Dirección: Richard Fleischer.
Guión: Stanley R. Greenberg (Novela: Harry Harrison).
Música: Fred Myrow.
Fotografía: Richard H. Kline.
Reparto: Charlton Heston, Leigh Taylor-Young, Edward G. Robinson, Chuck Connors, Joseph Cotten, Brock Peters, Paula Kelly.
En el año 2022, Nueva York ha entrado en una crisis total de recursos, con una super población que malvive sin futuro ni esperanzas. En ese ambiente, el agente Thorn (Charlton Heston) intenta hacer su trabajo lo mejor que sabe, incluso cuando sus superiores le ordenan cerrar un caso de asesinato aún no resuelto.
Lo primero que llama la atención sin duda es la fecha en que transcurre la acción en Cuando el destino nos alcance (1973); parece evidente que el pesimismo sobre el futuro resultó erróneo en cuanto a las fechas. Sin embargo, hay que admitir que el problema de super población, escasez de recursos y destrucción de la vida animal y vegetal en el planeta no es tan descabellada como se podría pensar.
Sin embargo, a pesar de su inquietante mensaje, que queda cruelmente expuesto en algunas escenas sobrecogedoras, Cuando el destino nos alcance destila un aire de serie B que afecta negativamente al resultado. La ambientación me pareció demasiado cutre, con unos decorados que proclamaban su falsedad a voz en grito. Es el problema que suelen tener algunas películas de ciencia-ficción con un presupuesto ajustado y una dirección artística no muy inspirada.
Pero el principal problema que le encuentro a la cinta es que se esmera más en mostrar la situación de la población en 2022, con la escasez de alimentos, la gente malviviendo hacinada en las calles y los edificios ruinosos o el placer de disfrutar de productos raros, mientras toda la parte de la intriga se desaprovecha con un enfoque demasiado básico y un desarrollo sin nervio e interés. A Thorn no le cuesta mucho descubrir la trama que se esconde detrás del asesinato de Simonson (Joseph Cotten) y a nosotros mucho menos adivinar cómo se fabrica la comida artificial Soylent Green. La excursión de Thorn por la fábrica resulta tan simple que le quita cualquier emoción a uno de los momentos cumbres de la cinta.
Para colmo, las secuencias de acción resultan patéticas en su simplicidad y torpe ejecución, llegándose al colmo en la secuencia en que la policía reduce a los manifestantes con los camiones, cargándolos como si fueran basura. No dudo de que el concepto es poderoso y terrible, pero la manera de representarlo no es muy afortunada.
Nos queda, eso sí, ver la última actuación de Edward G. Robinson, que moriría antes del estreno de la película. Es triste contemplarlo tan envejecido, pero aún así su trabajo resulta el mejor de todos. Charlton Heston, sin embargo, sigue fiel a sus patrones inmutables de actuación, que nunca me llegaron a resultar demasiado naturales.
En definitiva, un film menor que resulta penalizado por el escaso talento del director y la escasez de medios. Aunque las ideas planteadas son válidas e inquietantes, el resultado final es algo pobre.
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