Dirección: Alfred Hitchcock.
Guión: Alma Reville y Val Valentine (Historia: Dale Collins).
Música: Hal Dolphe.
Fotografía: Jack Cox y Charles Martin.
Reparto: Henry Kendall, Joan Barry, Percy Marmont, Betty Amann, Elsie Randolph.
Fred Hill (Henry Kendall) está cansado de su monótona vida y sueña con poder viajar, lo que al fin se hará realidad gracias al dinero que le regala un familiar.
Ricos y extraños (1931), que también puede verse traducida al castellano como Lo mejor es lo malo conocido, es realmente una comedia extraña de la época en que Hitchcock aún no se había especializado en films de suspense.
Para empezar, resulta curioso que el film aún contenga títulos explicativos típicos del cine mudo aún siendo un film hablado, lo que nos indica que aún estamos en plena transición entre esos dos periodos. Pero lo verdaderamente especial de esta película es un humor realmente negro, rozando lo macabro, que salpica la cinta sin realmente venir a cuento, pues la historia es una comedia sobre las relaciones matrimoniales donde esos detalles, como el cadáver que encuentran los protagonistas en el barco medio hundido o la piel del gato puesta a sacar que parece indicar que es lo que se acaban de comer, chirrían bastante.
Pasando por alto estos detalles, hay que reconocer que la película es bastante floja por culpa de un guión impreciso. El comienzo de la película es interesante, con la presentación de Fred regresando a casa tras una jornada laboral. Comprobamos que es un tipo torpe que además se muestra frustrado y malhumorado por una vida que no le complace, anhelando poder tener dinero para disfrutar de placeres que no puede permitirse, como viajar. En cambio, Emily (Joan Barry), su esposa, parece ser feliz con lo tienen y ve el lado positivo de las cosas.
Pero gracias a un tío de Fred, que le ofrece una importante suma de dinero, el matrimonio emprende el lujoso viaje que anhelaba Fred. Sin embargo, las cosas no saldrán como esperaban. Para empezar, él se marea en cada travesía del viaje, con lo que permanece en su camarote enfermo. Emily entonces conocerá al comandante Gordon (Percy Marmont), que se enamorará de ella.
Pero cuando Fred, gracias a un remedio proporcionado por otra pasajera, se recupere de los mareos empezarán los verdaderos problemas, pues será seducido por una falsa princesa (Betty Amann) que en realidad solo busca su dinero. Es entonces cuando Emily conocerá la verdadera naturaleza de Fred, al que tenía idealizado, y comprenderá que no es más que un ingenuo inmaduro.
Finalmente, de manera un tanto forzada, el matrimonio se reconcilia y, tras un naufragio, consiguen regresar a su hogar, donde se dan cuenta de que la felicidad la tenían allí, en una vida sencilla y sin grandes pretensiones.
La historia que nos cuenta Ricos y extraños es finalmente bastante moralista, lo que tal vez podría justificarse por el año de realización, si bien el mensaje resulta en la actualidad demasiado infantil. La moraleja podría resumirse en que ambicionar el dinero y una vida despreocupada lleva a la infidelidad y el fracaso y se defiende abiertamente la vida hogareña, resignada y rutinaria como fuente de la felicidad o, al menos, como base para evitar tentaciones. Por eso no se comprenden bien esos detalles macabros a los que aludía antes y que no encajan del todo con el tono y el mensaje de la película.
Pero más allá de la moraleja, la película no funciona correctamente por culpa del guión. Por un lado, se echa en falta una mayor definición de los personajes, especialmente de la esposa, que no terminan de adquirir el peso necesario como para que nos impliquemos con sus problemas. De ahí que la parte central de la historia, donde tienen lugar los escarceos amorosos de ambos cónyuges con compañeros del viaje, no tenga la fuerza suficiente y vivamos esos romances sin la pasión ni la implicación suficientes. Incluso hay un cierto fallo a la hora de perfilar a Fred, que termina resultando un personaje antipático, lo que es contraproducente, pues llegamos a ponernos en su contra, con lo que ni siquiera nos alegramos de la reconciliación de la pareja.
Además, los detalles graciosos del principio, como en la presentación de Fred, que resultaban muy ingeniosos, pierden fuerza después y se vuelven ridículos, es especial la pasajera solterona (Elsie Randolph), demasiado absurda y sin mucha gracia.
Por todo esto, casi todo el núcleo central de Ricos y extraños se hace un poco pesado, pues no terminamos de engancharnos del todo a las vicisitudes de los protagonistas, resultando además algunos momentos un tanto repetitivos. Solamente al final, con el drama de la pareja y su complicado regreso al hogar, la historia vuelve a ganar fuerza. Pero con solo el buen arranque y el desenlace no llega para hacer que la película resulte apasionante.
Queda pues como una simple curiosidad para los aficionados al cine de Alfred Hitchcock que deseen explorar sus comienzos, donde se puede ver cómo iba probando trucos de cámara y encuadres, algo que siempre le gustó mucho.
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