El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 10 de julio de 2022

Chocolat



Dirección: Lasse Hallström.

Guión: Robert Nelson Jacobs (Novela: Joanne Harris).

Música: Rachel Portman.

Fotografía: Roger Pratt.

Reparto: Juliette Binoche, Judi Dench, Alfred Molina, Lena Olin, Johnny Depp, Carrie-Anne Moss, Hugh O´Conor, John Wood, Peter Stormare, Leslie Caron, Victorie Thivisol.

A Lansquenet, un pequeño pueblo francés que ama la tranquilidad por encima de todo, llegan un día Vianne Rocher (Juliette Binoche) y su hija Anouk (Victoire Thivisol). Vianne abrirá una chocolatería.

El cine tiene el poder de transportarnos a un sinfín de mundos nuevos; a veces de aventuras, a veces de historias tristes o divertidas. Otras, en cambio, crea nuevos universos, grandiosos o pequeños y nos embarca en viajes imposibles pero fascinantes. Chocolat (2000) nos propone uno de esos viajes.

Chocolat tiene algo de cuento, un toque mágico que nos hace pensar en un relato fantástico, donde todo puede suceder. Así se explica el pequeño milagro de una simple tienda de chocolate y cómo va transformando un pueblo cerrado y algo carcomido, reprimido y triste.

Lansquenet ama la tranquilidad. Bajo esa palabra se esconden ideas como la tradición, representada por su alcalde, el conde de Reynaud (Alfred Molina), defensor de la religión, las buenas costumbres y al que su mujer abandonó supuestamente por ese celo enfermizo que lo amortaja. Lansquenet, bajo la tutela del conde, es un pueblo que esconde sus miserias bajo un manto de falsa paz y de aparente fe cristiana. Pero sus habitantes son mezquinos o están amargados o no soportan a nada ni a nadie que pueda demostrarles sus carencias, sus prejuicios o su falta de compasión. Por eso detestan a los extranjeros y odian los cambios, o eso creen.

La llegada de Vianne, libre de prejuicios, amante de la vida, de la alegría, de hacer felices a los demás, traerá una profunda crisis de identidad al pueblo. Sin embargo, sus chocolates irán obrando el pequeño milagro de transformar las cosas, inocentemente. Y es que Vianne conoce la tradición maya de la elaboración del chocolate, que tiene el poder de desvelar los anhelos más profundos de las personas.

 Chocolat es un canto a la tolerancia, a la diversidad, al respeto por los demás y, por lo tanto, un ataque a la intransigencia, sea religiosa, racial o de cualquier otro tipo. Desde ese punto de vista, ubicar la acción en el pueblo es un gran acierto, pues suelen ser comunidades donde todos conocen a todos y el qué dirán y las apariencias suelen tener mucho peso. Y la llegada de lo nuevo, lo desconocido, sobre todo si no se pliega a las costumbres locales, provoca un rechazo inmediato.

Hallström lleva el relato con elegancia y el cuento se desarrolla con fluidez, sin prisas, pero preciso. Cada pequeña historia, cada personaje, tiene algo que aportar en la defensa que se hace en la película de la vida en todas sus facetas: la libertad de pensamiento, el amor en la tercera edad, el placer físico, la alegría de un baile, el amor de una abuela por su nieto... Chocolat es un canto a la vida, a la alegría de vivir, que es lo que lleva Vianne al pueblo gris de Lansquenet.

Juliette Binoche hace un trabajo correcto, pero no fue la que más me impresionó. Mucho más inspirado me pareció el trabajo de Judi Dench o Lena Olin, la mujer maltratada del tabernero, y especialmente Alfred Molina, que expresa con precisión la soledad y el dolor de un hombre reprimido que busca en las tradiciones y la religión un flotador con el que no perecer en su soledad.

En la zona negativa, creo que al tratamiento en general le falta pasión. La película transmite buenas intenciones, pero me parece que peca de demasiado formal y hay momentos en que no sentimos la sacudida necesaria para vivir con plenitud la historia. En concreto, solamente una vez me emocionó la cinta, en un detalle de la abuela y el nieto ciertamente conmovedor. Pero precisamente ese momento nos está dejando patente que es el único.

Y el final, pues tampoco me pareció el más oportuno. Para reforzar la idea de cuento o de fábula, creo que Vianne y su hija tendrían que seguir su peregrinaje. El que se plantea no es malo, ni mucho menos, y la imagen del canguro que se marcha, recuperada la movilidad de su pata, es maravillosa y explica la necesidad de la pequeña de buscar una excusa para no estar de mudanza constantemente; pero una vez establecidas en el pueblo, esa especie de muleta ya deja de ser necesaria. Repito, el final propuesto es válido, pero personalmente rompe un poco la idea de cuento y se vuelve un poco más previsible y normalito.

Chocolat no es que sea una obra maestra, pero es un film hecho con esmero, con un mensaje maravilloso y que nos deja una pequeña satisfacción, el ideal de que el mundo, o una parte, puede mejorarse con algo de dulzura, como con un bombón de chocolate.

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