El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 30 de junio de 2022

La ciudad desnuda



Dirección: Jules Dassin.

Guión: Albert Maltz y Malvin Wald (Historia: Malvin Wald).

Música: Miklós Rózsa y Frank Skinner. 

Fotografía: William H. Daniels (B&W).

Reparto: Barry Fitzgerald, Howard Duff, Dorothy Hart, Don Taylor, Ted de Corsia, Frank Conroy, House Jameson, Anne Sargent, Adelaide Klein.

Una joven modelo aparece ahogada en la bañera de su apartamento. Sin embargo, la policía enseguida descubre que ha sido asesinada. El teniente Dan Muldoon (Barry Fitzgerarld) intuye que será un caso difícil.

Interesante película policíaca cuya clave es que intenta ser lo más realista posible, casi con un aire cotidiano, a pesar de retratar un asesinato y su posterior investigación. Pero como se dice en el film, es un caso más de entre los muchos que suceden en Nueva York.

Podría pensarse que Jules Dassin está influido por la corriente neorrealista, presentando la investigación de un modo rutinario, como rutinario es el teniente Muldoon, alejado a más no poder de los típicos detectives o policías del cine negro clásico. Y rutinaria es también la investigación policial, que Dassin se toma el tiempo de describir con minuciosidad: la búsqueda de conocidos y familiares, el lugar de trabajo de la víctima, la toma de huellas, la autopsia, los interrogatorios... los pequeños detalles de toda investigación mostrados con total naturalidad, sin adornos. No hay grandes hallazgos, ni pistas misteriosas, sino una investigación metódica, a base de errores y aciertos, de formular preguntas y más preguntas haciendo trabajar el cerebro... y los pies, recorriendo las calles siguiendo los indicios.

Y también descubriremos, cuando todo se aclare, que no estamos ante un caso enrevesado, de los que suelen poblar las novélas policíacas. Aquí todo es mucho menos poético y la resolución también es casi rutinaria, a base de recoger indicios e interrogar a todos los que tuvieran alguna relación con la víctima.

Pero si novedoso es el enfoque del crimen, también lo es la manera en que se cuenta. 

Por ejemplo, al comienzo de La ciudad desnuda (1948), la voz en off del productor del film, Mark Hellinger, nos realiza una breve introducción y, además, nos detalla los títulos de crédito que, por primera vez que recuerde, no aparecen sobreimpresionados. Pero Hellinger no se limita a la presentación, su voz nos irá acompañando a lo largo de la historia, aclarando detalles del caso o contando conversaciones que no escuchamos directamente, sino que es él quién nos las resume. Me parece un recurso muy inteligente que le da cierta agilidad a la manera de transcurrir la película, evitando diálogos un tanto anodinos que, con la voz en off, adquieren un aspecto diferente.

Hellinger también cerrará esta historia, una más de las que pueblan Nueva York a diario. Hay sin duda una nota de poesía en ese epílogo, una especie de mirada tierna que cierra un film que pretende ser lo más realista posible. Precioso contraste.

Otra novedad reside en que Jules Dassin exigió poder rodar toda la cinta en exteriores, lo que rompía con la tradición del trabajo en estudio. Sin duda, ello tiene que ver de nuevo con esa idea de naturalidad, evitando todo lo que pudiera ser prefabricado. Nueva York es por lo tanto el escenario en que transcurre la película y adquiere así cierto peso en el relato, maravillosamente fotografiada por William H. Daniels. No es una fotografía expresionista, tan habitual en el género, sino diáfana, de días de calor. De nuevo, un toque personal que vuelve a incidir en la naturalidad, en despejar la cinta de cualquier aspecto que pudiera parecer artificial.

Pero ese interés en despejar el film de artificios también conlleva un peaje importante y es que la historia carece de emoción. El argumento transcurre sin grandes momentos de tensión, no hay sorpresas,  no podemos acogernos a una intriga que nos mantenga en tensión. La víctima casi nos es indiferente, pues no conocemos prácticamente nada sobre ella. Solamente en el momento en que sus padres deben identificar el cadáver asistimos a la primera escena realmente emotiva, capaz de alterar la placidez con que transcurre el film. 

La normalidad también se refleja en los protagonistas. Así, el teniente Muldoon es todo lo contrario a un policía duro, incluso físicamente. Pequeño, amable y paciente, utiliza la cortesía para lograr la colaboración de los testigos y de los sospechosos y su ayudante, el detective Halloran (Don Taylor), incluso se resiste a darle unos azotes a su hijo pequeño; a pesar de un trabajo que le obliga a cierta dureza, en el fondo es un padre de familia normal.

Barry Fitzgerald, con el que disfrutamos con su maravilloso papel en El hombre tranquilo (John Ford, 1952), impregna de absoluta naturalidad al teniente Muldoon. Fitzgerald era habitualmente un secundario de lujo y ahora, de protagonista, demuestra su genialidad en un papel sin adornos, pero que llena la pantalla cada vez que aparece.

Sin duda, un film policíaco diferente, con grandes aciertos conceptuales, muy imaginativo y que se decanta por un enfoque novedoso. Interesante.

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