El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 19 de junio de 2010

Master and Commander: Al otro lado del mundo


Napoleón domina Europa. Solamente Inglaterra resiste y su fuerza reside en el dominio del mar. En el océano Atlántico, el navío de guerra "Surprise", capitaneado por "Lucky" Jack Aubrey (Russell Crowe), es atacado por un buque francés muy superior, el "Acheron". A pesar de los daños recibidos, el capitán Aubrey decide plantarle cara al barco enemigo.

Master and Commander: Al otro lado del mundo (Peter Weir, 2003) es uno de los mejores films de aventuras que he visto en mi vida. En parte, si recordamos algunos de los films de Weir, como Único testigo (1985) o El club de los poetas muertos (1989), podemos entenderlo mejor.

Alejándose de la tendencia tan manoseada de hacer de este tipo de películas un espectáculo casi circense y completamente alejado de lo verosímil y lo posible, Weir se dedica a hacer lo más sensato: procurar realizar un film creíble a base de una perfecta ambientación, una puesta en escena realista pero eficaz y espectacular y ponerlo todo al servicio de un argumento bien elaborado y cargado de emociones y acciones heroicas. Se parte de una buena base, como son las novelas de Patrick O'Brian, a partir de dos de las cuales el propio Weir y John Collee firman el guión de la película. En este sentido, el realismo con el que se nos muestra la vida en el barco, que hasta puede recordarnos por momentos un documental, es una de las claves para que la película llegue a implicarnos y disfrutemos tanto con ella. Y en verdad que nos creemos uno más de la tripulación por momentos y sentimos el balanceo del barco y el viento y la sal, tal es la maestría del director para filmar las espectaculares escenas de acción y para recrear el día a día de la vida a bordo.

Junto a esta cuidada y soberbia puesta en escena, otro de los puntos fuertes de la película es el detalle con que se van describiendo y definiendo los múltiples personajes del film. En especial, naturalmente, la figura del capitán, riguroso en el cumplimiento del deber y un tanto obsesivo en su lucha con el enemigo, y la de su amigo Stephen Maturin (Paul Bettany), el cirujano, con su hermosa y a veces tensa relación de amistad. Pero el resto de la tripulación también aparece bastante bien definida, con sus roles, sus miedos, sus miserias y sus supersticiones. No hay otra manera de hacer una historia profunda e interesante sino es cuidando especialmente a los personajes y Weir lo hace admirablemente.

Junto a todos estos aciertos, Weir no descuida la parte de acción, eje central de la película. El director sabe dosificar la tensión y mantener el ritmo con bastante buen pulso. Es cierto que la excesiva duración de la película, 139 minutos, da lugar a pequeñas caídas en la intensidad del argumento, pero son mínimas. En su conjunto, la película tiene un gran nivel y engancha con facilidad y el enfrentamiento desigual entre los dos barcos, el duelo de estratagemas, la amenaza constante, el riesgo siempre presente con el miedo de la tripulación, está tratado de manera sobresaliente. Ya el arranque de la película, con el "Acheron" saliendo de la niebla y el espectacular combate que sigue, filmado a la perfección y logrando Peter Weir trasmitir toda la tensión y dramatismo de un combate naval, nos pone en guardia acerca de lo que nos espera.

Cuidadoso del mínimo detalle, también la música es otro acierto más, con un trabajo sobresaliente de Christopher Gordon e Iva Davis.

No debemos olvidar el excelente trabajo de todo el reparto. Russell Crowe es un actor que siempre me ha convencido y vuelve a tener un papel destacado, dando vida al capitán Aubrey de manera totalmente convincente. A su lado, Bettany está también perfecto. Y luego, un reparto de secundarios sorprendente, en especial los niños, con Max Benitz a la cabeza, que consiguen que los veamos en todo momento como verdaderos marinos.

Una película, por tanto, que merece ser vista y que alcanza unos niveles de calidad que yo no he visto en el género de aventuras más que en muy contadas ocasiones. Merecidamente nominada en diez apartados, Master and Commander: Al otro lado del mundo solamente se llevó dos Oscars: a la mejor fotografía y edición de sonido.

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