El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 26 de julio de 2022

La novia de Frankenstein



Dirección: James Whale.

Guión: William Hurlbut.

Música: Franz Waxman.

Fotografía: John J. Mescall (B&W).

Reparto: Boris Karloff, Colin Clive, Valerie Hobson, Elsa Lanchester, O. P. Heggie, Una O´Connor, Ernest Thesiger, Gavin Gordon, Douglas Walton.

En una noche de tormenta, Lord Byron (Gavin Gordon), Shelley (Douglas Walton) y su esposa Mary (Elsa Lanchester) comentan la historia de Frankenstein creada por ella, que les invita a escuchar el resto del relato.

Tras el éxito de El doctor Frankenstein (1931), la Universal emprende esta continuación con los mismos protagonistas, Boris Karloff y Colin Clive, y mismo director.

Para muchos críticos, La novia de Frankenstein (1935) supera a su predecesora. Sin entrar en ese debate, lo que tenía de original y novedoso El doctor Frankenstein ahora ya no existe, pues se vuelve a repetir lo esencial de la primera película. Lo que sí que hemos de reconocer es la espectacular puesta en escena. Algunos decorados quedan algo pequeños, pero tanto la fotografía, la caracterización de Frankenstein, la música y el tono expresionista, con un juego dramático genial de las luces, las sombras y los encuadres, hacen de la película un espectáculo visual impactante que debió dejar petrificados a los espectadores que acudieron a verla en su estreno.

En cambio, el argumento carece de tal grado de interés. En parte porque ya no sorprende como en la primera película, y en parte porque se cargan un poco las tintas con algunos personajes, como la criada Minnie (Una O´Connor), que añade una dosis excesiva de humor que, para mi gusto, no era necesaria. Pero también resulta algo forzado que en el incendio con que terminaba la primera película, donde se daba por hecha la muerte del monstruo, finalmente no mueran ni la criatura ni su creador, en un giro algo cuestionable. Y para rematar, las miniaturas humanas creadas por el profesor Pretorius que no han soportado muy bien el paso del tiempo y resultan un tanto ridículas actualmente. No puedo imaginar cómo las recibiría el público de la época, pero en hoy en día creo que provocan más risas que pavor. Imagino que su inclusión tenía la función de enriquecer el argumento de la experimentación científica y, de paso, presumir de la calidad de los efectos especiales.

La novedad de esta secuela viene con la figura del profesor Pretorius (Ernest Thesiger), que representa toda la locura de un científico sobrepasado por su talento. En contraste con él, Henry Frankenstein (Colin Clive) ha aprendido la lección de que no se puede desafiar a Dios y que hay límites que no deben cruzarse. Pero su amor por Elizabeth (Valerie Hobson) le obligará a volver de nuevo al laboratorio para dar vida a una mujer que, en los sueños absurdos de Pretorius, deberá comenzar a crear una nueva raza.

Sin embargo, lo que resulta más interesante es el tema de la soledad abordado por la película, representado primero por el ciego (O.P. Heggie), que parece contagiar al monstruo de la necesidad de compañía. La criatura, en realidad, sufre porque está sola a causa de su fealdad, que asusta a los demás y se asusta hasta de sí mismo. Aún así, la necesidad de compañía resulta incuestionable. El drama vendrá cuando su novia, en la que había puesto todas sus esperanzas, también lo rechace por su aspecto. Ante el rechazo, no queda otro camino que la muerte, llevándose por delante al loco de Pretorius y a la novia. 

Por otro lado, hay cierta humanización del monstruo que reacciona con violencia solamente cuando es tratado con violencia; de otro modo, con el ermitaño ciego por ejemplo, es una persona que agradece las atenciones y sabe ser amable. El monstruo es un ser que vive con miedo: teme al fuego, se asusta de su reflejo en el agua y cuando es atacado. En el fondo, sus reacciones son las de un marginado por una sociedad que es tan cruel como él, pero sin la justificación de sus limitaciones y su exclusión.

Además de esta reflexión sobre la soledad y el rechazo, la película incide de nuevo en que hay límites que la ciencia no debería cruzar. En este sentido, este tema recuerda el mensaje bíblico de que el hombre fue castigado por comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Algunas escenas están realmente conseguidas y sobreviven con fuerza al paso del tiempo, como el doctor Pretorius merendando sobre un ataúd y, sobre todo, la aparición de la novia vestida de blanco y con ese extraño peinado, creando una imagen realmente impactante que se acentúa con los balbuceos chillones de la criatura.

Evidentemente, hoy en día la película no produce el efecto que sin duda se pretendía y cumplió en el momento del estreno. Es necesario que hagamos un esfuerzo para ponernos en la piel de un espectador de 1935 y, entonces, sin duda, entenderemos el impacto que produciría, con las muertes violentas, la locura del científico Pretorius, el siniestro laboratorio, el ambiente opresor y la cara surcada de cicatrices y tornillos del monstruo.

La novia de Frankenstein es una película realizada con fines claramente comerciales, aprovechando el éxito de la primera, pero aún así reúne méritos suficientes para figurar en las páginas principales del género.

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