Dirección: Roland Joffé.
Guión: Douglas Day Stewart (Novela: Nathaniel Hawthorne).
Música: John Barry.
Fotografía: Alex Thomson.
Reparto: Demi Moore, Gary Oldman, Robert Duvall, Robert Prosky, Roy Dotrice, Joan Plowright, Larissa Laskin, Amy Wright, Tim Woodward, Dana Ivey.
Siglo XVII. Hester Prynne (Demi Moore) ha llegado a Massachusetts enviada por su marido Roger (Robert Duvall) para que se instale en las nuevas colonias británicas y espere su llegada; pero cuando conoce al reverendo Arthur Dimmensdale (Gary Oldman), ambos se enamoran perdidamente.
Roland Joffé parece sentir predilección por la época de la colonización americana. Tras la sorprendente La Misión (1986), con La letra escarlata (1995) pasa de Sudamérica al norte del continente con una muy libre adaptación de la novela de Nathaniel Hawthorne.
Y La letra escarlata vuelve a advertirnos de lo complicado que puede resultar una adaptación de una obra literaria al cine, cuyas reglas y necesidades son muy diferentes. Viendo la película sin haber leído el libro, es evidente que el director se esfuerza en abarcar lo máximo posible, de ahí la duración bastante importante de la cinta, pero a veces es preferible sintetizar o centrarse en lo que uno considere más importante que en querer contar mucho en poco espacio.
Por ello, uno de los defectos que le encuentro a la película es que el personaje de Arthur está muy pobremente dibujado. Mientras que de Hester vamos conociendo sus creencias y su fuerza desde el primer instante, del reverendo solamente sabemos que la ama y que sufre al tener que mantener el secreto que los une.
Tampoco el romance entre Arthur y Hester se desarrolla con la profundidad necesaria, pasando de un primer encuentro un tanto banal a declararse casi sin transición un amor profundo y apasionado. Se nota la necesidad de concentrar los sucesos para que quepan cuantos más posibles, con la superficialidad y precipitación que ello acarrea.
Además, otro detalle que va perjudicando a la historia es la progresiva deriva hacia un melodrama sin freno, con Roger convertido en un majadero absoluto sin que tampoco se alcance a profundizar demasiado en este personaje, de manera que se queda casi en una caricatura del mal absoluto.
Incluso el desarrollo de los acontecimientos resulta en general poco convincente, con algunas giros un tanto sorprendentes, pues el llevar el relato al extremo termina por restar credibilidad a lo narrado. Hasta el personaje de Hester parece demasiado moderno para su época, con lo que de nuevo parece que volvemos a estar en una utilización manipulada de la historia para fines puntuales, perdiendo el sentido de la objetividad.
En una historia con tanta pasión y drama, el que el director no fuera capaz en ningún instante de hacerme sentir nada especial hacia los protagonistas y sus desgracias es la prueba más evidente de la frialdad con nos llega el relato, demasiado aparatoso y muy poco profundo.
A pesar de todo, hemos de convenir que Roland Joffé tiene un sentido de la estética muy acusado y en especial en la primera parte de la película nos ofrece algunos pasajes realmente hermosos, filmados con dulzura y mucha sensibilidad. La pena es que más tarde se deje llevar por la aparatosidad, que no le sienta muy bien al relato.
Al final, me quedo con el buen gusto de Roland Joffé, que es lo único realmente especial de una historia que insinúa más que lo que realmente ofrece.
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