El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 6 de julio de 2022

El diablo dijo no



Dirección: Ernst Lubitsch. 

Guión: Samson Raphaelson (Obra: Lazlo Bus-Fekete).

Música: Alfred newman.

Fotografía: Edward Cronjager.

Reparto: Gene Tierney, Don Ameche, Charles Coburn, Marjorie Main, Laird Cregar, Spring Byington, Allyn Joslyn, Eugene Pallette, Signe Hasso, Louis Calhern, Helene Reynolds, Aubrey Mather, Michael Ames.

Henry van Cleve (Don Ameche) muere con setenta años y se encamina al infierno, a dónde tantas veces le han enviado en vida. El diablo (Laird Cregar) en persona lo recibe y le invita a que le cuente su vida para evaluar sus méritos para entrar en sus dominios.

Comedia fantástica de un director que, en su época, fue de lo mejor entre lo mejor. Sin embargo, hay que reconocer que El diablo dijo no (1943) no se encuentra entre sus films más memorables.

Quizá el mayor inconveniente es que no hay un tema principal que abarque todo el desarrollo, sino que el film se compone de diversos momentos en la vida de Henry y no todos logran la misma fuerza. Como resultado, tenemos un film desigual, con buenos momentos, el principio y el desenlace principalmente, y otros en que la acción se estanca con escenas sin demasiado interés. La necesidad de abarcar toda la vida del protagonista hace que algunos saltos temporales no sean muy afortunados y rompen a veces el nivel que se había alcanzado en el momento precedente.

Quizá es en la parte central donde se acusa más este bajón. La película se vuelve aquí un tanto plana, perdiendo el maravilloso toque del comienzo, lleno de gracia y con unos diálogos plenos de ingenio. 

Algún episodio de la vida de Cleve tampoco se expone de la manera más precisa. Por ejemplo, cuando su esposa Martha (Gene Tierney) lo abandona, nos quedamos descolócalos, pues poco antes asistíamos a la boda relámpago de un Henry locamente enamorado de Martha. Hubiera sido más eficaz conocer primero la debilidad de Henry por las mujeres, de manera que participaríamos más conscientemente de la crisis matrimonial, que nos coge totalmente por sorpresa. Además, el guión se vuelve demasiado serio en toda esta parte de la historia y no tiene ninguna compensación, como sí ocurre en la parte final.

En los últimos episodios de El diablo dijo no, ese tono serio se enriquece con un matiz sentimental que le da una intensidad a esta parte de la historia. La película recobra así toda su fuerza, lo que nos permite disfrutar de un desenlace realmente conseguido.

Otro detalle que me sorprendió es que El diablo dijo no me resultó un film anticuado para la época en que se rodó. Imagino que tiene que ver que esté ambientado a finales del XIX y principios del XX, pero en todo caso es como si naciera ya bajo una moda desfasada.

A pesar de todo, he de reconocer que con muy poco, Lubitsch consigue dotar a la película de un nivel, en momentos determinados, especial. El comienzo es una maravilla, por ejemplo, y el desenlace, tan sencillo como emotivo, nos deja sin aliento. Pocos directores, además, son capaces de mantener la emoción y la tensión a base de largas escenas en las que no sucede nada, simplemente con los actores en interminables diálogos que Lubitsch escenifica con su maestría natural.

Y además, está el famoso toque tan característico del director, ese arte de sugerir sin mostrar, para que sea el espectador el que complete el cuadro en su imaginación. En este aspecto, Lubitsch era un verdadero maestro. Y en esta ocasión tenemos el mejor ejemplo en el delicioso instante de la muerte de Henry, una escena llena de elegancia y hasta de poesía: la bella enfermera rubia se mira en el espejo, entra en la habitación donde descansa Henry y nos quedamos fuera, ante la puerta de la habitación cerrada y escuchamos las notas de La viuda alegre. Entonces sabemos que ha muerto. Pura magia.

Don Ameche está perfecto como protagonista, con la frescura y atractivo de un genuino calavera de joven y la ternura de un anciano que vive de recuerdos y lucha aún por disfrutar de las mujeres a pesar de su edad. Y Gene Tierney... esta actriz siempre me fascinó por su mirada, su belleza perfecta, su elegancia innata. Es verdad que los peinados que luce no son muy favorecedores, pero aún así entiendo que cualquier caballero pudiera prendarse de ella nada más verla, como le sucedió a Henry.

Penúltimo film de Lubitsch que parece denotar la natural decadencia del director en los últimos años de su carrera y su vida. Aún así, recibió tres nominaciones al Oscar (mejor película, mejor director y mejor fotografía en color). Y es que, aún con un film menor, Lubitsch seguía siendo un maestro.

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