Dirección: David Cronenberg.
Guión: Steven Knight.
Música: Howard Shore.
Fotografia: Peter Suschitzky.
Reparto: Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Mueller-Stahl, Sinéad Cusack, Olegar Fedoro, Jerzy Skolimowski, Donald Sumpter, Josef Altin.
Anna (Naomi Watts), una comadrona, asiste al parto de un bebé en el que la madre muere, pero deja un diario en el cuenta cómo fue violada por un jefe de la mafia rusa.
David Cronenberg ya nos había adentrado en un universo de violencia parecido al de Promesas del este (2007) con su anterior largometraje, Una historia de violencia (2005), también con Viggo Mortensen de protagonista. Es un estilo que domina con facilidad, si bien aquí el guión toma un giro final que no me terminó de convencer.
La película gira en torno a la relación que se establece entre Anna y Nikolai Luzhin (Viggo Mortensen), el chofer de un importante jefe de la mafia rusa de Londres, Semyon (Armin Mueller-Stahl), que bajo su apariencia amable es un frío y despiadado asesino.
La parte sin duda más interesante del relato tiene lugar al comienzo, cuando vemos como una inocente Anna, ajena al mundo criminal y despiadado de la mafia rusa, confía sin sospechar nada en Semyon para que le traduzca el diario de la adolescente muerte con el fin de encontrar a la familia de su bebé. Es realmente escalofriante ver cómo se mete en la boca del lobo y, cuando al fin comprende la situación, es ya demasiado tarde.
Sin embargo, echo de menos un enfoque más sincero de su relación con Nikolai. Parece que la búsqueda de un estilo seco por parte de Cronenberg le lleva a enfocar ciertos momentos importantes con un distanciamiento que casa con el estilo buscado, pero resta sin duda cercanía y emoción al relato. Relato que bajo ese prisma destila estilo, pero a costa de resultar demasiado teatral, con un desarrollo que no termina de parecer natural. Es el peaje que paga el director por potenciar el estilo al resultado.
Y fruto de ese enfoque tenemos personajes extraños, con comportamientos que no terminamos de entender del todo, como el tío de Anna, Stefan (Jerzy Skolimowski) y sobre todo Kirill (Vincent Cassel), el hijo de Semyon, que resulta tan teatral que cuesta tomarlo en serio y además provoca un trabajo algo excesivo por parte de Vincent Cassel, un actor capaz de mejores interpretaciones pero al que lastra su personaje.
En lo que sí que repara Cronenberg, como desgraciadamente es habitual en el cine contemporáneo, que ha perdido la sutileza sin remedio, es cuando ha de afrontar las escenas más violentas, con un despliegue de detalles y sangre repugnantes. Es cierto que la pelea en la sauna resulta espectacular, demostrando el talento como coreógrafo del director, pero le sobran ciertos detalles demasiado duros.
Sin embargo, lo peor de todo es el giro del argumento en relación con el personaje de Nikolai, no solamente porque no viene al caso ni aporta nada interesante a la historia, sino porque es tan sorprendente que queda como una concesión idiota para redimir o explicar un personaje que tenía mucho más sentido tal y como lo describía al principio.
La sensación final es que la película tiene indudables puntos de interés pero que, sometida a ese ejercicio de frialdad por parte del director, se queda en un relato cojo de sentimientos y que no termina de sacar todo el potencial que encierran los personajes.
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