Dirección: David O. Russell.
Guión: David O. Russell.
Música: Michael Giacchino.
Fotografía: Linus Sandgren.
Reparto: Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Bradley Cooper, Édgar Ramírez, Elisabeth Röhm, Isabella Rossellini, Diane Ladd, Virginia Madsen, Dascha Polanco.
Joy (Jennifer Lawrence) ha visto como sus sueños de niña se han ido frustrando conforme se hacía adulta. Sin embargo, un día concibe una nueva fregona mucho mejor que cualquier otra en el mercado, aunque comprobará lo difícil de llevar su idea adelante.
Desconcertante propuesta de David O. Russell que al menos tiene el buen criterio de repetir con Jennifer Lawrence, que había ganado un Oscar a sus órdenes en El lado bueno de las cosas (2012), sin duda la mejor de una irregular Joy (2015).
La película nos cuenta la historia de Joy Mangano, una mujer emprendedora que partiendo de la nada se labró una posición en el mundo de los negocios gracias a sus inventos. Es, por lo tanto, una elegante visualización de la realización del sueño americano, un tema muy del gusto por aquellas latitudes.
El problema es que el director no ha sabido darle una coherencia a la historia y, lo que es peor, falla a la hora de dibujar a la protagonista, con lo que el mensaje y sus implicaciones emocionales se debilitan. En realidad, falla con todos los personajes, pero las consecuencias son más graves en el caso de Joy.
Para empezar, el arranque de la película parece meternos de lleno en una alocada comedia medio surrealista, donde los personajes irrumpen en la pantalla como salidos de un sueño (Joy) o de una pesadilla (su padre, interpretado por Robert De Niro, o su madre, por Virginia Madsen). Ello nos crea una expectativa de comedia alocada con toques dramáticos y esperamos que el devenir de los acontecimientos siga esa línea.
Pero Russell va cambiando el tono hasta desembocar en el drama puro y duro, que constituye el núcleo de la historia, donde asistimos a la lucha de Joy por sacar adelante su invento de la fregona y cómo no para de recibir un palo tras otro. Sin embargo, comprendemos sin demasiada dificultad que se trata de balas de fogueo pues adivinamos enseguida el final feliz. Con ello, el drama pierde intensidad y tan solo es cuestión de esperar el momento en que cambien las cosas. El problema de nuevo entonces es la falta de precisión del director a la hora de enfocar el desenlace, que llega cuando ya nos sentimos un tanto fatigados con la cantidad de desgracias que le han sucedido a la protagonista y lo único que deseamos es ver llegar por fin al desenlace, que Russell resuelve de manera demasiado simple, sin verdadera emoción, alargando con escenas edulcoradas el final y demostrando que no ha terminado de cogerle el pulso a la historia.
Solamente la gran actuación de Jennifer Lawrence, realmente impresionante, logra mantener cierta emoción en el drama de Joy. Sin su presencia, creo que la película hubiera descarriado sin remedio. Porque no se trata de afinar en la fotografía o el diseño de producción o de sembrar el relato de altibajos emocionales. La clave para que cualquier drama de este estilo funcione es conseguir que empaticemos con los protagonistas, hacer que nos pongamos en su piel de manera que lleguemos a compartir sus problemas y sus triunfos. Y es aquí donde el guión muestra sus limitaciones. Sinceramente, a partir de ese arranque tan extraño de la película, no fui capaz en ningún momento de meterme de lleno en la historia, como si nada de lo que estaba viendo me pareciera real. El cambio tan radical de los personajes, en especial el padre y la madre de Joy y su ex marido (Édgar Ramírez) le confirió a la historia un aire surrealista difícil de compaginar con el mensaje que pretendía transmitir.
Incluso la abuela (Diane Ladd) y su apoyo a Joy, convencida de su destino, sonaba en todo momento como salido de un cuento infantil más que como algo real y convincente.
Y tampoco ayuda a sobrellevar la historia su excesiva duración. Porque, seamos sinceros, para contar el éxito de Joy con su fregona, que eso es básicamente de lo que trata la cinta, no había necesidad de tanto metraje, sobre todo cuando no termina de acertar con la tecla emocional que nos conecte con la protagonista y cuando comprendemos que recrearse en tantas desgracias es solamente un truco argumental para llevarnos al final feliz de cuento anunciado desde el primer minuto a bombo y platillo.
Se deja ver, puede resultar incluso entretenida en algunos momento, pero en conjunto Joy es un fallido intento de hacer un drama sin comprender del todo su mecánica.
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