El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 3 de julio de 2022

Guantanamera



Dirección: Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío.

Guión: Eliseo Alberto Diego, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío.

Música: José Nieto.

Fotografía: Hans Burmann.

Reparto: Carlos Cruz, Jorge Perugorria, Mirtha Ibarra, Raúl Eguren, Pedro Fernández, Conchita Brando, Suset Pérez.

Yoyita (Conchita Brando) visita a su sobrina Georgina (Mirtha Ibarra) en Guantánamo y aprovecha para saludar a Cándido (Raúl Eguren), su amor de juventud. Sin embargo, durante el reencuentro, Yoyita fallece. Adolfo (Carlos Cruz), esposo de Georgina y funcionario de funerales, se encarga del traslado de la difunta a La Habana para su entierro.

Guantanamera (1995) es una película precaria en medios, casi artesanal. Y sin embargo, en su sencillez viene a demostrar que el talento no necesita de grandes recursos, basta con la voluntad de hacer las cosas bien.

Dentro del tono de comedia, Guantanamera encierra tantos asuntos que parece mentira que todos quepan en ella y, además, con la certera precisión con que cada uno de ellos es abordado.

Si tuviéramos que resumir el tema central de la película éste sería el amor en sus múltiples variantes. Por ejemplo, está el amor con papeles que podría encarnarse en el matrimonio de Georgina y Adolfo. Y este es el más triste de todos, pues se terminó hace muchos años y ahora ya no queda ni el recuerdo. Adolfo vive para su trabajo, aunque ha caído en desgracia y lucha por redimirse desde un puesto de simple funerario. No comprende a su esposa, ni la respeta. Solo desea que le obedezca. Y tampoco le perdona que su hija huyera de Cuba, pues la culpa de no educarla bien y consentir que se mezclara con jóvenes disidentes. Georgina ha dejado de pelear hace tiempo: dejó la enseñanza y aparcó cualquier proyecto profesional y vive sin vivir, dedicada a su esposo, con más pena que gloria.

Y está el amor que no se pudo realizar, el de Yoyita y Cándido. Enamorados desde la juventud, la vida los separó. Cincuenta años después, la vida los reúne de nuevo. Y siguen enamorados como el primer día. Tal vez, el secreto de ese amor es que nunca se enfrentó a la realidad y se mantuvo puro y repleto de sus promesas desafiando el paso del tiempo. Y siempre seguirá igual porque Yoyita, en el instante de volver a coger la mano de su amado, muere.

Y está el amor carnal, que no es amor, sino pasión; pero en la pasión también se puede, de alguna manera, manifestar una clase de amor, carnal, primitivo. Es donde se maneja con maestría Mariano (Jorge Perugorria), un camionero que tiene repartidas por la geografía cubana a amantes ardientes que aspiran a echarle las cadenas. Sin embargo, Mariano suspira por su antigua profesora de la universidad, su amor platónico. La vida también les separó hace tres años y ahora, en medio de un viaje, se vuelven a encontrar. Porque la profesora es Georgina, que acompaña a su marido en el traslado del cadáver de su tía a La Habana y se encuentra en el viaje con Mariano. A pesar de la atracción, ella no se atreve a ir más allá de los saludos cordiales y las miradas nostálgicas. Será Cándido, lúcido en su vejez y escarmentado por la vida, quien le abra los ojos a Georgina y le vaya dando en pequeñas dosis el valor necesario para tomar las riendas de su vida de una vez por todas.

Pero, por si esto no fuera suficiente, Guantanamera ofrece mucho más. Es, por ejemplo, una visión muy cruda de la vida en Cuba. Sin centrarse especialmente en ello, la película nos muestra, de paso, casi sin querer, pero queriendo, las miserias del día a día de la población, con carencias en alimentos, transportes, viviendas. Ante todo eso, la gente debe buscarse la vida como puede, por medio del trapicheo de alimentos, de un modo tan elemental que provoca casi la risa sino hubiera detrás una realidad muy precaria. Destaca en este sentido la escena de los ciudadanos que acuden al bar de una funeraria reclamando su merienda en una prueba muy patética de la situación de penuria cotidiana. 

Y esa lucha diaria por vivir sortea como puede una burocracia torpe, apegada a unas normas absurdas, presa de las mismas carencias de la gente. Es cómico ver los desvelos de Adolfo por cumplir un plan que él mismo ha diseñado para optimizar los escasos recursos en el traslado de los muertos por el país. Un plan inútil y patético que, además, fallará estrepitosamente en el caso de Yoyita. Pero la alternativa a esa idea era aún peor: ante la falta de recursos, se propone enterrar al difunto allí donde muera.

A lo largo del viaje del féretro, podemos ver propagandas del gobierno o escuchar el relato de un guía a los turistas de cómo el pueblo saboteaba las normas del Reino de España, en la etapa colonial, para sortear una política económica que los sumía en la pobreza. Todo ello no hace sino resaltar la situación actual del país, orgulloso de un régimen que repite con torpeza los errores que denuncia. 

En cuanto al reparto, salvo Jorge Perugorria, el resto de actores me eran del todo desconocidos. No diré que se trata de grandes interpretaciones, pero sí que transmiten autenticidad. No se puede decir que parezcan actores en su trabajo, sino más bien gente de la calle, lo que sin duda es una buena noticia que aporta ese plus de veracidad a un relato que destila autenticidad y ausencia total de artificio.

En definitiva, una comedia muy lograda, con un trasfondo realmente doloroso, que viene a reivindicar otro cine alejado de grandes presupuestos y altas expectativas, pero que resulta muy gratificante y hasta tierno.

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