El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 3 de febrero de 2023

Tomates verdes fritos



Dirección: Jon Avnet.

Guión: Fannie Flagg y Carol Sobieski (Novela: Fannie Flagg).

Música: Thomas Newman.

Fotografía: Geoffrey Simpson.

Reparto: Kathy Bates, Mary Stuart Masterson, Mary-Louise Parker, Jessica Tandy, Chris O´Donnell, Stan Shaw, Gailard Sartain, Tim Scott, Gary Basaraba, Lois Smith, Cicely Tyson, Nick Searcy.

Evelyn (Kathy Bates), una mujer infeliz en su matrimonio, conoce una anciana llamada Ninny (Jessica Tandy) en el asilo a dónde va a visitar a una tía de su marido (Gailard Sartain); ésta le contará a Evelyn una dramática historia ocurrida mucho tiempo atrás.

Tomates verdes fritos (1991) tiene todos los elementos para ser un gran film. Solamente hay un problema: resulta demasiado perfecta.

No deseo parecer insensible o un cínico y debo reconocer que algunos momentos de la película me conmovieron sinceramente. Habría que ser de piedra para no emocionarse con la historia de Idgie (Mary Stuart Masterson) y Ruth (Mary-Louise Parker) que Ninny le va contando en pequeñas dosis a Evelyn, una pobre mujer frustrada que ni siquiera se concede el desahogo de un buen enfado. Sin embargo, hay algo en Tomates verdes fritos que resulta irritante y es la sensación que tenía de estar siendo hábilmente manipulado.

La película es hermosa en su forma, con la delicada fotografía y una producción meticulosa en los detalles. Además, contamos con un reparto especialmente bueno, con Kathy Bates al frente, una actriz excepcional a la que hay que reivindicar siempre por su enorme talento. A su lado, la maravillosa Jessica Tandy que tanto aquí como en Paseando a Miss Daisy (Bruce Beresford, 1989), donde se llevó el Oscar, demostró que el talento no se pierde con la edad. Tampoco hay que desdeñar el gran trabajo de Mary Stuart Masterson y Mary-Louise Parker, completando un poquer femenino intachable.

El verdadero problema de la cinta es la sensación de que estamos ante un relato perfectamente diseñado para conmovernos descaradamente. Todos los elementos juegan en esa dirección: un relato de un tiempo pasado narrado por una anciana, con la carga evocadora y algo mágica de la historia; dramas perfectamente escalonados, como la muerte demasiado temprana y demasiado injusta de Buddy (Chris O´Connell), el maravilloso y encantador hermano de Idgie; el matrimonio de Ruth con un maltratador (Nick Searcy), el juicio contra Idgie o la redención de Evelyn paralela al relato de la anciana. Todos estos elementos, y otros muchos que sería cansado enumerar, conforman una historia tan  encendidamente dramática que me iba previniendo contra ella misma, como cuando desconfiamos de un truco de magia.

Y la culpa de todo, naturalmente, la tiene la belleza de la historia, que nos habla de una hermosa amistad entre dos mujeres diferentes, pero que encuentran cada una en la otra aquello que las complementa. Una historia también de afirmación personal, de respeto a las personas sin importar el color de la piel, pues la película también es una denuncia del racismo, el machismo o la idiotez, adquiera la máscara que adquiera. Tantos buenos y encomiables propósitos, envueltos en un armonioso envoltorio, apuntan directamente hacia el corazón y esa belleza, esa profusión de buenas intenciones, esa línea tan diáfana entre los buenos y los malos, los primeros perfectos en todo frente a la maldad sin disimulo de los segundos, es la que termina provocándome recelo, previniéndome ante un intento demasiado obvio de manipulación que me enoja, pues compruebo que funciona, que es imposible negar la hermosura de la historia y sus irreprochables buenos mensajes.

Dentro de un desarrollo sin mácula, sí que creo que la narración derrapa con las explicaciones finales, donde se intenta atar todos los cabos de manera que no quede nada en sombra, incluso con la un tanto torpe aclaración de quién es Ninny, algo que era evidente para cualquiera desde el comienzo mismo de la cinta.

De ahí la dualidad de mi opinión: ¿es una hermosa película? indudablemente que sí, pero me suena a algo prefabricado, intencionadamente sensiblero, manipulador. Así que termino de ver Tomates verdes fritos (título ya pretencioso de por sí) complacido por sus innegables virtudes y decepcionado por lo que adivino un montaje efectista. Habrá que esperar a que se asiente el polvo, por decirlo de alguna manera, para ver cuál de los dos sentimientos opuestos termina imponiéndose.   

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