El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 16 de julio de 2022

La noche de los gigantes



Dirección: Robert Mulligan.

Guión: Alvin Sargent y Wendell Mayes (Novela: Theodore V. Olsen).

Música: Fred Karlin.

Fotografía: Charles Lang.

Reparto: Gregory Peck, Eva Marie Saint, Robert Forster, Noland Clay, Russell Thorson, Frank Silvera, Lonny Chapman, Lou Frizzell, Henry Beckman, Charles Tyner, Nathaniel Narciso.

Arizona, 1881. Una patrulla del ejército apresa a un grupo de indios. Entre ellos se encuentra Sarah (Eva Marie Saint), una mujer blanca capturada hace tiempo por los indios, y su hijo mestizo (Noland Clay). La mujer insiste a los militares que debe partir enseguida. El explorador Sam (Gregory Peck) accede a escoltarla hasta el puesto en que tomará una diligencia hacia su destino.

En 1968, año de La noche de los gigantes, el western ya había pasado su mejor etapa y se adentraba en una decadencia donde también intentaba buscar nuevas formas de narración, caminos diferentes a los de su etapa más clásica y gloriosa.

De ahí que estemos ante una película muy personal, donde los elementos argumentales se reducen al mínimo y se busca más el potenciar el clima de tensión ante la constante amenaza de un indio sanguinario, de nombre Salvaje (Nathaniel Narciso), que busca sin descanso a su hijo, fruto de su unión con Sarah.

En consonancia con esta simplificación argumental, donde solamente se plantea la búsqueda por parte de Salvaje de su hijo, sembrando el camino de cadáveres, tenemos un relato donde poco o nada se dice de los personajes, reducidos a la más básica de las presentaciones. Es tal la simplificación que, por ejemplo, el probable romance entre Sam y Sarah no llega a producirse, limitándose a una especie de acuerdo de convivencia. Tampoco los diálogos van mucho más allá de frases sueltas, frecuentemente insustanciales.

La fuerza, por lo tanto, reside en esa tensión ante la búsqueda de Salvaje de su hijo y después, cuando finalmente llega al rancho de Sam, en la lucha de éste y sus amigos, Nick (Robert Forster), otro explorador, y Ned (Russell Thorson), ante un enemigo invisible y temible.

Por cierto, el hecho de que durante casi toda la película no veamos a Salvaje, salvo en el enfrentamiento final con Sam, y aún aquí sin ver su rostro, es un eficaz recurso dramático que aumenta la tensión ante un enemigo invisible, lo que lo hace más peligroso. Sin embargo, no se trata de un recurso nuevo; en 1934 ya lo había utilizado John Ford en La patrulla perdida

Robert Mulligan hace un trabajo encomiable con esta economía de medios, manteniendo en todo momento el ritmo, sin tiempos muertos, y dosificando la tensión que irá creciendo hasta la explosión final. Sin embargo, este planteamiento también termina pasando factura.

Por ejemplo, la extrema simplificación argumental, que nos deja casi sin ninguna información sobre los protagonistas, hace que la historia pierda algo de intensidad. Un elemento clave en este tipo de argumentos es lograr que el espectador se identifique con los héroes, y aquí se vuelve un tanto complicado, pues desconocemos todo sobre ellos. 

Además, la película alarga en exceso la parte final, el asedio de Salvaje a la casa de Sam. Hubiera sido mejor acortar esta parte, por un lado porque se produce cierta repetición de situaciones y por otro lado porque, adivinando el final, la supuesta incertidumbre por el desenlace no existe realmente, con lo que en esta ocasión la brevedad hubiera sido más eficaz.

En cuanto al reparto, poco que objetar. Gregory Peck es un actor con renombre, lo que es un atractivo innegable para la promoción del film. Sin embargo, no estamos ante uno de su mejores trabajos; le falta contundencia, un toque más salvaje quizá. Eva Marie Saint tampoco deslumbra, aunque no se le pueden poner pegas a su trabajo. Robert Forster me parece que daba muy bien el tipo de mestizo y su trabajo también es más que correcto.

La noche de los gigantes está lejos de los mejores títulos del género, es cierto, pero para los amantes del western puede ser un film entretenido, basado en su originalidad y en esa tensión que mantiene el interés ante una amenaza muy hábilmente planteada.

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