosa del pueblo, hasta el punto de matarla accidentalmente. Para salir del trance, inventa una mentira acusando a un desconocido imaginario y además consigue que su amigo Walter (Mickey Kuhn), de carácter débil, apoye sus mentiras. 

Años más tarde, incluso acusa a un pobre diablo de aquel crimen, con lo que es ahorcado. Ha cerrado el círculo y, heredera de la fortuna de su tía, tras casarse con Walter para que nunca pueda delatarla, Martha vive en su imperio particular aparentemente feliz de su poder y su riqueza.

Sin embargo, dieciocho años después de abandonar Iverstown, Sam (Van Heflin es el Sam adulto) llega al pueblo por casualidad y un accidente con su coche le obliga a quedarse. Su llegada despertará los fantasmas del pasado, sembrando el pánico Walker (Kirk Douglas) y despertando en Martha (Barbara Stanwyck) sus peores artimañas. Ambos creen que Sam fue testigo de la muerte de la señora Ivers y suponen que ha vuelto para hacerles chantaje.

La película destaca especialmente por este argumento excepcional que penetra en el interior del alma de los personajes, mostrando los rincones más oscuros e inquietantes, como, por ejemplo, la maldad y la frialdad que puede abrigar la pequeña Martha, que no hará sino perfeccionar al ir creciendo.

Lo más interesante en este sentido es comprobar cómo el pasado, que tanto Martha como Walter han intentado ocultar en lo más recóndito de su interior, ha marcado sus vidas sin remedio y renace con la presencia de Sam con una fuerza arrolladora. 

Walter siempre ha estado enamorado de Martha y no ha dudado en aceptar sus deseos con tal de estar a su lado, con la esperanza seguramente de que ella acabaría queriéndolo también. Pero no ha sido así. Para Martha él es solo un instrumento que utiliza para aumentar su poder y solo lo aguanta por el secreto que guardan juntos. Por eso Walter se ha refugiado en la bebida. Y cuando Sam aparece, torpemente, presa del miedo, Walter lo ataca para asustarlo. Pero eso no funciona con Sam, un tipo curtido en mil batallas. Lo único que consigue Walter es que Sam logre descubrir el secreto de sus antiguos compañeros, algo que no habría pasado si Walter hubiera sido más astuto.

Pero Martha sí que es astuta. Y ataca a Sam en el terreno en que es más débil: seduciéndolo. Una vez que lo tenga en sus manos, buscará la manera en que Sam la libre de Walter. Martha es, efectivamente, la típica mujer fatal del cine negro: inteligente, ambiciosa, atractiva y sin escrúpulos. Y Barbara Stanwyck, que ya nos había maravillado en Perdición (Billy Wilder, 1944), logra aquí de nuevo impactarnos con su mirada fría y sus artimañas de mujer fatal.

Es verdad que el desarrollo de El extraño amor de Martha Ivers no es del todo perfecto y hay momentos en que se agradecería una mayor concreción, pues el film por momentos resulta algo largo. Puede que el romance de Sam con Toni (Lizabeth Scott) ocupe demasiado metraje para lo que finalmente aporta a la historia. El caso es que Lewis Milestone no logra un desarrollo lo suficiente ágil a lo largo de toda la película.

Se puede dudar sobre la oportunidad de contar con Van Heflin para el papel principal. Es verdad que no es un actor demasiado carismático, pero a mí me pareció muy adecuado para el papel, transmitiendo la seguridad y fuerza que requería su personaje. Kirk Douglas tiene aquí su primer papel importante y lo mejor que podríamos decir de su trabajo es que no se nota que así sea. 

El extraño amor de Martha Ivers rebosa maldad. La imagen que nos da del mundo es la de un lugar corrompido hasta sus cimientos. Ni la justicia se salva. Ni la infancia, que ya no es ni siquiera un lugar dónde buscar refugio cuando en la edad adulta las cosas vengan mal dadas, porque en la infancia está la semilla de todo. El desenlace hace justicia, de manera un tanto poética incluso. Finalmente, la podredumbre interior se ha hecho insoportable.

Y dos detalles para finalizar. En primer lugar, me gustaría destacar la calidad de los diálogos, la mayoría de ellos realmente buenos. Ésto no debería llamar la atención, pues se supone que así es como debieran ser en general, pero en el cine actual es un aspecto que no parece cuidarse demasiado.

En segundo lugar, un detalle curioso: el marinero que Sam ha recogido en su coche y con el que llega a Iverstown al comienzo de la película está interpretado por Blake Edwards, sin acreditar, que más adelante se convertirá en un director de éxito.

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