El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 8 de junio de 2010

Instinto básico



Dirección: Paul Verhoeven
Guión: Joe Eszterhas
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Jan de Bont
Reparto: Micheal Douglas, Sharon Stone, George Dzundza, Jeanne Tripplehorn, Denis Arndt, Leilani Sarelle, Stephen Tobolowsky

Paul Verhoeven había saltado a la fama con su segunda película, Delicias turcas (1973), considerada el mejor film holandés de la historia, donde el director muestra ya su gusto por las escenas subidas de tono. A partir de ahí, Verhoeven sigue cosechando algunos éxitos hasta que logra dar el salto a Estados Unidos. Su carrera entonces se vuelve convencional y realiza obras de gran presupuesto, como Robocop (1987) o Total Recall (1990), con buenos resultados. Pero será Instinto básico (1992) la película que le de sin duda más fama, a base de la polémica suscitada por las escenas violentas pero, sobre todo, por las eróticas, con lo que Verhoeven volvía a sus comienzos.

Y es que hay algo que aún nos escandaliza cuando se trata de sexo y en especial a un sector bastante puritano de norteamérica. El caso es que tanto ruido generado no hizo sino aumentar la expectación y los números de taquilla de este intenso thriller.

Un antigua estrella de rock retirada muere asesinada en su cama acuchillada por un punzón de picar hielo. En seguida las sospechas recaen en su novia, Catherine Tramell (Sharon Stone), última persona con quién se le vio en vida. Inteligente, fría y manipuladora, Catherine no le pondrá las cosas fáciles a la policía y en especial al agente Nick Curran (Michael Douglas), recién rehabilitado de su adicción al alcohol y las drogas.

Siendo sinceros, Instinto básico cuenta con un guión bastante tramposo que se enreda un poco al final, liando la cosa en exceso y con un abuso de nombres en diálogos algo precipitados que confunden un tanto al espectador despistado. Pero el mérito de Verhoeven es que, a pesar de todos los defectos y de que nos sentimos un tanto engañados, logra hacer una thriller que funciona de maravilla y no sólo por el dominio del medio asombroso que demuestra tener, ni por la música soberbia de Jerry Goldsmith, ni por ese ritmo firme que apenas da un minuto de respiro. Instinto básico funciona tan bien porque Paul Verhoeven sabe reunir los elementos clave para tenernos enganchados a la pantalla: sexo morboso, toques lésbicos, un poco de sangre, un objeto cotidiano convertido en un arma que nos sobrecoge en cuanto la vemos, y una actriz, Sharon Stone, que derrocha sensualidad por los cuatro costados. Y al final, la intriga, que era en apariencia el motor de toda la historia, descubrimos que nos importa un bledo y que cada uno se imagine el final que quiera o el que más le excite, que es lo parece ofrecernos el director en un guiño un tanto manoseado pero muy eficaz.

Porque con el paso del tiempo, lo que todo el mundo recuerda de Instinto básico es a una rubia despampanante quedándose con todos los presentes en el interrogatorio con un cruce de piernas legendario, a la altura de la famosa escena de Marilyn Monroe en la rejilla del metro.

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