Dirección: Vicente Minnelli.
Guión: Alan Jay Lerner.
Música: Frederick Loewe.
Fotografía: Joseph Ruttenberg.
Reparto: Gene Kelly, Van Johnson, Cyd Charisse, Elaine Stewart, Barry Jones, Hugh Lang, Albert Sharpe, Virginia Bosler, Jimmy Thompson, Dody Heath.
Dos amigos, Tommy (Gene Kelly) y Jeff (Van Johnson), viajan desde Nueva York a Escocia para cazar, pero se pierden en la niebla hasta que encuentran un pueblo que no aparece en los mapas: Brigadoon.
No es el musical más famoso de Gene Kelly, pero Brigadoon (1954), adaptación al cine del musical homónimo de Broadway, funciona tan bien como musical que como película romántica y tiene el brillo de la época dorada del género.
Es verdad que Brigadoon no contiene ninguna canción que haya quedado en la memoria colectiva, de ahí que esté un peldaño por debajo de grandes clásicos como Cantando bajo la lluvia (Gene Kelly y Stanley Donen, 1952), My Fair Lady (George Cukor, 1964) o Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), por citar a tres de los mejores musicales de la historia. Pero visualmente es un film hermoso y las coreografías rebosan vitalidad, optimismo y elegancia. En este sentido se nota el oficio de todo un especialista como Vicente Minnelli.
La película se rodó enteramente en estudios, lo cuál añade aún más valor al esfuerzo de producción que logra crear un bonito escenario bucólico donde transcurre esta historia fantástica y marcadamente romántica. Y es que Tommy se enamorará al instante de la hermosa Fiona (Cyd Charisse) que también siente que acaba de encontrar al amor de su vida, sentándose así las bases para esos idilios de película donde el amor es más grande que la vida misma.
Pero además de la vertiente musical y la romántica, Brigadoon guarda un as en la manga que añade un original punto de interés a la película, y es el misterio que rodea al pueblo de Brigadoon, hábilmente insinuado y que no se desvela hasta bien entrada la historia. El misterio es que, para protegerlo de la amenaza de las brujas, el párroco pidió un milagro que le fue concedido: cada noche, cuando se van a dormir sus habitantes, el pueblo permanece oculto durante cien años para el resto del mundo, mientras que para los habitantes de Brigadoon solo pasó un día.
Esta nota fantástica sirve además para crear el conflicto entre los protagonistas, pues para poder estar juntos Tommy y Fiona, él debería renunciar a su familia, sus amigos y su país quedándose para siempre en el pueblo. Un dilema que está tan bien planteado como resuelto, manteniendo la duda hasta el último instante en que se resuelve como era de esperar. Y es que, curiosamente, a pesar de partir de un presupuesto tan irreal, propio de un cuento, Minnelli consigue insuflar verosimilitud al relato, de manera que aceptamos las premisas planteadas sin ninguna duda y vivimos el romance y el dilema de Tommy con absoluta convicción.
Tal vez uno de los puntos más débiles que rompe un poco la armonía general de la historia se centra en el personaje de Jeff, que no termina de definirse convenientemente y pasa de resultar el amigo simpático que sirve de contrapunto a Tommy a convertirse en un personaje algo antipático, con su realismo tan radical que hace que no comprenda realmente ni al pueblo ni a su amigo; además de lo chocante que es el episodio de la muerte del vecino que deseaba huir de Brigadoon y que termina en tragedia que se resuelve de manera demasiado simple y que no parece afectar demasiado a Jeff.
Pero salvo este detalle, todo en Brigadoon resulta hermoso, espectacular y hasta poético y curiosamente, a pesar del argumento y el estilo, sigue funcionando perfectamente, sin resultar empalagoso o anticuado. Atención a algunas frases memorables sobre el amor y los sueños y al esplendoroso uso del color.
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