El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 4 de junio de 2010

Cortina rasgada


Michael Armstrong (Paul Newman) es un reputado científico estadounidense que decide pasarse al bando comunista y toma un avión con destino al Berlin oriental, aparentemente para compartir sus conocimientos con el  bloque comunista. Su novia y secretaria, Sarah Sherman (Julie Andrews), sorprendida por su actitud, decide embarcarse también para Berlín.

Cortina rasgada (Alfred Hitchcock, 1966) entra de lleno en el terreno de la guerra fría y aquí la clave está en la necesidad de conocer un importante descubrimiento militar por parte de un científico de la Alemania de Este que podría decantar la lucha en favor del bando comunista. Sin embargo, la película, si bien con algunos momentos interesantes, no termina de cuajar. Parte del problema reside en la pareja protagonista. Paul Newman no resulta muy creíble en su papel y no porque actúe mal, sino porque su apariencia no da del todo la imagen del científico que debe encarnar. A su lado, Julie Andrews es menos convincente todavía, tal vez porque es una mujer que no me gusta en absoluto y su presencia es para mí un lastre del que me cuesta desprenderme.

Por otro lado, no nos engañemos, en ningún momento nos sentimos inquietos por la suerte de los protagonistas. En nuestro fuero interno, y a pesar de que Hitchcock había sorprendido a todos en Psicosis con la temprana muerte de la protagonista, sabemos que el científico y su novia van a salir del paso, con lo que los supuestos peligros que los acechan no nos quitan el sueño. Y además, esos peligros tampoco son tantos ni tan inquietantes; algo falla y no terminamos de ver a los malos como una amenaza concreta y poderosa.

Se echan de menos, por otra parte, los típicos tonos de humor socarrón del director, en este caso más sobrio y sin muchas libertades a la hora de contar la historia, que transcurre de manera lineal y sin sorpresas. Incluso la duración de la cinta, 128 minutos y con recortes ya sobre el material rodado, parece excesiva para lo que hay que contar y en algunos momentos la intensidad baja, con lo que aumenta la sensación de duración excesiva de la película.

El mejor momento de la película es el del asesinato de Gromek en la granja, prolongado a propósito por el director para demostrar lo difícil que resulta matar a un hombre, en respuesta a otras películas en que un asesinato se resuelve sin más, en un instante. La escena resulta escalofriante y está muy bien filmada. No así otras, como la del autobús, donde las transparencias resultan muy poco logradas (Hitchcock, para ahorrar costes, decidió filmarla en Alemania y no en Estados Unidos, lo que explica el bajo nivel de la misma).

Tampoco me gustó la escena de los cestos que van a ser descargados del barco. Hitchcock recurre aquí a un simple engaño al espectador al hacernos creer que el profesor y su novia van en unos cestos que son ametrallados cuando en realidad no iban allí. Tanto ese engaño como la forzada explicación posterior resultan impropias de Hitchcock.

Así pues, Cortina rasgada no es de las películas del director que recomendaría, salvo para quienes quieran conocer la filmografía menos destacada de Hitchcock.

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