Dirección: Zhang Yimou.
Guión: Zhang Yimou, Li Feng y Wang Bin.
Música: Shigeru Umebayashi.
Fotografía: Zhao Xiaoding.
Reparto: Zhang Ziyi, Takeshi Kaneshiro, Andy Lau, Song Dandan.
En el año 859, la dinastía Tang está en decadencia y surgen grupos rebeldes que luchan contra el gobierno corrupto. El más importante de ellos es la Casa de las Dagas Voladoras por lo que el gobierno ordena terminar con su líder en un plazo de diez días.
Bajo la apariencia de una típica película de artes marciales, La casa de las dagas voladoras (2004) es una trágica historia de amor.
Es complicado abordar un análisis de la película como esta. Tiene elementos que podrían situarla casi como una obra de arte pero, por otra parte, si nos atenemos estrictamente a su argumento, descubrimos que encierra no pocas trampas y demasiados tópicos, a parte de una simplicidad casi sonrojante.
Es por ello que la única manera que encuentro de aproximarme a ella es como un cuento, casi una mera fantasía. Y de este modo puedo admitir la simplicidad del argumento, tramposo y cargado de tópicos que es más propio de un cómic que de una película con visos de realidad. Vista así, se admiten sin demasiadas complicaciones esas coreografías de las luchas tan irreales, que tienen más de bailes que de batallas y donde la imaginación desbordante del realizador supera cualquier limitación física.
De igual manera que el despliegue técnico para convertir el relato en un espectáculo visual suntuoso y deslumbrante, donde una fotografía extremadamente preciosista busca en todo momento crear cuadros de belleza absoluta con colores brillantes y saturados y paisajes de ensueño que provocan un aluvión de escenas realmente sorprendentes.
Sin embargo, es precisamente ese aire de cuento, de irrealidad que recorre de arriba a abajo la historia lo que le resta profundidad al relato. Me duele reconocerlo, pero el trágico desenlace no llegó a conmoverme. Puede que por haberlo anticipado, pero también por la manera un tanto chapucera en que es presentado, llevando la situación al límite en busca de un dramatismo extremo y logrando, curiosamente, el efecto contrario, pues extender tanto el duelo final, añadiendo además esa especie de resurrección increíble, convierten el momento cumbre en una pantomima ridícula.
Muchas veces mi intuición me avisa frente a ciertas películas de manera que sin verlas me llego a formar una opinión bastante fiable de ellas. Con La casa de las dagas voladoras tenía ciertos indicios no muy favorables aunque, dadas las críticas, me decía que tal vez fueran infundados. Finalmente, he de admitir que no me parece una mala película, ni mucho menos. Es imposible no admirar su belleza formal y reconocer el esfuerzo por crear una historia apasionante y hermosa. Pero si solo me fijara con el lado meramente estético me estaría quedando a medias. En una película busco también que me llene con su contenido. Ha de haber un equilibrio entre forma y fondo y en este caso no se da. Me cautivó estéticamente, es cierto, pero me produjo indiferencia la historia de amor y ello, cuando el relato pretendía mostraros un desgarrador romance, no deja de revelar las carencias de la película a la hora imprimir emoción al contenido.
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