Dirección: John Ford.
Guión: Samuel G. Engel y Winston Miller (Historia: Sam Hellman).
Música: Cyril J. Mockridge.
Fotografía: Joseph MacDonald.
Reparto: Henry Fonda, Linda Darnell, Victor Mature, Walter Brennan, Tim Holt, Cathy Downs, Ward Bond.
Ha habido muchas películas en la historia que han tratado el legendario duelo de OK Corral, pero sin duda Pasión de los fuertes (1946) es la más romántica y la más profunda de todas ellas. La sencilla puesta en escena y el desarrollo pausado no ocultan la genialidad de un director que consigue hacer una obra maestra con los mínimos elementos y sin alardes de ningún tipo.
Wyatt Earp (Henry Fonda) ha dejado su puesto de sheriff en Dodge City y se dedica a transportar ganado cuando llega a Tombstone, una ciudad presa de la violencia. Allí le ofrecen el puesto de sheriff, que rechaza, tras desarmar a un peligroso indio borracho; pero cuando su hermano pequeño es asesinado, decide aceptar el cargo para averiguar quién lo mató.
Como es habitual en las películas de John Ford, lo importante de Pasión de los fuertes no es el duelo final, que se resuelve de manera brillante pero breve. Lo que de verdad importa, y en lo que la película consigue enamorarnos, es el desarrollo de los personajes, de las relaciones que se van tejiendo entre ellos, en especial entre Earp y Doc Holliday, un sorprendente e inspirado Victor Mature, actor tenido por inexpresivo y que de la mano de Ford compone un malvado entrañable, angustiado por lo que podía haber llegado a ser y su estado actual. Pocos directores demostraron tanto talento y sensibilidad a la hora de construir sus personajes y Ford lo consigue a base de escenas sencillas, pero que de alguna manera se quedan gravadas en la retina: el monólogo de Earp ante la tumba de su hermano; el primer encuentro entre Wyatt y Doc; la escena en que actor borracho recita a Shakespeare y es ayudado por Doc a completar el monólogo de "Hamlet"; o esa otra en la barbería, cuando perfuman a Wyatt Earp; la llegada de la hermosa Clementine o la genial escena de Wyatt haciendo equilibrios en la silla. También se va sembrando la película de frases memorables ("¡Cuando se saca un arma es para matar!", "-¿Has estado enamorado alguna vez?, -No, he sido camarero toda mi vida") y escenas que aligeran el drama y donde de nuevo Ford nos muestra su gran talento para saber llevar con firmeza una historia sin descuidar ningún detalle, por mínimo que parezca.
Es difícil de entender, o tal vez no, pero John Ford va construyendo un western prodigioso a base de elementos que no son genuinamente del western. Pero es que el cine, cualquiera que sea el género que trate, es y debe ser una manera de comunicación y Ford lo sabe mejor que nadie y, al contrario que en muchas películas actuales, el director se centra más en las personas que en los hechos. Así, Pasión de los fuertes es ante todo un recorrido por el alma humana, atormentada en el caso del doctor, cruel y primitiva en el caso de los Clanton, refinada y sensible en el caso de Wyatt.
El reparto, de nuevo, es otro de los ases del director. En esta ocasión recurre a Henry Fonda, magnífico como siempre, creando un Earp tranquilo, seguro de sí mismo pero sin exagerar, con un aplomo y una dignidad que sólo Henry Fonda podía conseguir. Victor Mature a su vez logra una interpretación sobresaliente de un hombre arruinado físicamente, amargado y en permanente lucha interior a la que sus rasgos duros aportan mucha fuerza. De Walter Brennan poco hay que decir; genial siempre, tanto en sus papeles amables como ahora aquí, de villano realmente despreciable, borda su papel. Linda Darnell está perfecta en la piel de una apasionada mexicana, loca por el doctor y Cathy Downs, con su angelical rostro y su porte distinguido, justifica con su sola presencia la fascinación que siente Wyatt por ella. No falta Ward Bond, habitual de Ford, que aunque tiene un papel menor resulta siempre convincente y acertado.
Pasión de los fuertes se convierte, de la mano de Ford, gracias a la sabia mezcla de todos estos elementos apuntados (romanticismo, drama, amistad, venganza, remordimientos, comedia, ...) en un espectáculo maravilloso, lleno de encanto y hasta de poesía y que trasciende con mucho la mera historia de una venganza para crear un pequeño universo tratado con aparente sencillez y llevado a su máxima belleza.
Wyatt Earp (Henry Fonda) ha dejado su puesto de sheriff en Dodge City y se dedica a transportar ganado cuando llega a Tombstone, una ciudad presa de la violencia. Allí le ofrecen el puesto de sheriff, que rechaza, tras desarmar a un peligroso indio borracho; pero cuando su hermano pequeño es asesinado, decide aceptar el cargo para averiguar quién lo mató.
Como es habitual en las películas de John Ford, lo importante de Pasión de los fuertes no es el duelo final, que se resuelve de manera brillante pero breve. Lo que de verdad importa, y en lo que la película consigue enamorarnos, es el desarrollo de los personajes, de las relaciones que se van tejiendo entre ellos, en especial entre Earp y Doc Holliday, un sorprendente e inspirado Victor Mature, actor tenido por inexpresivo y que de la mano de Ford compone un malvado entrañable, angustiado por lo que podía haber llegado a ser y su estado actual. Pocos directores demostraron tanto talento y sensibilidad a la hora de construir sus personajes y Ford lo consigue a base de escenas sencillas, pero que de alguna manera se quedan gravadas en la retina: el monólogo de Earp ante la tumba de su hermano; el primer encuentro entre Wyatt y Doc; la escena en que actor borracho recita a Shakespeare y es ayudado por Doc a completar el monólogo de "Hamlet"; o esa otra en la barbería, cuando perfuman a Wyatt Earp; la llegada de la hermosa Clementine o la genial escena de Wyatt haciendo equilibrios en la silla. También se va sembrando la película de frases memorables ("¡Cuando se saca un arma es para matar!", "-¿Has estado enamorado alguna vez?, -No, he sido camarero toda mi vida") y escenas que aligeran el drama y donde de nuevo Ford nos muestra su gran talento para saber llevar con firmeza una historia sin descuidar ningún detalle, por mínimo que parezca.
Es difícil de entender, o tal vez no, pero John Ford va construyendo un western prodigioso a base de elementos que no son genuinamente del western. Pero es que el cine, cualquiera que sea el género que trate, es y debe ser una manera de comunicación y Ford lo sabe mejor que nadie y, al contrario que en muchas películas actuales, el director se centra más en las personas que en los hechos. Así, Pasión de los fuertes es ante todo un recorrido por el alma humana, atormentada en el caso del doctor, cruel y primitiva en el caso de los Clanton, refinada y sensible en el caso de Wyatt.
El reparto, de nuevo, es otro de los ases del director. En esta ocasión recurre a Henry Fonda, magnífico como siempre, creando un Earp tranquilo, seguro de sí mismo pero sin exagerar, con un aplomo y una dignidad que sólo Henry Fonda podía conseguir. Victor Mature a su vez logra una interpretación sobresaliente de un hombre arruinado físicamente, amargado y en permanente lucha interior a la que sus rasgos duros aportan mucha fuerza. De Walter Brennan poco hay que decir; genial siempre, tanto en sus papeles amables como ahora aquí, de villano realmente despreciable, borda su papel. Linda Darnell está perfecta en la piel de una apasionada mexicana, loca por el doctor y Cathy Downs, con su angelical rostro y su porte distinguido, justifica con su sola presencia la fascinación que siente Wyatt por ella. No falta Ward Bond, habitual de Ford, que aunque tiene un papel menor resulta siempre convincente y acertado.
Pasión de los fuertes se convierte, de la mano de Ford, gracias a la sabia mezcla de todos estos elementos apuntados (romanticismo, drama, amistad, venganza, remordimientos, comedia, ...) en un espectáculo maravilloso, lleno de encanto y hasta de poesía y que trasciende con mucho la mera historia de una venganza para crear un pequeño universo tratado con aparente sencillez y llevado a su máxima belleza.
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