El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 9 de julio de 2022

Infierno de cobardes



Dirección: Clint Eastwood.

Guión: Ernest Tidyman.

Música: Dee Barton.

Fotografía: Bruce Surtees.

Reparto: Clint Eastwood, Verna Bloom, Mariana Hill, Mitchell Ryan, Jack Ging, Stefan Gierasch, Ted Hartley, Billy Curtis, Geoffrey Lewis, Buddy Van Horn.

Un desconocido (Clint Eastwood) llega al pueblo minero de Lago. Nada más bajarse del caballo ha de enfrentarse a tres hombres que lo amenazan. Tras acabar con los tres, las fuerzas vivas de Lago le piden ayuda para que los defienda de tres pistoleros que van a salir de la cárcel y buscarán vengarse del pueblo, que motivó que los encerraran.

Infierno de cobardes (1973) pertenece a los primeros años de Clint Eastwood en la dirección y se puede ver claramente que es deudora del spaghetti western: personajes esquemáticos, diálogos escasos y lapidarios, el tema recurrente de la venganza y mucha violencia.

Hasta aquí, todo correcto. Sin embargo, el director le da una vuelta de tuerca a la historia creando un western en el que las cosas no son como parecen ser. La primera señal de que algo no cuadra la tenemos cuando el forastero, un personaje sin nombre, al encargarse de organizar la defensa de Lago contra los pistoleros que vendrán en busca de venganza, martiriza a los habitantes a los que se comprometió a ayudar. No solamente se permite todos los caprichos, sino que parece disfrutar provocando a los vecinos.

Y eso podría explicar la violación de Callie Travers (Mariana Hill). El forastero parece disfrutar hiriendo y humillando a los habitantes del pueblo. Al final del western tendremos la explicación. En realidad, hay dos explicaciones posibles, ambas válidas según el propio director.

Un tiempo atrás, el pueblo permitió que los tres pistoleros que ahora han salido de la cárcel y regresan a Lago para vengarse mataran a latigazos al shérif Duncan (Buddy Van Horn), que quería denunciar que la compañía minera de Lago no era la propietaria de la mina que explotaban. De ahí que el pueblo deseara y propiciara su asesinato. El forastero, en una primera versión, era el hermano de Duncan y así lo manifiesta su personaje. Sin embargo, Clint Eastwood decidió eliminar esa aclaración cuando algunas copias ya habían sido distribuidas en algunos países, con lo que la segunda interpretación sería que el forastero es el fantasma del propio Duncan en busca de venganza. Eso explicaría el que el forastero escribiera la palabra Hell en el cartel con el nombre del pueblo e hiciera pintar las casas de rojo, simbolizando el infierno en el que se encuentra el pueblo por sus pecados; o porqué sueña con el asesinato de Duncan, es decir, el suyo. Y también se explica así que fuera el doble de Clint Eastwood, Buddy Van Horn, el que interpretara a Duncan, ayudando a confundir a los dos personajes, apoyando así la segunda versión.

Con esta segunda versión, Infierno de cobardes adquiere un toque surrealista que, en realidad, en lo fundamental, tampoco afecta especialmente a lo visto anteriormente. Y eso hace que el forastero sea un personaje antipático a lo largo de toda la cinta, lo que en teoría no me parece muy conveniente. El héroe en realidad se comporta como un villano. Puede verse este elemento como algo novedoso, pero creo que no termina de funcionar, porque muchas de los comportamientos del forastero son realmente muy criticables, como el detalle de la violación o dejar al pueblo solo cuando es atacado.

Sin duda, estamos ante un western de bajo presupuesto y eso se  nota tanto por la limitación de los escenarios, casi toda la película se desarrolla en el pequeño Lago, como en un reparto de secundarios de segunda fila donde solamente destaca Clint Eastwood, que aún tiene una interpretación muy cercana al spaghetti western: hieratismo general y escasez de palabras.

Como no me gusta nada el spaghetti western, que considero caricaturiza hasta el ridículo el western, capaz de argumentos realmente ricos, Infierno de cobardes me parece una película mediocre, tanto por lo elemental del planteamiento (la venganza como motor del drama es un recurso muy poco imaginativo) como por la puesta en escena tan espartana. Tampoco los personajes tienen realmente peso en la historia y son demasiado básicos y llenos de estereotipos como para crear un conflicto profundo e intenso. Es todo tan elemental que es difícil empatizar con lo que se narra, que al final se reduce a un puñado de escenas de acción y la sorpresa final, mejor en la versión del fantasma.

Como curiosidad, señalar que en las lápidas del cementerio de Lago se podían leer los nombres de Sergio Leone, Don Siegel y Brian G. Hutton, directores con los que trabajó Clint Eastwood y a los que rinde así un peculiar homenaje. 

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