Dirección: Lone Scherfig.
Guión: David Nicholls (Libro: David Nicholls).
Música: Rachel Portman.
Fotografía: Benoît Delhomme.
Reparto: Anne Hathaway, Jim Sturgess, Patricia Clarkson, Ken Scott, Romola Garai, Rafe Spall, Jodie Whittaker.
Emma (Anne Hathaway) y Dexter (Jim Sturgess) se conocen un 15 de julio de 1988, el día de su graduación, y aunque el plan era acostarse juntos, finalmente no pasa nada y deciden ser solo amigos. Los próximos años seguirán viéndose cada 15 de julio.
No es sencillo plasmar una historia de amor en la pantalla. Se corre el evidente peligro de resultar empalagoso o sensiblero; sin embargo, cualquier exceso, si no es exagerado, resultaría más convincente que lo visto en One Day (Siempre el mismo día) (2011).
La película tiene muy buenas intenciones, de eso no cabe duda y la manera en que Lane Scherfig lleva a la pantalla la larga relación de amistad de los protagonistas derrocha elegancia y buen gusto, con una cuidada fotografía y una banda sonora muy acertada. Pero un film romántico ha de tener realmente fuego en su interior, algo que nos sacuda por dentro, que nos emocione. Y yo he visto pasar la historia como si nada, sin ninguna emoción, ni siquiera en los momentos más dramáticos, cuando se supone que deberíamos sentirnos desgarrados por dentro. Y no es por falta de sensibilidad. Es por las carencias de One Day.
En principio, comprendemos que Emma se siente terriblemente atraída por Dexter y que su primer encuentro no termine con ambos haciendo el amor apasionadamente no resulta para nada creíble y menos de la manera en que suceden las cosas. Pero era algo que presentí al instante, sabía que no iba a suceder nada porque era imprescindible que no se acostaran para todo lo que viene después: su amistad durante años y años. Es como si el guión supusiera que el hecho de acostarse ese día estropeara de alguna manera el relato, cuando creo que hubiera sido todo lo contrario. Pero la idea está ahí e incluso se insiste en ese punto cuando al final, en el momento en el que volvemos al primer día de Emma y Dexter, la aparición de los padres de éste trunca un segundo intento de acostarse juntos.
A partir de ahí empiezan los encuentros anuales del 15 de julio y una idea que podría resultar tremendamente interesante se convierte de la mano de un mal guión en algo mecánico y se desperdicia la oportunidad de ahondar en sus sentimientos, de manera que son escenas que no aportan gran cosa, superficiales. Tal y como transcurre la película, esos encuentros anuales hacen aún menos creíble la relación tan estrecha entre los protagonistas que se nos quiere transmitir, pues no parece suceder absolutamente nada que pueda crear un vínculo tan sólido como para resistir un año siquiera.
Después, desde mi punto de vista, se produce otro fallo importante: Dexter se convierte en un idiota consumado, de manera que automáticamente nos cae mal, por lo que casi estamos deseando que Emma le de una patada en el trasero. Y esto, desde luego, no ayuda para nada a la hora de crear una complicidad con los protagonistas. Por cierto, Jim Sturgess tiene algo físicamente que lo hacía antipático, más allá del personaje, y no me parecía el actor adecuado para Anne Hathaway, mucho más encantadora y que le daba un aire tierno y atractivo a su personaje que no casaba del todo con Sturgess.
El momento clave en la relación entre Emma y Dexter explica claramente lo absurdo de la película, sus increíbles carencias a la hora de construir una relación creíble y lógica entre ambos. Y es cuando él la visita en París, donde ella tiene una relación con un músico. No sabemos nada de ese vínculo, pero parece algo estable y, sin embargo, ella decide romper con su novio y empezar a salir con Dexter sin ninguna explicación. Debemos imaginarnos los motivos, justificar su decisión, pues nada se explica, como en casi toda la película, que acumula momentos pero no sentimientos, instantes de verdadera complicidad. Todo es superficial, bonito como una bonita canción, pero sin nada más que la pose, el estilo. Falta el verdadero amor, que yo no lo he visto en ningún momento.
Tal vez, al final, cuando se alarga la historia tras el accidente, atisbamos algo de emoción. Dexter deja de ser una cara bonita o un chulo para expresar algún sentimiento, aunque tampoco el guión puede evitar caer en la banalidad de la pelea en la discoteca, que de nuevo resulta muy gráfica, pero gratuita. Sin embargo, esos momentos algo más sinceros y profundos son muy escasos y no palian para nada un film sin alma, un ejemplo de este cine superficial que no se si por ignorancia o impotencia no es capaz de parecer siquiera honesto y se dedica, como aquí, a exponer un relato a vista de pájaro, sin llegar a acercarse lo suficiente a lo esencial.
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