El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 12 de febrero de 2023

El último acto



Dirección: János Edelényi.

Guión: Gilbert Adair, János Edelényi y Tom Kinninmont. 

Música: Attila Pacsay.

Fotografía: Tibor Máthé.

Reparto: Brian Cox, Coco König, Emilia Fox, Anna Chancellor, Karl Johnson, Selina Cadell, Roger Moore.

Aquejado de Parkinson, el famoso actor Sir Michael Gifford (Brian Cox) espanta con su mal carácter a todas las cuidadoras que le busca su hija Sophia (Emilia Fox). La joven aspirante a actriz Dorottya Horvat (Coco König) intentará ser aceptada por el anciano.

No hay nada en El último acto (2016) realmente original o sorprendente. La relación entre dos personas enfrentadas en un principio que, con el roce diario, terminan unidas por un sincero afecto es algo tan visto que uno podría sentir deseos de renunciar a ver una historia basada exclusivamente en esa premisa. Y estaría justificado, pues no vamos al cine a perder el tiempo. Pero sería un error hacerlo. No digo que El último acto sea un film que nos vaya a sorprender, porque no es así, o que nos conmueva profundamente; tampoco es divertido, a pesar de ese toque de comedia. Sin embargo, vale la pena, a pesar de sus limitaciones, de su escasa originalidad. Veamos por qué.

Para empezar, la presencia de un actor como Brian Cox es ya un aliciente para darle una oportunidad a la película. Podríamos objetar que un film planteado para el lucimiento de un actor ya muy mayor parece jugar con nuestros mejores sentimientos, ya que nos invita a ser benévolos con el protagonista. Pero viendo el trabajo de Cox no hay nada en él que invite a la compasión, pues su trabajo sigue siendo excelente, más allá de su edad, y llega a provocar incluso que confundamos al actor con su personaje, tal es la autenticidad que destila. Pero además, contamos con la sorprendente Coco König, una actriz de teatro que debutaba en el cine en esta película, y que deslumbra con su frescura y naturalidad; tiene una gracia contagiosa que añade una absoluta credibilidad al hecho de que Sir Michael termine también rendido a su presencia.

Pero además, el guión cuenta con unos diálogos realmente fabulosos, pequeñas perlas que salpican la historia y son las que le otorgan finalmente ese elemento diferenciador dentro de un desarrollo sin sorpresas, ya que desde el principio mismo de la película adivinamos sin esfuerzo todos los pasos en su desarrollo. Pero la historia no deja de tener cierto encanto, a pesar de todo. Especialmente porque sabe mostrar con sinceridad y sin dramatismos excesivos la realidad de la vejez, con sus limitaciones y sus nulas esperanzas. Solo queda resignarse y esperar a la muerte. Hábilmente, el guión no se ceba con ello, nos muestra esa realidad sin adornos, pero sabe construir un film con pequeñas gotas de alegría, pequeños logros que se pueden ir alcanzando aún dentro de esa etapa sin futuro. Placeres como fumar un cigarrillo, beber una copa o recordar épocas más felices. 

El argumento además destila autenticidad, a pesar de hablarnos de cosas muy conocidas, y se debe a que el director, que participó en el guión, se sirve de sus propios recuerdos en relación con la enfermedad de su propio padre. La realidad, como siempre, supera a la ficción. Y también se sirve János Edelényi de su experiencia como húngaro que tuvo que salir de su país, dándole un toque patriótico al personaje de Dorottya y poniendo a la vez en evidencia el clasismo de la sociedad inglesa, encorsetada en sus tradiciones y aires de superioridad pero indefensa ante la frescura de una joven como Dorottya, capaz de desarmar a cualquiera con su imperfecta pronunciación del inglés.

Con el regalo además de homenajear al gran Ernst Lubitsch y su maravillosa Ser o no ser (1942), El último acto es una pequeña comedia que no nos sorprenderá especialmente en ningún apartado, pero que brilla en los detalles con acierto y buen gusto. El mérito de János Edelényi es hacer que una historia no especialmente original termine conquistándonos. 

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