El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 2 de octubre de 2023

La letra escarlata



Dirección: Roland Joffé.

Guión: Douglas Day Stewart (Novela: Nathaniel Hawthorne).

Música: John Barry.

Fotografía: Alex Thomson.

Reparto: Demi Moore, Gary Oldman, Robert Duvall, Robert Prosky, Roy Dotrice, Joan Plowright, Larissa Laskin, Amy Wright, Tim Woodward, Dana Ivey.

Siglo XVII. Hester Prynne (Demi Moore) ha llegado a Massachusetts enviada por su marido Roger (Robert Duvall) para que se instale en las nuevas colonias británicas y espere su llegada; pero cuando conoce al reverendo Arthur Dimmensdale (Gary Oldman), ambos se enamoran perdidamente.

Roland Joffé parece sentir predilección por la época de la colonización americana. Tras la sorprendente La Misión (1986), con La letra escarlata (1995) pasa de Sudamérica al norte del continente con una muy libre adaptación de la novela de Nathaniel Hawthorne.

Y La letra escarlata vuelve a advertirnos de lo complicado que puede resultar una adaptación de una obra literaria al cine, cuyas reglas y necesidades son muy diferentes. Viendo la película sin haber leído el libro, es evidente que el director se esfuerza en abarcar lo máximo posible, de ahí la duración bastante importante de la cinta, pero a veces es preferible sintetizar o centrarse en lo que uno considere más importante que en querer contar mucho en poco espacio. 

Por ello, uno de los defectos que le encuentro a la película es que el personaje de Arthur está muy pobremente dibujado. Mientras que de Hester vamos conociendo sus creencias y su fuerza desde el primer instante, del reverendo solamente sabemos que la ama y que sufre al tener que mantener el secreto que los une. 

Tampoco el romance entre Arthur y Hester se desarrolla con la profundidad necesaria, pasando de un primer encuentro un tanto banal a declararse casi sin transición un amor profundo y apasionado. Se nota la necesidad de concentrar los sucesos para que quepan cuantos más posibles, con la superficialidad y precipitación que ello acarrea.

Además, otro detalle que va perjudicando a la historia es la progresiva deriva hacia un melodrama sin freno, con Roger convertido en un majadero absoluto sin que tampoco se alcance a profundizar demasiado en este personaje, de manera que se queda casi en una caricatura del mal absoluto.

Incluso el desarrollo de los acontecimientos resulta en general poco convincente, con algunas giros un tanto sorprendentes, pues el llevar el relato al extremo termina por restar credibilidad a lo narrado. Hasta el personaje de Hester parece demasiado moderno para su época, con lo que de nuevo parece que volvemos a estar en una utilización manipulada de la historia para fines puntuales, perdiendo el sentido de la objetividad.

En una historia con tanta pasión y drama, el que el director no fuera capaz en ningún instante de hacerme sentir nada especial hacia los protagonistas y sus desgracias es la prueba más evidente de la frialdad con nos llega el relato, demasiado aparatoso y muy poco profundo.

A pesar de todo, hemos de convenir que Roland Joffé tiene un sentido de la estética muy acusado y en especial en la primera parte de la película nos ofrece algunos pasajes realmente hermosos, filmados con dulzura y mucha sensibilidad. La pena es que más tarde se deje llevar por la aparatosidad, que no le sienta muy bien al relato.

Al final, me quedo con el buen gusto de Roland Joffé, que es lo único realmente especial de una historia que insinúa más que lo que realmente ofrece. 

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