Dirección: Isidoro M. Ferri y Marco Ferreri.
Guión: Rafael Azcona y Marco Ferreri (Novela: Rafael Azcona).
Música: Federico Contreras.
Fotografía: Francisco Sempere (B&W).
Reparto: Mari Carrillo, José Luis López Vázquez, Concha López Silva, Ángel Álvarez, María Luisa Ponte, Andrea Moro, Gregorio Saugar, Celia Conde, José Cordero.
Rodolfo (José L. López Vázquez) y Petrita (Mari Carrillo) llevan años de novios, pero no pueden casarse mientras no tengan un piso dónde vivir. Rodolfo vive realquilado y espera que la inquilina, Martina (Concha López Silva), ya anciana, le deje el piso cuando muera.
Para entender El pisito (1958) hay que ser conscientes de la situación de la España de la época, aislada del mundo en la dictadura franquista, que intentaba desarrollar el país con los medios a su alcance. Las grandes ciudades, Madrid en este caso, sufrían la falta de viviendas por la llegada de emigrantes del campo en busca de oportunidades. Esta situación es la que refleja la película, con escasez de viviendas, realquileres y nuevas construcciones, pero al alcance de muy pocos.
La visión de la realidad de la época no puede ser más negra, en especial las clases bajas, viviendo en condiciones pésimas. Se percibe la influencia del neorrealismo italiano, pero con una mano de pintura a base de un humor negro, con pinceladas surrealistas, pero no exento de cierta compasión y ternura.
Si la crítica principal de El pisito es la falta de oportunidades para encontrar vivienda para las clases humildes, el retrato de éstas ofrece también la ocasión de analizar la hipocresía social, la avaricia en momentos de penuria, la explotación laboral, el atraso empresarial, con negocios mas cercanos a países del tercer mundo... En general, es una visión muy negra de la España de aquellos años que el tono burlesco apenas consigue empañar.
De todos los personajes que pululan por ese Madrid entre el desarrollo y la miseria, Rodolfo es de los pocos que se salvan. Es un pobre hombre dominado por su jefe y su novia, que solo intenta encontrar la mejor solución para Petrita, que no para él. Incapaz de imponer su criterio, acaba casándose con la vieja Martina, un sacrificio que, sin embargo, llevará con dignidad y con cariño hacia la anciana, cuidándola con esmero y sufriendo de veras con su muerte. Parece el único que lo siente de verdad.
Por el contrario, su novia es el prototipo de mujer mandona, manipuladora y egoísta. Nos compadecemos sinceramente de Rodolfo, al que le espera un calvario en cuanto se case con ella.
El resto de personajes son una mezcla de vividores, charlatanes, prostitutas, sirvientas... todos con una vida miserable, sin cultura, sin expectativas, viviendo al día y disfrutando de pequeñas diversiones que les saquen de la monotonía y la escasez diarias.
En medio de la filmografía de propaganda del régimen o de los valores cristianos tan habitual en aquella época, El pisito representa un enfoque casi revolucionario. Lejos de grandes discursos o mensajes elevados, es un cuadro de la vida sin gloria, de la lucha diaria de la gente anónima que pasa por la vida con más pena que gloria. La intención es elogiable, aunque el resultado sea un tanto desigual.
La dirección se esfuerza en crear un relato lo más cercano a la realidad y nos muestra interiores desvencijados, vendedores callejeros, barrios marginales, conversaciones donde se pisan unos a otros... Pero se pretende evitar el drama excesivo, de ahí ese toque de un humor muy español, basado en el exceso, el costumbrismo extremo, toques absurdos y algunos gramos de sal gorda, si bien se contienen afortunadamente con bastante buen gusto.
En el reparto destaca sobre todo López Vázquez con un trabajo sobrio, sin exageraciones, y cuya mirada triste expresa su estado de ánimo y su carácter con absoluta precisión. Mari Carrillo en cambio se contiene menos, aunque se queda lejos de los aspavientos de María Louise Ponte que resume en su peculiar trabajo esa corriente tan extendida en el cine español de llevar las interpretaciones al límite.
En definitiva, un título importante en el cine nacional por su visión más realista de la sociedad de la época, alejada de visiones más placenteras, y que adapta a nuestra idiosincrasia la corriente neorrealista en boga por entonces.
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